En pleno siglo XXI ciertos procesos coloniales siguen mostrándonos la cara más oscura de nuestro pasado: el racismo, el patriarcado y el sometimiento del otro como formas de opresión vigentes. En ese contexto, los estudios poscoloniales se han convertido no solo en una herramienta de conocimiento, sino en un bastión de resistencia.
© GEHA blog Pocos territorios como el del sur americano han sido definidos de manera tan determinante por una visión colonialista. No es extraño, pues, que en todo el continente, y particularmente en el ámbito académico argentino, se haya sistematizado, durante las últimas tres décadas, un amplísimo repertorio de estudios poscoloniales, ese gran eje discursivo que pretende trascender los remanentes de la visión imperialista del continente con el doble objetivo de suspender toda huella de vasallaje cultural y de proponer una nueva lectura del ser latinoamericano.
Los estudios poscoloniales en América Latina
En su versión latinoamericana, los estudios poscoloniales han intentado, en suma, pensar una identidad propia a través de una serie de aproximaciones críticas articuladas en torno a la idea de que el continente demanda coordenadas de investigación propias, singulares y contrahegemónicas. Pero ¿cuándo surge la idea de una América del Sur poscolonial? En el ámbito global, se suele establecer como inicio del período histórico poscolonial la independencia de la India del Imperio Británico (1947) y es el libro
Orientalism (1978), del palestino Edward Said, el que definiría las líneas principales de esta corriente teórica. Cabe mencionar, sin embargo, que desde América Latina ya en 1971 se prefiguraba un discurso que oponía a la mirada del otro la “mismidad” —por oposición a la “otredad” o extrañeza del otro— como herramienta epistémica. Nos referimos al trabajo del cubano Roberto Fernández Retamar, quien en su libro
Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América, una lectura de
La tempestad de Shakespeare, que el autor usaba como recurso para diferenciar tres actantes —Próspero, Ariel y Calibán (anagrama de “caníbal”, el salvaje)— de la configuración identitaria del Nuevo Mundo. Próspero representa al colonizador, Ariel al intelectual latinoamericano, y Calibán a las masas “domesticadas” por el blanco.
Sin embargo, no sería hasta las década de los ochenta cuando empezaron a sistematizarse los estudios poscoloniales en América Latina para, ya en los noventa, culminar en la creación de dos grupos emblemáticos: el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos —entre cuyos miembros se encontraban Javier Sanjinés, José Rebasa, María Milagros López y Walter Mignolo— y el Grupo Modernidad/Colonialidad/Descolonialidad (M/C/D), cuyo principal artífice fue el propio Mignolo. En The Darker Side of the Renaissance (1995), el semiólogo argentino denuncia ese lado oscuro del Renacimiento europeo que representó la colonización de las Américas. Mignolo establece además el término “posoccidentalismo” como “palabra clave para articular el discurso de descolonización intelectual desde los legados del pensamiento en Latinoamérica.” Junto a pensadores como el sociólogo peruano Aníbal Quijano, el filósofo argentino Enrique Dussel o la pedagoga ecuatoriano-estadounidense Catherine Walsh, Mignolo y el Grupo M/C/D definieron la colonialidad como la parte negativa de la modernidad, ya que esta misma se habría construido a partir de un ideario occidental y capitalista. En ese sentido, resulta interesante que estos espacios de discusión hayan surgido en el seno de la academia norteamericana —aunque el grupo se gestó en un primer encuentro en Caracas, en 1998, su consolidación ocurrió en sucesivas reuniones en ciudades como Boston, Binghamton o Durham— es decir, en el centro del más contemporáneo foco del colonialismo cultural.
Hacia la descolonialidad
En cuanto al término “descolonialidad”, es una propuesta que supera en muchos casos el propio concepto de poscolonialidad, y divide el colonialismo en colonialismo del poder, colonialismo del saber y colonialismo del ser. En ese sentido apunta Aníbal Quijano que “el poder tiene que ser descolonializado para que las relaciones predatorias con el resto del planeta puedan también ser también descolonializadas.” Parte de las reivindicaciones de Quijano apuntan también a la reivindicación de los pueblos indígenas y de su recuperación identitaria, independientemente de los imperios que los sometieron.
Y es que los estudios poscoloniales latinoamericanos han representado un viaje de ida y vuelta, de sur a norte, de norte a sur, generando en el camino un proceso de erosión de antiguas categorías epistémicas dentro del corazón de Occidente. Para el escritor y crítico catalán Jordi Carrión, autor de libros como Norte es Sur. Crónicas americanas, “Tal vez el problema sea de unidades de pensamiento: no sirve “El Sur”, no sirve “América Latina”, no sirve “lo nacional”. Y, no obstante, es imposible escapar de las etiquetas macro. Las necesitamos. Nos esclavizan.”
El arribo de la posmodernidad ha significado para los estudios poscoloniales la polarización, desde una perspectiva política, de sus principales valedores. Pero también la incorporación de nuevas categorías de estudios, que se manifiesta en una significativo incremento en la presencia del feminismo y las teorías género, el estudio del heteropatriarcado como forma de colonización, las transculturalidad, la crítica a los procesos de globalización, etc. Tal vez por eso el discurso poscolonial no sólo está vigente, sino que se hace cada vez más necesario en tanto sistema de vigilancia de la pulsión dominadora que atraviesa la política, la economía, las relaciones sociales y encuentra cada día nuevas formas de penetración.