Este año, la película alemana candidata para el Oscar es Laberinto de Mentiras, ópera prima de Giulio Ricciarelli. Reconstruye cómo se gestó el primer juicio de Auschwitz, realizado en 1963, a cargo del Fiscal General Fritz Bauer, cuando el foco está puesto en olvidar el pasado y la nueva generación ignora lo sucedido en los campos de exterminio.
© Heike Ullrich
La acción se inicia en 1958, cuando un joven fiscal, Johann Radmann (Alexander Fehling) inicia su carrera y conoce al periodista Thomas Gnielka, quien aporta valiosa información para perseguir a los perpetradores de Auschwitz. El personaje de Johann Radmann es ficticio, pero resume distintos aspectos de la labor que realizaron los tres jóvenes fiscales que llevaron adelante la investigación: Joachim Kügler, Georg Friedrich Vogel y Gerhard Wiese, a quienes está dedicada la película, así como a Fritz Bauer. De los tres jóvenes, solo Wiese sigue vivo y comentó en una entrevista que la película se toma varias libertades respecto de los acontecimientos reales.
Alexander Fehling hace un retrato humano y cercano de Radmann. Recuerda en algo a su estupendo rol en Al final vienen los turistas, de Robert Thalheim, donde era un pasante en la actual Auschwitz y debe cuidar a un sobreviviente. Este encuentro lo lleva a cuestionarse qué significa la memoria, y es una de las mejores cintas alemanas sobre el tema. En Laberinto de Mentiras, en cambio, su rol es algo más previsible. Comienza en la absoluta ignorancia del pasado, y a medida que va escuchando los testimonios de los sobrevivientes se hace evidente que Auschwitz pone en jaque cualquier noción tradicional de justicia, de derecho y de ética. Se desestabiliza como ser humano, y su retorno a la senda de “hacer lo correcto” es la parte más débil del guión. Con todo, la tesis de la película es que no se trata de establecer quiénes son inocentes o culpables, sino de darle una voz a las víctimas. Este juicio de Auschwitz fue el mayor de la historia jurídica de Alemania y pese a que las condenas fueron magras, marcó un antes y un después. Nunca más se puso en duda la existencia de las cámaras de gas, por ejemplo.
La puesta en escena es muy cuidada, y busca ser un drama en sordina, donde las víctimas son mostradas con dignidad. También se evidencian las redes que protegen a los nazis. Para el director, hubo casi 20 años en que los alemanes no quisieron ver los horrores de su pasado, y ahora “no se quiere saber que existió esa época del no querer saber”. Una película interesante, con serias posibilidades de llegar a la selección final de los premios Oscar, y que llega a los cines chilenos el 19 de noviembre.