Premio Alemán del Libro
El problema de la lista larga
Los premios literarios son buenos e importantes, pero los libros premiados no siempre son los más exitosos: una retrospectiva a los últimos diez años del premio literario más importante de Alemania, el Deutscher Buchpreis.
De Matthias Bischoff
En los Juegos Olímpicos no caben dudas: quien corra más rápido, se lleva la medalla de oro. Eso es imposible con un premio a la "mejor novela del año". Los criterios de elección de las obras galardonadas por el Deutscher Buchpreis varían entre premiar obras accesibles y elevadas, y el éxito con el jurado a veces difiere considerablemente del éxito en el mercado. Esta es una retrospectiva de los galardonados de los últimos diez años:
Eugen Ruge: In Zeiten des abnehmenden Lichts (2011)
Eugen Ruge
| Foto (detalle): © Claus Setzer
Esta novela dio a conocer a Eugen Ruge entre un público más amplio de la noche a la mañana, y cuenta la historia de Alemania dentro el marco agradable de una novela de familia. Ruge desarrolla un panorama del siglo xx con una enorme cantidad de personajes, que hablan sobre el exilio, el horror de los campos de castigo soviéticos, la fundación esperanzadora de la rda y su lamentable fin.
Es una novela sobre Alemania, una obra refinada y ambiciosa que no tardó en convertirse en un clásico muy leído.
Ursula Krechel: Landgericht (2012)
Ursula Krechel
| Foto (detalle): © Claus Setzer
Landgericht, de Ursula Krechel también cuenta un destino alemán típico en el siglo xx con un gran arco panorámico. El centro de gravedad de la historia del abogado Richard Kornitzer, basada en hechos reales, está en la época de posguerra, cuando Kornitzer quiere volver de su exilio cubano para asentarse en un Mainz completamente destruido. Ursula Krechel mezcla con soberbia lo documental y lo ficticio y, a pesar de su estilo aparentemente frío y distante, conmueve con la tragedia de esta vida tirada a la basura por el nacionalsocialismo.
Landgericht fue una campeona digna. Sin embargo, 2012 fue un año literario tan potente que podrían haberse elegido media docena de "mejores novelas", lo que demuestra un problema irresoluble del premio: de golpe aparecieron novelas tan excelsas como Sand, de Wolfgang Herrndorf; Fliehkräfte, de Stephan Thomes; Indigo, de Clemens J. Setz, y Nichts Weißes, de Ulf Erdmann Ziegler. Aller Tage Abend, de Jenny Erpenbeck, y Der Russe ist einer, der Birken liebt el debut aclamado por la crítica de Olga Grjasnowa, apenas llegaron a la lista larga.
Terézia Mora: Das Ungeheuer (2013)
Terézia Mora
| Foto (detalle): © Claus Setzer
Después del suicidio de su esposa, Flora, el letárgico ingeniero en sistemas Darius Kopp debe reconocer que apenas si la conoció. Al leer sus diarios se le revela un matrimonio en el que vivieron lado a lado sin una unión más profunda.
La novela entusiasmó al jurado por el contraste entre ambas voces y el equilibrio entre algunas escenas tristes y otras cómicas y extravagantes. Estas últimas también son muy necesarias, pues es evidente que la autora estudió muy de cerca lo que provoca la depresión en las personas, por lo que los pasajes de Flora están escritos con una precisión clínica que después de un rato cansa y ya no ofrece conocimientos nuevos.
Lutz Seiler: Kruso (2014)
Lutz Seiler
| Foto (detalle): © Claus Setzer
En retrospectiva, una de las primeras continuidades reconocibles del premio es que la disputa con la RDA y su final en 1989 tiene un papel importante en varias de las novelas galardonadas. Sin embargo, a diferencia de Eugen Ruge y de Ursula Krechel, Lutz Seiler no cuenta una epopeya, sino que hace un giro muy efectivo: su héroe, Edgar, no vive el fin de la RDA en Berlín ni en ninguna otra ciudad, sino en la isla de Hiddensee, donde es trabajador de limpieza, en los márgenes de la rda y también de la sociedad. Edgar se hace amigo de Alexander Krusowitsch, apodado "Kruso", y juntos encuentran una suerte de libertad interior en el Estado policial.
Con Kruso, Seiler logró un truco raro en la literatura alemana contemporánea: es una persona reconocible, un personaje con todas sus contradicciones, casi salido de una novela realista decimonónica, pero nunca pasado de moda. Kruso no es un ejemplo a seguir, es alguien que defiende sus principios a pesar de sus rasgos anárquicos, simplemente es una persona, algo que los autores nacionales se atreven a crear muy de vez en cuando, a diferencia de lo que sucede en el mundo anglosajón, por ejemplo.
Frank Witzel: Die Erfindung der Roten Armee Fraktion durch einen manisch-depressiven Teenager im Sommer 1969 (2015)
Frank Witzel
| Foto (detalle): © Claus Setzer / Börsenverein
El mundo del narrador infantil de este libro resucita el cosmos de la antigua RFA: en más de ochocientas páginas, esta novela bastante pesada está construida a partir de collages, recortes ficticios y reales, locuras, pedacería contada y reportada. Una mezcla en la cabeza del protagonista de 13 años.
La crítica quedó entusiasmada, las cifras de ventas crecieron... pero sigue en duda que los compradores de verdad hayan leído ese mamotreto. Sin embargo, con esta novela se puede hacer algo que en realidad está permitido con todas, pero que aquí es prácticamente obligatorio: saltarse capítulos enteros o solo leerlos por encimita, y luego hundirse a fondo en otros (¡como la magnífica interpretación caprichosa de la obra maestra de los Beatles, "Sgt. Pepper"!). Un libro que es una caja de sorpresas.
Bodo Kirchhoff: Widerfahrnis (2016)
Bodo Kirchhoff
| Foto (detalle): © Claus Setzer
Esta obra con un título original y un poco forzado cuenta la historia de un hombre de poco más de sesenta años que una noche recibe la visita de una mujer un poco más joven, que de pronto lo convence de emprender un viaje. Van juntos hasta el sur de Italia. Bodo Kirchhoff enlaza el destino de ese pequeño editor con la historia de una muchacha refugiada; el relato, un poco rebuscado en su trama y cargado de demasiadas reflexiones, logra sin embargo que dos realidades choquen de una forma eficaz.
Que la voluminosa novela de Bodo Kirchhoff Die Liebe in groben Zügen, que ahora se considera una de sus obras más importantes, ni siquiera haya llegado a la lista corta en 2012 sigue siendo una de las decisiones más cuestionables del jurado. Quizás se hayan dado cuenta demasiado tarde de que habían dejado una obra maestra en los últimos puestos y por eso, un intento un tanto tosco de subsanar ese error, cuatro años después decidieron darle el premio al mejor libro del año a su noveleta Widerfahrnis, una obra más bien secundaria en la producción de Kirchhoff.
Robert Menasse: Die Hauptstadt (2017)
Robert Menasse
| Foto (detalle): © Christina Weiß
Robert Menasse logró con su novela Die Hauptstadt aquella rara obra de arte con cuya lectura divertida y amena entiendes más del tema presentado que luego de haber leído diez librotes especializados. En ella, Bruselas representa todas las instituciones laberínticas y sinuosas de la Unión Europea y de todas las personas que trabajan en su interior, que conspiran, aman, sufren, se desesperan... un Moloch que devora a los individuos.
Aunque uno aprenda y comprenda, queda siempre un resabio un tanto amargo: todos esos personajes están ahí para cumplir una función, no parecen realmente vivos. Cumplen con un objetivo que no recae en sí mismos, sino en la descripción de las relaciones en la Unión Europea; en eso, a la novela le falta un poco de ímpetu épico.
Inger-Maria Mahlke: Archipel (2018)
Inger-Maria Mahlke
| Foto (detalle): © Sascha Erdmann
Esta novela pertenece a las obras premiadas que no tuvieron una larga vida. Inger-Maria Mahlke recorre en reversa un siglo lleno de cambios y dislocaciones en la isla de Tenerife, algo nuevo en la literatura alemana contemporánea. El jurado afirmó que la autora había examinado con destreza los sucesos históricos ocurridos entre 1919 y 2015, sobre todo durante la dictadura de Franco.
Por anticuada que pueda parecer esta necesidad, para los lectores que "quieren saber qué sigue", Archipiel no es la obra adecuada. Aún peor: la narración no cronológica hace que siempre sepamos más que los personajes; a veces eso está bien, pero a la larga el interés se desgasta un poco y la razón de fondo de ese método no se atisba tan fácilmente.
Saša Stanišic: Herkunft (2019)
Saša Stanišic
| Foto (detalle): © vntr.media / Sascha Erdmann
El galardonado de 2019 sin duda no escribió la novela de mayor calidad literaria del año, pero el jurado —como una excepción— eligió una obra humorística extraordinariamente accesible y por momentos desconcertante. Eso no cambia que durante la lectura a veces se agolpen las lágrimas, como cuando se habla de los abuelos o del amor del joven por su club de futbol, el Estrella Roja de Belgrado: para su último gran juego de la Copa de Europa, poco antes de la guerra civil, gente de todas partes de Yugoslavia se reunió en la plaza y en las tribunas del estadio, y el joven cree en el futuro de su país como si fuera algo seguro, mientras que sus habitantes empezaron a matarse apenas unas semanas después.
Así, a partir de muchas impresiones, surge un retrato del antiguo hogar derrumbado, pero también una imagen crítica, pero no amarga, de Alemania como destino de migrantes. Por eso Stanišic habla de "hogares" en plural de manera muy consciente. Su libro es parte novela, parte autobiografía y siempre una mera fantasía deliciosamente extravagante.
Anne Weber: Annette, ein Heldinnenepos (2020)
Anne Weber
| Foto (detalle): © vntr.media
Annette, ein Heldinnenepos, de Anne Webers, por el contrario, es una epopeya en verso muy artificial y con lenguaje poco común sobre una miembro de la resistencia francesa que obtiene el título de "justa entre los pueblos" por haber salvado a dos jóvenes judíos durante la guerra. Sin embargo, la implacable bretona, que trabajaba como neurofisióloga, tampoco se sentía cómoda en su país y se comprometió con el movimiento independentista argelino, por lo cual la condenaron a diez años de prisión en 1959.
Con sus versos no rimados, pero siempre con ritmo, Weber logra una distancia en la cual el asombro de la mujer testaruda y las preguntas sobre los límites de una vida en constante resistencia contra las circunstancias preponderantes se equilibran hábilmente. A Anne Weber, quien vive en París desde hace muchos años, no le interesa hacer una biografía, sino una vida ejemplar sobre un individuo en disputa constante con su sociedad.