Cortesía del artista, Mendes Wood DM, São Paulo y Nils Staerk, Copenhague
El arte del sur ocupa un lugar cada vez más importante en la escena internacional. ¿Pero significa esa inserción en un círculo hegemónico autonomía e independencia?
A partir de los años ochenta, en el marco de los estudios multiculturalistas y pos-colonialistas, tiene lugar una revisión de la historia del arte. Esta ha iniciado un proceso de reescritura de discursos, en el cual se incorporan actores anteriormente eclipsados, a saber, aquellos de la llamada periferia: Asia, África y América Latina. La exposición Les magiciens de la terre (realizada en 1989 en el Centro Georges Pompidou en París), que incluyó a artistas provenientes de lugares distintos al eje Europa-Estados Unidos, se convirtió en un hito histórico de aquella revisión, que desde entonces se viene intensificando año tras año.
Esa nueva conformación geopolítica del arte, que pasa a incluir la producción de regiones en cierta medida marginales, es resultado, por una parte, de un esfuerzo teórico genuino, pero por otra, de las necesidades de un mercado saturado, que se ve obligado a ampliar sus dividendos a otras latitudes.
La singularidad brasileña
Si examinamos el caso de Brasil en particular, podemos observar un debate muy estimulante. Mientras que a nivel cultural en general los clichés tradicionales de la samba y el fútbol siguen dominando, en el campo del arte contemporáneo nos sentimos “casi europeos”. ¿Por qué? Entre otras razones, porque el modernismo brasileño surgió de influencias marcadamente europeas. Además, en lo que respecta a las artes plásticas, siempre fuimos, para bien o para mal, más europeos y formalistas que nuestros vecinos latinoamericanos.
Sin embargo, si bien la modernidad brasileña surgió de fuentes marcadamente europeas, esto no significa que hayamos imitado incondicionalmente aquel modelo. Por el contrario, desde entonces existe algo que se puede leer como un rasgo “original” en nuestra producción. Se trata de la incorporación de referencias del llamado “norte” (u “occidente”), así como la creación de algo distinto: la famosa antropofagia brasileña.
Periferias internas
Y no obstante, en Brasil sigue existiendo en cierta medida un enorme autismo frente a las propias periferias internas. En un país de dimensiones continentales, el norte brasileño es nuestro nuestro propio sur interno, mientras que Río de Janeiro y São Paulo serían el norte dentro de Brasil, entendiendo estas ubicaciones como parámetro de relaciones de poder y hegemonía.
Cuando decimos que desde los años ochenta asistimos a una revisión histórica en el campo del arte, debemos subrayar también que Brasil ha contribuido activamente a esta revisión solo en contados momentos. Acaso ni siquiera podemos reconocer, en la cartografía interna del Brasil, a qué totalidad pertenecemos. La producción artística de la Amazonía, por ejemplo, sigue siendo una escena prácticamente desconocida. Apenas en los últimos años han llegado al eje Río-São Paulo contenidos importantes de aquella región, y cada vez se realizan más viajes y debates.
Construcción de narrativas propias
Pero a pesar de este autismo, Brasil es sin duda un modelo exitoso en el arte de los últimos veinte años. Se ha convertido incluso en una especia de label: una nación emergente que ha llegado a la carátula de The Economist, con el titular “Brazil Takes Off” (“Brasil despega”). Es uno de los Estados BRICS y un país cuya producción artística actual tiene una fuerte presencia internacional.
Las artes visuales flotan muy bien sobre esta ola. Hélio Oiticica y Lygia Clark se han convertido en referencias para artistas y curadores del mundo entero, con muestras en la Tate Gallery en Londres o en el MoMA de Nueva York. Un nombre como Lina Bo Bardi ha pasado a ser parte de curadurías y textos de grandes plumas del norte/occidente. Pero una pregunta permanece abierta: ¿Significa esta inserción en un círculo hegemónico que realmente ocupamos un lugar más activo e independiente en la escena artística mundial?
Tiendo a pensar que no. Por más antropofágicos que seamos, muchas veces acabamos por ser simplemente canibalizados. Oiticica, Clark, Oscar Niemeyer y Bo Bardi son algunas de las más conocidas commodities del arte brasileño que juegan actualmente un papel en obras, textos y exposiciones en todo el mundo. Sin duda, muchas veces de forma rigurosa, seria, fruto de la investigación profunda, pero también en otras ocasiones de manera miope y superficial en cuanto a lo que respecta a la historia, la producción y el sistema del arte en Brasil.
Lo que está en juego es la capacidad del sur de desarrollar un discurso propio, de no dejar que otros lo construyan por nosotros. No tenemos respuestas preparadas, pero ahora más que nunca es necesaria una postura crítica, de cuestionamiento constante, que indague sobre el papel del sur en la escena mundial, observando su ascenso con desconfianza y mirando más hacia adentro que hacia afuera. El sur del sur aún debe ser descubierto.