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Columna sobre el lenguaje
Sobre la invención

Ilustración: Una boca abierta, un brazo que señala un globo con picos, en el globo hay un signo de admiración.
Inventar es una gran hazaña | © Goethe-Institut e. V./Ilustración: Tobias Schrank

En su última columna, Nora Gomringer le da vuelo al pensamiento de que todas las personas somos inventoras. Y de que este acto de invención es siempre tanto salvación como fuga. Algunos de estos inventos no pueden revisarse. Sobre todo, cuando tienen que ver con gigantes y venados.

De Nora Gomringer

Cuando somos pequeños, escuchar, imitar e inventar nos llevan al lenguaje oral y escrito. (Y apenas escribo esto, siento la necesidad de ser más general y decir: ¡al lenguaje! Porque también personas sordas, ciegas o con capacidades diferentes utilizan el lenguaje, sistemas de comunicación, patrones, señales sonoras para comunicarse entre ellos o, por supuesto, con cualquiera a quien quieran llegar.) Con frecuencia, cuando improvisamos, nos convertimos en lo que de por sí somos: inventores.

Inventar es un gran logro con un doble trasfondo: si se le usa en el campo de la técnica, con frecuencia representa una novedad. Si se le emplea en el ámbito de lo fantástico, se acerca a la mentira, a la ficción. Entonces se trata de un acto sujeto a un juicio moral. Y es que la invención, por supuesto, suele ser salvación y fuga al mismo tiempo.

Salvaguardar el conocimiento especial

Todavía hoy sigo descubriendo (activamente) las suposiciones y las invenciones de mi niñez basadas en estas suposiciones, o bien éstas se me revelan por sí mismas. Es decir, de cuando en cuando, me doy cuenta de que durante décadas enteras he partido de circunstancias específicas. En estas circunstancias basé después una que otra historia delirante para que algo me resultara inteligible, o para asombrar a otra persona con mi versión. Me alimentaba de los escándalos en miniatura, así fue como inventé muchas cosas. Muchos niños lo hacen. A algunos les ayuda a aliviar una sensación de inferioridad; por lo menos durante el instante en que quien los escucha pregunta, sorprendido: ¿Qué? ¿De veras pasó eso? ¡Por dios! ¡Qué locura, cuántas cosas sabes! Sí, ser el guardián de algún conocimiento especial resulta embriagador. Incluso los niños pequeños lo sienten y aprenden a inventar historias.

Algunos de estos niños se convierten en escritores. Cuando leemos sus biografías y sus propias declaraciones de cómo comenzaron a escribir, con frecuencia se remiten a sus infancias. Muchas veces resulta decisivo si fueron escuchados, vistos, si tuvieron interlocutores. Quién los alabó o los castigó, o si nadie los alabó o los castigó. Estas descripciones completan la historia de sus inicios. Me parece muy revelador saber si su niñez tuvo lugar en un escenario de tesón recompensado, de ambición o de un rechazo reiterado. Aunque, claro, lo opuesto también puede ser verdad. Así, niños felices también se han convertido de adultos en asesinos, y niños brutales han devenido adultos gentiles. El lenguaje puede conducir a que se hable más y a una mayor ornamentación de la comunicación, pero también al silencio, a su perturbación, a su gozo.

Las invenciones del poeta

Durante los últimos días, he sido un huésped constante en el hogar en que mi padre pasa su vejez. Desde que mi madre murió, el departamento que alguna vez compartieron se ha tornado solitario. Se volvió ajeno y lleno de fantasmas, el dolor y la confusión lo habitan. Ahí, en su oficina, a la que sigue asistiendo todos los días, está la máquina de escribir “Gabriele 10” de mi padre. Y todo aquel que le haya escrito alguna vez una carta a Eugen Gomringer, muy probablemente haya recibido una respuesta mecanografiada en ese instrumento ruidoso y un tanto voluminoso. Mi padre, el poeta, creó sus invenciones en esa máquina de escribir. Muchas. Todavía en estos días sigue inventando, escribe algunas líneas rápidas a mano y todavía es capaz de navegar en sus pensamientos con bastante rapidez. De esa manera se expresan monólogos enteros sobre ciertos colegas o muebles de diseño, obras de arte, encuentros.

También se explaya sobre nosotros, sus hijos. Me entero de cosas que había aprehendido o comprendido de otra manera, y sobre cuya base creé algunas edificaciones extrañas, algunos cimientos los tengo que volver a excavar ahora. Se debe ser el propio terremoto si es que se quieren desplazar las cosas. Pero algunas cosas quieren seguir siendo sólo invención y se resisten con vehemencia contra una revisión.

Todo es narración

No puede ser que el rottweiler no supiera hablar, recuerdo claramente las palabras que me dijo: “Diles que quiero entrar a la casa, sobre todo en las noches. Hazlo, sino me voy a comer a tu cuyo. Se comió al cuyo, que alcanzó a suspirar en mi dirección: “Está bien”, y que luego murió sangrando. No puede ser que no haya habido un gigante viviendo en la cantera de al lado y que por las noches bailaba con los murciélagos sobre nuestras placas de granito. ¿De qué otra manera me hubiera podido explicar cómo llegaron ahí las grietas y cómo Hess, el nombre del lugarteniente de Hitler, provocaba que un viento gélido soplara en el pueblo? Hess bailaba con particular desenfreno en las noches en las que no me atrevía a asomarme por la ventana. ¿Y el manantial en el bosque? Por supuesto que era el manantial del cuento del hermanito y la hermanita, y todas las piedras a su alrededor podían contar que ahí bebían dos venados que eran más que venados.

Fui hija de padres silenciosos quienes, cuando estaban juntos en una habitación, siempre encontraban temas y conversaban, lo cual ahora uno de los extraña mucho. Le falta lo más valioso que ambos poseían: la invención compartida de su Nosotros. Ahora invento para mí misma que mi padre habla con mi madre por las noche. También reinvento a mi padre una y otra vez, temblando sobre la base de suposiciones, a cuál más disparatada. Así, todo es narración, y la narración les da contorno a los cuerpos y los objetos hechos de pensamientos. Entre más comprensibles, más fascinantes resultan, más vagos, más honestos; porque, honestamente, ¿quién puede inventar la verdad y es luego capaz de vivir con ella?

Gracias

Muchas gracias por esta hermosa y valiosa oportunidad de compartir con ustedes algunas reflexiones poetológicas sobre mi trabajo. El Goethe-Institut celebró en estos días su aniversario 70, yo celebré más de 20 años de trabajar con él, para él y en sus estructuras. Pude visitar lugares y conocer a personas, compartir arte y trabajo de mediación con colegas y aprender de mucha gente. Además, el Goethe-Institut apoyó a muchas de mis traductoras y traductores para que trasladaran mis poemas a nuevas y maravillosas lenguas. Estos procesos aún persisten. Una vez iniciados, continúan desarrollándose. Forman e iluminan a todos los que participan en ellos. Es sobre todo esta autora la que sigue aprendiendo de manera continua. Me siento profundamente agradecida y conectada con ustedes. Suya, Nora Gomringer.

 

Columna sobre el lenguaje

En esta columna nos dedicamos regularmente al lenguaje como fenómeno cultural y social. ¿Cómo se desarrolla una lengua? ¿Qué relación tienen los escritores y escritoras respecto con “su” lenguaje? ¿Cómo marca el lenguaje a la sociedad? Diferentes columnistas –vinculados profesionalmente o de otro modo al lenguaje–, exploran su tema personal en seis entregas seguidas.

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