¡¿Derecho a la ciudad?! Sobre el uso de los espacios públicos
¿A quién le pertenece la ciudad? "Está en las calles, cuelga de los árboles y se esconde bajo los adoquines…" Organizaciones luchan por mayor participación en el diseño de espacios urbanos.
La ciudad no es solo un espacio urbanizado, sino por sobre todo, un espacio social. En los últimos años se han formado diferentes colectivos, movimientos de resistencia social y agrupaciones que luchan por mayor participación y cogestión. En este proceso, han surgido preguntas fundamentales, que develan a la ciudad como un espacio en el que se realizan diversos procesos de negociación en torno al poder de definición y acción. ¿Quién define la imagen de una ciudad y quién es el encargado de su desarrollo futuro? ¿Quién tiene voz y a quién se escucha? ¿Quién tiene poder de disponer y actuar y quién decide sobre qué se construye, qué es lo que da forma y define, tanto la vida como la convivencia urbana diaria? El tema del espacio, así como se ve, es siempre también un tema de poder.
Equipamiento urbano
Desde hace algunos años, es posible observar en todo el mundo inversiones de capital en terrenos y suelos, en inmuebles e incluso en la construcción de ciudades completas en zonas de expansión que ya se encuentran curso o en proyección. Este fenómeno se repite desde Europa, Rusia, EEUU y África del Norte, pasando por los Emiratos Árabes, China, India, Malasia, Indonesia hasta llegar también a Vietnam o a Camboya en el último tiempo. El equipamiento urbano y estructural que este proceso requiere se realiza bajo el signo de una "acumulación por expropiación", como lo formulara el geógrafo estadounidense David Hatvey.
La integración de variables economicistas en la gestión del espacio, o mejor dicho, de la ciudad, no es algo nuevo. Lo nuevo es su envergadura financiera, la dimensión y el alcance de las inversiones de capital, y la ignorancia y falta de consideración frente a los habitantes de las ciudades, así como frente a su derecho a satisfacer sus necesidades básicas y al ejercicio de la democracia, expresada en transparencia y participación política en las decisiones de planificación. Se destruyen barrios completos, se desplazan vecinos o simplemente se los expulsa con bulldozers y con la policía para hacer espacio a nuevos complejos de oficinas o de servicios, proyectos de infraestructura, centros comerciales, costosas viviendas y también instalaciones culturales como museos o teatros. Las crisis financieras y la erosión de los mercados parecen no hacerle mella a este boom, más bien se pensaría que el efecto es el contrario, puesto que el inmobiliario sigue siendo considerado un sector sano y seguro para las inversiones de capital.
Movimientos de resistencia urbana
Cada vez más, sin embargo, esas inversiones encuentran resistencia, como claramente muestran, por ejemplo, las reacciones ante "Stuttgart 21", el proyecto ferroviario e inmobiliario en torno a la estación central de trenes de Stuttgart. Estos movimientos de resistencia urbana contra este tipo de megaproyectos, contra una política urbana y una política de localización que concibe las ciudades como consorcios y los espacios urbanos como mercancía, pueden englobarse bajo el concepto de "derecho a la ciudad", acuñado por el filósofo Henri Lefebvre en 1968 en el contexto del mayo francés y desarrollado en su publicación homónima Le Droit à la Ville. En muchos países, también en Alemania, se han formado numerosas organizaciones, ONGs y redes bajo este sello. Así, en Hamburgo, por ejemplo, diversos grupos, asociaciones y personas individuales se han juntado para protestar contra la "marca" Hamburgo y la destrucción de estructuras urbanas, contra el alza de los precios de los arriendos, la política de la revaluación y la transformación de sus barrios en pequeñas disneylandias.
La ciudad como recurso
En las muchas veces citada afirmación de Lefebvre, de que "… el derecho a la ciudad es como un grito y una exigencia…" se reflejan dos direcciones del movimiento del "derecho a la ciudad". Para unos, se trata antes que nada de la satisfacción de ciertas necesidades existenciales, como la vivienda, y del acceso a recursos necesarios para la subsistencia, como el agua, por ejemplo; a servicios básicos, como retiro de basura o alcantarillado; y a infraestructura, calles y transporte público, entre otros. Para otros, su demanda es expresión del anhelo de una ciudad que posibilite y fomente precisamente aquello que define la vida en la ciudad y la cultura urbana, es decir, heterogeneidad arquitectónica, social y cultural, así como, la posibilidad de una coexistencia productiva de diversidad en lugar de una división social y socio-espacial. Aun cuando los conflictos por el derecho a la ciudad en Alemania están comparativamente en un un punto inicial (todavía), a estas alturas debería estar claro que la ciudad constituye un recurso valioso, cuyo uso con finalidades puramente lucrativas, tendrá seguramente al largo plazo consecuencias para la sociedad en su conjunto y para la convivencia al interior de las mismas. Teniendo en cuenta el hecho de que cada vez más personas viven en las ciudades, un desarrollo urbano racional, sostenible, social y equilibrado en relación a diferencias de clase, género o étnicas, se vuelve más que necesario.