Las traducciones de literatura
¿Ha habido aquí un asesinato, o solo es la fotografía de un cadáver?
Traducir literatura es un arte, pues no en vano se trata aquí de mucho más que de verter literalmente un texto a otra lengua. Por qué las traducciones de obras literarias exigen tanto trabajo y por qué no puede reemplazarlas la inteligencia artificial.
La traducción literaria –y hablar así es ya casi una perogrullada– es mucho más que el mero pasar un texto a otro idioma literalmente. Traducir requiere contexto, fina sensibilidad y labor de investigación, además de capacidad resolutoria. El escritor y erudito Alberto Manguel afirmó en una ocasión que traducir es la manera ideal de leer: “El traductor o traductora sabe hacer trocitos un texto, quitarle la piel, desmenuzarlo hasta llegar a los huesos, observar por dónde va cada arteria y cada vena, para a partir de ahí dar forma a un nuevo ser vivo.”
En cuanto a las traducciones que se considera malogradas, también sirven siempre para algo, aunque solo sea dar pie a observaciones ingeniosas: como escribió Kurt Tucholsky en 1927 al aparecer la primera traducción alemana del Ulises de James Joyce, o bien ha habido un asesinato, o bien han fotografiado un cadáver. En una época en que, precisamente, el rígido concepto de literaturas nacionales parece disolverse dejando espacio a una noción fluida de identidad, la labor de traductores y traductoras asume un papel relevante.
La literatura, por encima de las fronteras
En el año 2019, según datos de la Asociación Alemana de Libreros (Börsenverein des Deutschen Buchhandels), se publicaron en primera edición 9.802 títulos traducidos al alemán. En dirección inversa, las editoriales alemanas vendieron al extranjero 7.747 licencias de traducción. En la base de datos de la Asociación de Traductoras y Traductores de Lengua Alemana (VdÜ) figuran unos 850 socios que traducen libros desde más de 100 lenguas distintas.
En cuanto a las posibilidades para llevar a otros países la literatura escrita en alemán, Friederike Barakat, que dirige el departamento de derechos y licencias de la editorial Carl Hanser, aprecia una evolución clara: “Aquel prejuicio de que en alemán se hace solo una literatura seria y pesada, ocupada consigo misma, se ha desvanecido.” La editorial Hanser y sus filiales, incluidos los sectores literatura, no ficción y libros infantiles, firman al año unas 250 licencias para el extranjero. Entre ellas encontramos títulos de éxito como Atemschaukel (“Todo lo que tengo lo llevo conmigo”) de Herta Müller –del cual se vendieron en torno a 60 licencias para el extranjero tras la concesión del Premio Nobel de Literatura– o Ein ganzes Leben (“Toda una vida”) de Robert Seethaler. Pero también una novela tan compleja como Aus der Zuckerfabrik de Dorothee Elmiger. Para poder vender títulos alemanes, afirma Barakat, “hace falta que se conjuguen muchos factores distintos”, entre ellos visibilidad en los suplementos culturales, pero también, por supuesto, buenas cifras de ventas. Para las editoriales, prosigue, es importante formar redes de contactos que les permitan encontrar también en el extranjero la editorial adecuada para cada título. Y hacen falta también, como se sabe, traductoras y traductores a la altura del libro.
Artistas invisibles
Al oficio de traducir va ligada una imagen externa poco habitual... por el hecho de que apenas existe: según lo resume Henning Ahrens, “cuando se lee un libro, básicamente no se nos ve ni se nos oye”. Ahrens, que también escribe sus propias novelas y poesía, traduce obras del inglés al alemán, incluidas figuras como Colson Whitehead, Meg Wollitzer o Jonathan Safran Foer. A diferencia de lo que ocurre con actrices y actores o en la música, quien traduce queda muy oculto detrás de la obra. A ello, prosigue, debe añadirse una remuneración que, pese a la complejidad de la labor, sigue estando más bien por debajo del promedio: “En una traducción se paga por página. Da igual si hacerla le ha llevado a usted tres meses o seis.” Por esa razón, concluye, resultan tan importantes las subvenciones y ayudas a la traducción.
También Ursel Allenstein destaca la laboriosidad que exige su profesión. Acaba de aparecer un trabajo suyo que ha cosechado en el ámbito especializado intensa atención y también alabanzas: la traducción de la Trilogía Copenhague de la danesa Tove Ditlevsen. Sin la pandemia de coronavirus, refiere esta filóloga de lenguas escandinavas, habría hecho varios viajes a Copenhague para buscar en archivos y observar personalmente escenarios de la novela. Aunque, afirma, esa labor no es necesaria siempre, pues puede haber libros en los que no surgen dudas. En otros casos, sin embargo, hay que enfrentarse a “detalles minúsculos, desplazamientos de lo real, refinamientos lingüísticos”. En tales casos, Allenstein colabora estrechamente con la autora o autor. Como ejemplo aduce a Jonas Eika y su novela Nach der Sonne (“Tras el sol”).
Identidad e inteligencia artificial
La cuestión de quién está legitimado en realidad para traducir cuáles textos cobró hace poco una presencia pública desconocida hasta entonces. En marzo de 2020, la presión ejercida por activistas hizo que la traductora holandesa Marieke Lucas Rijnveld desistiera de traducir la colección poética de la norteamericana de raza negra Amanda Gorman. Patricia Klobusiczky, primera presidenta de la VdÜ y ella misma traductora, afirmó en una entrevista que le parecía inconcebible dejar de traducir a autoras y autores procedentes de mundos vitales ajenos a ella, pues “en tal caso no podría ya ejercer esa profesión”. Die Lyrikerin Amanda Gorman bei der Amtseinführung von US-Präsident Joe Biden 2021: Auf Druck von Aktivist*innen gab die niederländische Übersetzerin Marieke Lucas Rijnveld den Übersetzungsauftrag für Gormans neuen Gedichtband wieder ab. | Foto (Detail): © picture alliance/ASSOCIATED PRESS/Carolyn Kaster La misma falta de realismo, en este punto están de acuerdo Henning Ahrens y Ursel Allenstein, se revela en la idea de que, en un futuro no remoto, la labor de traductoras y traductores podría ser asumida por inteligencias artificiales o programas de traducción bajados de Internet: “El discernimiento y la sensibilidad que se necesitan aquí –refiere Ahrens– no son cosas que las máquinas posean, y tampoco creo que vivamos para verlas capaces de ello.”