A medio siglo del golpe de Estado en Chile
Una lectura de la relación teatro/conmemoración en las escenas de la postdictadura
por Iván Insunza Fernández y Sebastián Pérez Rouliez
Publicado en www.tdz.de/chile el 09.09.2023
por Iván Insunza Fernández y Sebastián Pérez Rouliez
Publicado en www.tdz.de/chile el 09.09.2023
Las conmemoraciones y el teatro
En este contexto histórico, la conmemoración de los veinte años (1993) fue casi inexistente dada la constelación de circunstancias de esos primeros años de democracia durante el tenso gobierno de Patricio Aylwin. La conmemoración de los treinta años (2003) contribuyó a la instalación definitiva del problema de la memoria que, según el historiador Julio Pinto, surgiría a partir de la detención de Pinochet y se mantendría como asunto central en los círculos académicos, intelectuales y artísticos durante, al menos, la primera mitad de los 2000. No es sino hasta los cuarenta años, en 2013, que encontramos una relación estrecha entre teatro y conmemoración. Este hito estuvo precedido además por la celebración del Bicentenario (2010), lo que ya había marcado tendencia hacia una impugnación del relato histórico por parte del teatro. La conmemoración de los cuarenta años revisita con insistencia dos cuestiones: por un lado, la figura de Salvador Allende, ícono y mito para las izquierdas en Chile, que porta una carga simbólico-histórica, la cual, paradojalmente, contribuye a la inmovilización de los imaginarios político-teatrales actuales. La segunda cuestión revisitada en los cuarenta años fue, aunque todavía tenuemente, una pregunta por lo constituyente. Y, aun cuando sea posible leer con cierta sospecha el impulso excesivamente institucional de aquel hito (tendencia al discurso del consenso y la reconciliación), no es menos cierto que el teatro contribuyó en la reelaboración simbólica de asuntos sobre los cuales, a veces, aun hoy, es complejo insistir. En términos históricos, han pasado “solo” diez años, pero es abrumadora la sensación de fatiga en las estructuras de sentido que justifican la insistencia en ciertos procedimientos y ciertas narrativas teatrales.
La pregunta que se nos pone delante hoy es de qué manera esta acumulación de relevancia simbólica durante cincuenta años puede significar hoy una potencia para el teatro en el contexto de la conmemoración de medio siglo de acaecido el Golpe, cuando no es menos cierto que, de un tiempo a esta parte —y con mayor claridad después del fracaso plebiscitario del 4 de septiembre de 2022 o del alto porcentaje de votos y consejeros electos por parte del bloque de ultraderecha para el nuevo proceso constituyente en 2023—, el teatro viene evidenciando más bien una impotencia, en estrecho vínculo con las dificultades que las izquierdas han manifestado en la disputa política de este último tiempo.
Conmemorar los cincuenta años mientras se experimenta el fracaso
El ánimo social en el mundo, cercano a la sensibilidad política conmemorativa de los cincuenta años, no es el mejor. La sensación de fracaso y derrota ha alimentado el escepticismo, la desilusión, el desencanto político, la desesperanza y el cinismo. Y acaso en ello radique la impotencia de los imaginarios estético-políticos de izquierda y del teatro. Se trata de una impotencia, en última instancia, reflexiva, que a ratos pareciera no tener para ofrecer más que la radicalización de ideas, procedimientos y posicionamientos.
Un ejemplo de esta “radicalización” es la interpretación genealógica del poder en clave de dominación. En efecto, al igual que en algunos sectores de izquierda que hoy se muestran en posición refractaria a toda acción gubernamental e institucional, en el teatro ha existido este posicionamiento “contra todo” desde hace varios años. Se trata, en última instancia, de un posicionamiento antiestablishment que urge examinar.
La posición antiestablishment
Una de las claves de lectura del panorama político local —que también encuentra eco en la escena internacional— es el actual ánimo social transversal de oposición a quien sea que ejerza el poder. Quizás esto sea un componente crítico de la revuelta en Chile. Se trata de una revuelta en contra de un estado de las cosas: el modelo social, económico, jurídico y político. Años de exigencias laborales y económicas desmesuradas, precariedad, discriminación y maltrato sobre los individuos, así como la acumulación de actos de corrupción, impunidad e injusticia, dieron como resultado la explosión de un malestar con un fuerte sello antiélite y antiestablishment. Las nuevas fuerzas políticas emergidas en los últimos años tienen este sello: se declaran independientes de los partidos políticos tradicionales.
Pues bien, respecto del teatro, es posible rastrear una disposición histórica a exhibir las condiciones de ese malestar, dibujando diversos tipos de subjetividades agobiadas, oprimidas y marginadas por el sistema. En ese sentido, podemos valorar el interés de una escena preocupada de su tiempo. Sin embargo, como adelantábamos, es necesario notar cómo este mismo principio hoy opera como una doble trampa: por una parte, el teatro queda esclavizado a la contingencia y al presente, y por otra, parece atrapado en la posición antiestablishment, como si cada obra fuera un voto contra todo, sin lograr definir qué quiere ser, qué busca, qué imagina.
Existe un espíritu irónico relacionado a la posición antiestablishment. Hoy es habitual enfrentarse a obras que han retornado al uso de la parodia y la sátira repitiendo, como dijera Mark Fisher, las más viejas consignas con el optimismo de la primera vez. Es cierto que la irreverente impronta de ciertas izquierdas en el campo cultural hizo andar en círculos a los sectores más conservadores hace algunas décadas, sin embargo, es claro como hoy esa insistencia solo hace evidente una imposibilidad de elaboración estética y discursiva. Lejos de su eficacia anterior, el procedimiento irónico hoy tiende a inscribir los hechos en clave de buenos y malos, víctimas y victimarios, sin fisuras ni pliegues. Ante este teatro todo parece muy cierto, muy liso y llano. Se trata, indudablemente, de un exceso de confianza en el gesto contra el poder. El problema, al final, es el tono primero, moralizador, y luego, inquisitivo, que al poco tiempo sirve de afrecho para los posicionamientos de ultraderecha que con facilidad acusan la imposición de una norma “progre” que “no atiende las verdaderas necesidades de la gente”, apelando en cambio al “sentido común”.
Nos preguntamos entonces qué puede ofrecer el teatro en este marco, qué alternativas o qué oportunidades ofrece este contexto conmemorativo específico, tramado por un momento político tan complejo, para pensar un presente que no haga memoria exclusivamente para lamentar lo que no fue, ni imagine un mañana con el puro afán de constatar el naufragio.
Hemos oído repetidamente que la memoria es algo más que el pasado en el presente. Ojalá esta rebanada a la historia, que nos pone a medio siglo del Golpe, nos encuentre siendo capaces de crear nuevas imágenes que obren aquel nudo temporal con mayor astucia.
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[1] Véase Barría Jara, M. e Insunza, I., Escenas políticas. Teatro entre revueltas 2006-2019. Santiago de Chile: Oxímoron, 2023.