Ensayo fotográfico
El palacio punk
Mientras la ciudad se paralizaba o fingía detenerse en el marasmo de la pandemia, Alex Tapia imaginó una vida subterránea aconteciendo.
Una fotografía no es el mero resultado del encuentro entre un acontecimiento y un fotógrafo; hacer imágenes es un acontecimiento en sí mismo.
Susan Sontag
Lo que no se ve siempre es más sexy.
John Waters
En una calle del Centro Histórico de la Ciudad de México estaba ubicado un fragmento de tierra remota detenida en el tiempo: el Palacio Chino. En su interior, a lo largo de sus pasillos decorados con sinogramas, había representaciones de budas, pinturas de la dinastía Tang, dragones y pagodas de Birmania, cuyo propósito era albergar sueños y fantasías orientalistas. Ese era nuestro palacio del “lejano oriente”, el cual, en 1940, inauguró la única sala de cine en México con proyección panorámica. La cinta fue Luna de Miel del director inglés Alexander Korda. El evento fue reportado por los principales periódicos de México y los boletines de prensa llegaron a varios países del mundo. El Palacio Chino, como las exposiciones mundiales en París a inicios del siglo XX, anunciaba la modernidad de la ciudad con los ropajes y prestigio de lo antiguo.
El esplendor del palacio fue apagándose, como la misma Ciudad de México. En 2016, lo que para entonces era un multicinema, anunció su clausura. El edificio abandonado era un espectro transformándose en un palacio punk, emblema del deterioro de la vida y del derrumbe de lo que creemos que estará ahí para siempre.
Mientras la ciudad se paralizaba o fingía detenerse en el marasmo de la pandemia, imaginé una vida subterránea aconteciendo en todos y cada uno de los edificios abandonados de la Ciudad de México, como si se tratase de la respuesta autoinmune de ésta. En Atlantis los leones marinos volverían a devorar esqueletos humanos, en el cine Opera volverían las películas de ficheras con sus hordas de pornógrafos y en el Palacio Chino, habría una fiesta clandestina… una fiesta en la cual casi todo estaba permitido, una aglomeración de gente, entrando y saliendo por los pasillos descargando su olvido. La única regla sería mantener la luz al mínimo y la música arriba, sonando incesantemente. Sería un show en vivo, improvisado, sudoroso y desnudo.
La fotografía es el único para siempre, un registro que se vuelve doloroso por su caducidad. Estas imágenes documentan trayectos que hice durante los primeros meses del encierro. Por fuera, como repartidor de galletas, vi árboles muy verdes, un restaurante con un letrero de se vende, un anuncio de precaución tirado a la basura y el sol de 1000 watts. Por dentro, el registro de algo que aconteció en otra época pero que nunca ha sucedido: la libertad y la potencia de los cuerpos que no necesitarían hacinarse para estar.
En la noche no mienten los ojos. El SARS-COV-2 es un black-out de sueños, de pérdidas. La luz está adentro.
Este artículo apareció originalmente en el libro Blickwinkel: marasmo, editado por el Goethe-Institut México y la editorial Pitzilein Books.
Susan Sontag
Lo que no se ve siempre es más sexy.
John Waters
En una calle del Centro Histórico de la Ciudad de México estaba ubicado un fragmento de tierra remota detenida en el tiempo: el Palacio Chino. En su interior, a lo largo de sus pasillos decorados con sinogramas, había representaciones de budas, pinturas de la dinastía Tang, dragones y pagodas de Birmania, cuyo propósito era albergar sueños y fantasías orientalistas. Ese era nuestro palacio del “lejano oriente”, el cual, en 1940, inauguró la única sala de cine en México con proyección panorámica. La cinta fue Luna de Miel del director inglés Alexander Korda. El evento fue reportado por los principales periódicos de México y los boletines de prensa llegaron a varios países del mundo. El Palacio Chino, como las exposiciones mundiales en París a inicios del siglo XX, anunciaba la modernidad de la ciudad con los ropajes y prestigio de lo antiguo.
El esplendor del palacio fue apagándose, como la misma Ciudad de México. En 2016, lo que para entonces era un multicinema, anunció su clausura. El edificio abandonado era un espectro transformándose en un palacio punk, emblema del deterioro de la vida y del derrumbe de lo que creemos que estará ahí para siempre.
Mientras la ciudad se paralizaba o fingía detenerse en el marasmo de la pandemia, imaginé una vida subterránea aconteciendo en todos y cada uno de los edificios abandonados de la Ciudad de México, como si se tratase de la respuesta autoinmune de ésta. En Atlantis los leones marinos volverían a devorar esqueletos humanos, en el cine Opera volverían las películas de ficheras con sus hordas de pornógrafos y en el Palacio Chino, habría una fiesta clandestina… una fiesta en la cual casi todo estaba permitido, una aglomeración de gente, entrando y saliendo por los pasillos descargando su olvido. La única regla sería mantener la luz al mínimo y la música arriba, sonando incesantemente. Sería un show en vivo, improvisado, sudoroso y desnudo.
La fotografía es el único para siempre, un registro que se vuelve doloroso por su caducidad. Estas imágenes documentan trayectos que hice durante los primeros meses del encierro. Por fuera, como repartidor de galletas, vi árboles muy verdes, un restaurante con un letrero de se vende, un anuncio de precaución tirado a la basura y el sol de 1000 watts. Por dentro, el registro de algo que aconteció en otra época pero que nunca ha sucedido: la libertad y la potencia de los cuerpos que no necesitarían hacinarse para estar.
En la noche no mienten los ojos. El SARS-COV-2 es un black-out de sueños, de pérdidas. La luz está adentro.
Este artículo apareció originalmente en el libro Blickwinkel: marasmo, editado por el Goethe-Institut México y la editorial Pitzilein Books.