Una obra de teatro asquerosa
“Una obra de teatro asquerosa” es lo que comenta parte del público que ha visto la puesta en escena del texto dramático Velorio chileno, escrita a semanas del golpe de Estado de 1973 por el dramaturgo chileno Sergio Vodanovic. Se trata de un relato de ficción, pero, a la vez, de un testimonio casi documental de lo sucedido en dicho contexto histórico.
La obra de teatro muestra a dos matrimonios festejando el derrocamiento del presidente Salvador Allende el día 11 de septiembre de 1973 en un departamento de la ciudad de Santiago de Chile. Una noche llena de borrachera, erotismo y eufórica violencia en la que se celebra la muerte del líder de la Unidad Popular y al mismo tiempo “la expulsión del sujeto popular: la relegación de sus estéticas, sus políticas, sus éticas, sus discursos; los cuerpos populares erradicados del espacio público”, como dice la escritora chilena Diamela Eltit.
Al final de la obra, la escena es interrumpida por la violencia del exterior. Un grupo de supuestos “extremistas”, opositores al nuevo orden impuesto por la Junta Militar de Gobierno, es acribillado diez pisos debajo de la fiesta privada donde se celebra la muerte de Allende, un “pecado sin nombre”, como dice Laura, la madre de Carlitos, quien también será asesinado junto a los demás jóvenes. La madre, al oír las metralletas, queda paralizada, como si las balas perforaran su habla, como si la monstruosidad de la matanza fuese una especie de paisaje sublime ante el cual solo es posible quedar absorto. Y lo que viene es el vómito de la madre, la expulsión de la fiesta, de todo el alcohol consumido durante el festejo, provocado por la visión del cadáver: el colmo de la abyección.
Asco, esa “rara sensación”, como diría Kant, “capaz de arruinar cualquier placer estético”, es lo que provoca esta obra en algunos espectadores, la misma sensación que hace vomitar a Laura ante la presencia del cadáver de su hijo. ¿Por qué aún hoy, a cincuenta años del golpe de Estado, su visión se torna abyecta? Según Julia Kristeva, porque “hay en la abyección una de esas violentas y oscuras rebeliones del ser contra aquello que lo amenaza y que le parece venir de un afuera o de un adentro exorbitante, arrojado al lado de lo posible y de lo tolerable, de lo pensable. Allí está, muy cerca, pero inasimilable”.