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Es difícil imaginarse una vida en Europa Central sin puntualidad. Pero de hecho, la dictadura del reloj proviene de la era de la industrialización y es, según expertos, un modelo pasado de moda.
Dos personas quieren encontrarse. Acuerdan una cita a una hora específica, digamos por ejemplo dos de la tarde. La persona A llega cinco minutos antes de la hora acordada, pide un café, hojea una revista. La persona B llega sin aliento a las 2:15 a la mesa donde la persona A se encuentra sentada. B ofrece disculpas por su retraso. Dice que recibió una llamada importante justo en el momento en que salía. Ambas personas sonríen, todo está bien.
Si usted es un europeo central o un alemán, es muy probable que esta escena le parezca como dictada por una ley de la naturaleza. Las personas acuerdan una cita, se esfuerzan por llegar a tiempo y ofrecen disculpas si se retrasan.
La invención de la puntualidad
En realidad, casi todo en esta escena es una construcción cultural altamente compleja. Prácticamente nada de lo que ocurre cuando dos personas se encuentran es algo obvio. Casi todo es aprendido. A ello también pertenece la puntualidad.
“El comportamiento puntual va contra la naturaleza temporal del ser humano”, sostiene Karlheinz Geißler, profesor emérito de Pedagogía de la economía, y un renombrado experto en la historia cultural de la percepción temporal. “El ser humano no nace ni muere puntualmente, sino que tiene que ser convertido en un ser puntual”. La puntualidad, dice Geißler, es una invención del siglo XIX: apenas en la era de industrialización se volvió posible establecer momentos específicos y de validez universal, gracias la producción masiva de relojes mecánicos. Así, el respeto frente a la hora y la puntualidad adquirió relevancia social.
Vivir la vida según lo dicta el reloj se convirtió en una virtud y la puntualidad es uno de los atributos más importantes del hombre moderno. “El hombre nuevo debía ser objetivizado, cuantificado y redefinido en función del reloj y del mecanismo. Ante todo, la vida y su tiempo debían sincronizarse con el reloj, con las exigencias de los horarios y la eficiencia”, escribe el sociólogo estadounidense Jeremy Rifkin en su estudio clásico Las guerras del tiempo (1987). Antes de la invención del reloj era prácticamente imposible coordinar temporalmente las actividades de la gente. Pero la industrialización hizo de esa coordinación una necesidad. La puntualidad se convirtió en la gran tarea educativa de la naciente sociedad industrializada.
La desprogramación de la sociedad
Es evidente que esto funcionó muy bien en Europa Central, especialmente en Alemania. Cuán artificial es la famosa “puntualidad alemana” se observa en las considerables diferencias en la forma en que otras culturas coordinan la hora y la vida. Quien quiera acordar una cita en una cultura que desconoce, debe muchas veces aprender primero cómo se relaciona aquella cultura con la puntualidad: ¿Cuánto tiempo hay que esperar a una persona? ¿Qué implicaciones tiene llegar tarde? ¿Qué tipo de disculpa se puede esperar, y cuál es aceptable? ¿Es acaso descortés llegar puntualmente a una cita acordada?
E incluso en la compenetración de los europeos centrales con la puntualidad, supuestamente muy sólida, hay grietas. Mientras que, durante mucho tiempo, en Europa Central fue casi inimaginable ser serio sin ser al mismo tiempo puntual, hoy en día esa idea es bastante relativa. “Podemos ser serios y sin embargo impuntuales, por ejemplo si llamamos para avisar que llegaremos tarde”, dice Karlheinz Geißler. También en otros campos, la vida funciona cada vez menos según el reloj. La llamada televisión por demanda se impone cada vez más, ahora es posible leer artículos en internet en cualquier momento o escuchar programas de radio como podcasts. “Estamos desprogramando nuestra sociedad”, pronostica Geißler.
Ritmo en vez de un compás estricto
Parece como si estuviera sucediendo algo que nos vienen recomendando todos los libros de autoayuda desde hace años: debemos disminuir la velocidad, rebelarnos contra la dictadura del reloj, que somete nuestra vida a un compás estricto. El compás, que por definición es la repetición sin desviación alguna, debe ser reemplazado por el ritmo, la repetición flexible.
En efecto, todos los organismos están estructurados temporalmente a través de ritmos. Según han descubierto los biólogos, en cada célula hay un reloj: el tiempo corporal del llamado ritmo circadiano, que dirige toda nuestra existencia. Él define cuándo nos despertamos, cuándo nos sentimos cansados, según qué ciclo trabajan nuestro órganos. “Estos relojes internos están sincronizados según la luz del sol, y ellos nos dirigen a un compás armonioso a través del día y la noche”, explica el investigador y psicólogo Marc Wittmann. Ciertamente, no podemos percibir directamente nuestro tiempo corporal. Pero sí podemos y debemos tomar seriamente las señales que nos da nuestro cuerpo: ¿Cuándo trabajo mejor? ¿Cuándo sería recomendable hacer una pausa?
“Hoy en día tenemos la gran oportunidad de vivir más de acuerdo a nuestro propio tiempo natural que al reloj”, dice Karlheinz Geißler. Por no hablar del hecho de que incluso la supuesta puntualidad alemana es cada vez más un cliché superficial. “Si lo vemos con cuidado, es claro que la puntualidad de los alemanes es solo un efecto de la división minuciosa de la organización del tiempo”, afirma Geißler. “Eso no significa que por eso logremos siempre ser puntuales”.