Aproximación amistosa: un verano en el invierno más austral de la Tierra


© Mario Pfeifer Studio / VG Bild-Kunst, 2014
 

Experiencias en la región más austral habitada por el hombre: Tierra del Fuego, Chile

Para llegar a Puerto Williams se necesita tiempo. Un viaje a la ciudad más austral del mundo es un viaje con condimentos románticos, pensó la mayoría de mis colegas y conocidos cuando les conté sobre el viaje de tres horas con el ferry por el archipiélago patagónico o el vuelo en una avioneta Twin Otter de dos motores sobre montañas nunca vistas por el hombre. De hecho, el uso de estos medios de transporte responde a situaciones muy concretas que uno mismo puede palpar cuando realiza el viaje. 

En el extremo sur del continente sudamericano, el invierno reina de mayo a agosto. Un invierno moderado, pero dada la cercanía al mar,  a veces extremadamente tormentoso y con una temperatura promedio de seis grados. Así, aún hoy Tierra del Fuego hace honor a su nombre: las casas se aprovisionan de la leña de los bosques circundantes. Se dice que el fuego de los hogares nunca se apaga. La tarea de conseguir leña y mantener el fuego determina el curso y ritmo del día, sobre todo cuando, como yo, se vive solo.

¿Qué hacer, pues, en una ciudad tan apartada, que alberga a doscientos pobladores y dos mil soldados de la marina? Ciertamente, no elegí viajar a esta región alejada para descansar. Fueron las investigaciones sobre el misionero y antropólogo Martin Gusinde las que me señalaron el sitio. Investigador de avanzada, Gusinde escribió entre 1919 y 1924 una extraordinaria obra sobre pueblos originarios de la Patagonia: sobre los selknam y los acalufes, hoy extinguidos, y los yaganes. Estos últimos son un tronco indígena cuyos últimos descendientes, si bien aún viven en la región, desde 1950 han sido reubicados y marginalizados.

En cualquier ciudad en la que convivan pescadores, colonos, militares y minorías indígenas hay tensiones sociales, y éstas aquí parecen ser profundas. A quien como yo es extranjero en tierra extraña, le cabe un papel que difícilmente podría describirse en términos sociológicos. Ciertamente, mi trabajo aquí apunta a crear, en una atmósfera de cooperación con los distintos protagonistas del lugar, un diálogo artístico que represente la situación antes señalada, pero también contribuya en cierta medida a moderarla desde afuera. Sin duda, esto ocurre como consecuencia de una reflexión crítica sobre la obra de Gusinde, que endosó a esta región y a su cultura una representación respetuosa, pero también abrumadora.

Apartado del resto del mundo y sólo con un teléfono celular y una conexión de internet satelital, el tiempo pasa aquí lento y rápido a la vez. En una situación social compleja como la que he descrito, es imposible determinar el tiempo que se requiere para establecer un contacto. Y aquí comienza mi pausa, en la que mi ritmo aún está marcado por el verano europeo, pero la realidad es alcanzada por el invierno sudamericano.

Para un hombre urbano como yo, la calma del lugar –sólo interrumpida brevemente por la búsqueda de más leña– tiene un efecto impresionante, pero también intimidador. Condenado a una pausa –porque establecer activamente un contacto podría tener consecuencias contraproducentes–,  uno espera y sencillamente se mueve como si fuera parte de la comunidad. Se adapta al ritmo que prescriben el lugar y sus pobladores. Uno confía en que esa apropiación, por más invisible que sea, finalmente conduzca a una aproximación. Más tarde, esa aparente pausa de ocio demuestra ser muy productiva.

Este lento modo de tomar contacto, que dura más de cinco semanas, lleva a un encuentro en un lugar completamente distinto: en los bosques de Tierra del Fuego, en una de las bahías del Canal de Beagle. Allí establecí contacto con un descendiente de los últimos yaganes, que aún se movían más o menos libremente… antes de su reubicación y la forzada participación en la vida civilizada.

Pausa en un lugar en el que hace cien años aún se realizaban rituales.

Una ominosa lejanía de todo.

Días y días sin comunicación.

El entorno determina el ritmo.

Los días y las noches son interminables.

Hay mucho que reflejar, pero el ocio en este lugar es especial.

El lugar narra cuando los protagonistas callan.

 

 Mario Pfeifer es artista plástico y en sus trabajos aborda interrogantes socioculturales y estéticos. Monografías sobre su obra han aparecido en Sternberg Press y Spector Books.

El proyecto Aproximación amistosa se exhibirá en noviembre de 2014 en el Museo Nacional de Bellas Artes – Museo sin Muros de Santiago de Chile, y en 2015 en la galería KOW de Berlín. El proyecto, curado por Patricio Muñoz Zárate, contó con el apoyo del Goethe-Institut de Santiago y de la Kulturstiftung des Freistaats Sachsen (Fundación Cultural del Estado Libre de Sajonia).