Feos pero útiles: el renacimiento de los bloques de apartamentos
Por mucho tiempo se consideró a los grises bloques de Alemania Oriental casi una lacra. Hoy ese tipo de urbanización celebra su regreso como bastión de la vivienda económica, entre otras causas, debido a agentes inmobiliarios ávidos de negocios.
Decir que son bellos sería demasiado. Además la belleza nunca fue su finalidad. Llamado coloquialmente “Platte” en alemán, el bloque de apartamentos fue en sus comienzos tan sólo funcional pero luego, expresión de una ideología. Fue símbolo de un sistema y testigo de un desmoronamiento. En años pasados sufrió la burla, la vergüenza, el escarnio. Todos deseaban su demolición. Pero los edificios sobrevivieron: en Berlín, en Leipzig y en ciudades como Potsdam o Erfurt. Los bloques de apartamentos son el despojo, ampliamente visible, del socialismo alemán.
Los grises complejos de viviendas se construyeron sobre todo en los años setenta, debido a la falta de vivienda y con la finalidad de albergar en el menor tiempo posible a la mayor cantidad de gente. En algunas ciudades, barrios enteros, con capacidad para cien mil personas, se levantaron usando ese modo de construcción prefabricada. Con el tiempo esos bloques se convirtieron en el símbolo por excelencia de la igualitaria ideología socialista. Hoy su aspecto produce desconcierto. A menudo están vacíos y se los considera casi una lacra. Si se encuentra un inversor, éste demolerá los edificios y construirá unos nuevos y más caros. En casi todas las grandes ciudades los precios del mercado inmobiliario han aumentado mucho, pero la gente no quiere vivir en esos toscos armatostes comunistas. La mayoría quiere un apartamento elegante con piso de madera, balcón y techos altos.
Inmuebles a precio rebajado
Pero aquellos que no pueden pagar este tipo de vivienda se ven cada vez más desplazados a la periferia. Los barrios cercanos al centro de la ciudad van atrayendo a personas de altos recursos. El proceso de gentrificación avanza, el espacio habitacional se torna escaso y se encarece. Y precisamente en ese contexto entra en juego el bloque de viviendas, dice Lutz Lakomski, uno de los gerentes de la empresa desarrolladora de proyectos GPU. Junto a su socio, Arndt Ulricher, invierte allí donde nadie quiere invertir. Compran en Berlín bloques de vivienda a punto de demolición, los sanean y crean en su interior apartamentos pequeños, que luego alquilan a precios razonables.
A la hora de buscar una residencia económica, el bloque de apartamentos ofrece sobre todo una ventaja: ya existe. Eso ahorra tiempo, burocracia y costos. Además, la modernización energética es relativamente barato. El grupo al que está dirigido son estudiantes, docentes, jubilados, es decir, los que pierden con de la gentrificación. “Nos orientamos a personas que ganan entre 800 y 1000 euros por mes”, dice Lakomski. A menudo el mercado inmobiliario no le presta a esa franja suficiente atención. “Todos quieren construir y hacer realidad sus aspiraciones. Pero eso es caro. Ahora bien, es mucha la gente que gana poco y hay que tenerla en cuenta.” Como empresario, Lakomski tiene una visión lúcida: si hay una demanda, él crea la oferta.
Espacio habitacional económico
En cierto sentido, el bloque de apartamentos está retornando a sus orígenes. En sus comienzos no fue una idea socialista; la construcción con componentes prefabricados inició su carrera victoriosa en Alemania durante la República de Weimar. En aquella época el Estado buscaba modos de crear viviendas económicas. El edifico racional, masivo, era el proyecto opuesto a la arquitectura de motivación artística y tenía como objetivo albergar de modo apropiado a personas de sectores sociales desprotegidos.
Pues bien, el mismo principio llegó hoy al mercado inmobiliario de financiación privada. En una antigua oficina del Ministerio de Seguridad de la República Democrática Alemana, en el barrio Lichtenberg de Berlín, Lakomski y Ulrich instalaron pequeñas viviendas y una guardería infantil. El macizo edificio de nueve pisos, ubicado en la Frankfurter Allee, ha sido pintado de amarillo. La mayoría de los apartamentos tiene una superficie de 25 a 35 metros cuadrados; el más barato cuesta 299 euros por mes incluidos los costos de calefacción. Sin embargo, al final de cuentas, lo conveniente no es el precio del metro cuadrado sino la dimensión del apartamento. Los apartamentos para solteros son raros en Berlín, a pesar de ser una ciudad que atrae cada vez más a los jóvenes y en la que cada vez son más las personas que viven solas.
También otros empresarios volvieron a fijar su atención en los bloques de apartamentos. Por ejemplo, unos inversores han adquirido para su saneamiento un viejo, derruido hogar para trabajadores temporales en la Wartenberger Strasse. Allí se construirán 625 apartamentos.
Concentración en lugar de belleza
Se trata de un pequeño renacimiento del bloque de apartamentos y al mismo tiempo de un nuevo cambio de su significado. Si en los años posteriores a la caída del Muro fue rechazado como símbolo de una equivocada ideología de la igualdad, hoy se ha convertido –así lo ve el arquitecto David Chipperfield– en un signo de la heterogeneidad social. En una entrevista con el periódico Die Welt, el británico dice que esos armatostes pueden ser feos, pero son útiles porque aseguran la mezcla social en el espacio urbano. Resulta difícil de imaginar que el bloque pueda gentrificarse. Precisamente su aspecto y el estigma de su historia, cree él, los hace inadecuados para viviendas lujosas.
Lo que Chipperfeld considera más bien desde un punto de vista sociológico, los empresarios lo ven desde una perspectiva pragmática. La inmigración a las ciudades aumentará. Lakomski dice que tras haber instalado guarderías en el bloque de apartamentos, el paso siguiente podría ser tener escuelas. “Y también la cuestión de cómo albergaremos a los refugiados es cada vez más importante”. La empresa proyecta un nuevo edificio de 100 metros de alto. Tampoco aquí se trata de belleza, sino de concentración. Lakomski sueña con una nueva especie de bloque de viviendas: uno construido para ser funcional, como siempre.