Artur Brauner: Cine contra el olvido

Hitlerjunge Salomon
© DFM/ABA

Uno de los productores de cine más prolíficos de Alemania cumplió recientemente 100 años, y sigue activo. Artur Brauner fue una figura clave en el cine de entretención de los años 50 y 60, su legado se centra en una serie de películas sobre las víctimas del nacionalsocialismo, de grandes realizadores y que ganaron varios premios internacionales. Nuestro ciclo de cine de octubre revisa los mejores títulos de esta serie.
 

Artur Brauner © Deutsches Filmmueseum Frankfurt am Main/Artur-Brauner-Archiv Nacido en Lodz, Polonia, como hijo de un mayorista judío de maderas, Artur Brauner llegó a Berlín en 1946. Tenía 28 años, era uno de los muchos “displaced persons” que buscaba un nuevo hogar, y al ver las ruinas de la ciudad solo pensó: “aquí la cosa solo puede mejorar”. Observó cómo entrar al negocio del cine y creó su propia empresa, “Central Cinema Company” (CCC, que subsiste hasta hoy), gracias a una maleta con dinero, cuyo origen dio pie a varias leyendas, que nunca fueron confirmadas. El guión para su película Morituri, con un fuerte componente autobiográfico y que pretendía rendir un homenaje a las víctimas del racismo y la intolerancia, fue rechazado por los estudios de la UFA y por las autoridades francesas que ocupaban Berlín. Finalmente, en el invierno de 1946/47 logró rodar su película, con la ayuda de los soviéticos y el ejército rojo. La filmó en los campos de concentración y casas del lado oriental de la ciudad, en condiciones muy precarias. Pretendía ser un llamado a despertar la conciencia del mundo, pero fue rechazada categóricamente por el público en los cines, donde incluso fue abucheada y los propietarios de las salas devolvieron las copias, y los distribuidores la sacaron rápidamente de cartelera.

Este fiasco fue algo muy amargo, y Brauner decidió entonces tomar otro camino. Se resignó a que el cine “no era un foro para superar el pasado”, y prefirió buscar éxitos comerciales en la época del renacer económico de Alemania. En 1950 fundó sus propios estudios, y fue la gran estrella de la época. Es justamente él a quienes critican los nuevos directores de cine alemán que firman el Manifiesto de Oberhausen, cuando lo tildan de hacer el “cine de papá”. Dentro de esa etapa fue que Brauner también invitó a volver a trabajar en Alemania a grandes directores de antaño, como Fritz Lang o Robert Siodmak. Pero también supo darse cuenta de los cambios sociales que comenzaron a surgir en Alemania. De hecho, el mismo año del Manifiesto de Oberhausen, Brauner escribe que “en nuestro país no se busca la autocrítica, ni de índole política, social ni tampoco personal. Aquí la gente no quiere ver la verdad a no ser que sea color de rosa…”.

Y en sus propias palabras, escritas en el 2000: “Yo he vivido en carne propia lo que significa ser perseguido por el régimen nacionalsocialista y junto con mi mujer, mis padres y mis hermanos pertenezco al grupo de los sobrevivientes, mientras que la maquinaria de destrucción se cobró la vida de 49 de mis parientes. Cuando en los primeros años de la posguerra comencé a producir filmes en Berlín, quise crear un monumento en conmemoración de los perseguidos: Morituri, los condenados a morir. Pero el público rechazó la película, burlándose de los muertos, una experiencia que no he olvidado nunca. Si bien en los años siguientes del así llamado milagro económico me dediqué de lleno a la gestión de los estudios inaugurados en 1950 y los asuntos relacionados con la plantilla de casi 500 personas, el recuerdo de la persecución, la huida y los crímenes perpetrados por los nazis  no me dejaba en paz. Tengo la impresión de que el holocausto se va acercando más a mí a medida que pasan los años”.

Morituri © DFM/ABA A partir de allí comenzó a producir películas de este pasado sombrío, en el espacio que generaron los cambios sociopolíticos de Alemania. Tuvo un primer intento en 1955 con El 20 de julio/Der 20. Juli, que fue galardonada en los Premios del Cine Alemán por “promover el pensamiento democrático”. Pero en la década siguiente inauguró una nueva etapa. En 1963 realizó Fuga de Mauthausen/Mensch und Bestie, sobre un oficial de la SS que persigue hasta la muerte a su hermano. Y en 1965/67 realizó La testigo del infierno/Zeugin aus der Hölle, el único largometraje contemporáneo de los juicios de Auschwitz que se realizaban en Frankfurt y donde Irene Papas despliega un notable rol de una mujer atrapada entre su pasado y tener que revivirlo en el tribunal. Por miedo al rechazo, la financió con las utilidades del cine de entretención que había hecho hasta ese momento. Porque en la película se habla no solo de los horrores del pasado, sino también de los del presente, y por eso constituye un gran documento de su época. En 1970 llegó otro hito memorable, El jardín de los Finzi Contini/Der Garten der Finzi Contini, de Vittorio De Sica, sobre la persecución de los judíos en Italia. Hasta ahí, las temáticas relativas al holocausto se veían en Alemania en la TV más que en la pantalla grande.

En los años 80 surgen otros títulos exitosos, como Testimonio de mujer/Die Spaziergängerin von Sans-Souci (1981/1982), de Jacques Rouffio, la última película en la que actuó Romy Schneider y fue seguramente un proyecto de gran importancia para ella, pues había comprado los derechos cinematográficos de la novela homónima de Joseph Kessel años antes. También estrenó Un amor en Alemania/Eine Liebe in Deutschland (1983), dirigida por Andrzej Wadja, con dos grandes estrellas alemanas, Hanna Schygulla y Armin Müller-Stahl, seguida por Hanussen (1986/87) de Istvan Szabo, y la más reconocida de sus cintas, Europa, Europa/Hitlerjunge Salomon (1989), de Agnieszka Holland. Tuvo una enorme resonancia de público y también en la crítica.

Pero aún hubo una amargura más, que no ha superado: su exitosa película “Europa, Europa/Hitlerjunge Salomon” fue rechazada para ser la candidata alemana al Oscar, debido a que chocaba con la imagen alemana de lo que era la superación políticamente correcta del holocausto. De todas formas, la película recibió el Globo de Oro en 1992, ya que los críticos en Estados Unidos no tuvieron la misma opinión.

Hitlerjunge Salomon © Jugendfilm, DIF En un gesto generoso, que además busca llegar a los públicos de todo el mundo, Artur Brauner donó los derechos de muchas de estas películas al Goethe-Institut, quien se ha preocupado de proyectarlas en muchos países. Lo notable es que estas películas no pierden actualidad. No solo porque Brauner se preocupa de todo tipo de víctimas de los nazis, sean judías o no, ya que le interesa hacernos pensar sobre lo que significa el ser humano, y eso es universal. Pero además estos títulos no han perdido actualidad. Para nada. Basta con abrir el diario y mirar el mundo que nos rodea. Siguen planteando preguntas y reflexiones que nos inquietan cada vez más.

Feliz cumpleaños, Artur Brauner.