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Guerrilla Marika

Reflexiones
por César Cisternas y Cristián Aravena

Publicado en www.tdz.de/chile el 29.09.2023
Guerrilla Marika

Performers en el marco del desfile en e carnaval de La Legua en la calle | © Ana Carolina Alba

El golpe de Estado de septiembre de 1973 es una fisura abierta en la historia de nuestro país. A los sectores populares organizados y a nosotras, como disidencias sexuales, nos vino a sacar el maquillaje a punta de fusilazos, pero ya había pasado. Carlos Ibáñez del Campo (con su período dictatorial entre 1927 y 1931) nos metió en campos de concentración y luego, adormiladas, nos tiró al mar con tacos de cemento, pa’ que la mariconería no saliera a flote.

            Junto con conmemorar los cincuenta años del golpe, este año recordamos también un hito para las disidencias sexuales chilenas: el 22 de abril de 1973, en pleno gobierno de la Unidad Popular, un grupo de travestis proletarias protagonizaron la primera irrupción visible de la mariconería en nuestro país. La prensa las bautizó como Las Locas del 73. 

            Esta manifestación fue llevada a cabo porque las compañeras eran perseguidas, arrestadas y maltratadas, casi torturadas en allanamientos llevados a cabo por las fuerzas represivas, antes de que los militares rastreros nos bombardearan el jolgorio proletario de los años 70. Esta protesta fue un rasguño para la Historia, en mayúsculas, esa de los hombres heteros y heroicos que acostumbran a silenciar las vivencias de los sectores más fragilizados dentro de los marginados.

            A cincuenta años de esas fechas de 1973, y con toda la historia de dolor a cuestas, seguimos tomando una posición hacia y con los sectores populares adonde dirigimos nuestro accionar. Pero esto no es ni ha estado exento de conflictos. Si bien nos reconocemos —como plantea el zapatismo— hacia abajo y a la izquierda, sabemos que habitamos lugares de borde, de limen y diferencia dentro de estos sectores, que también históricamente nos han señalado y perseguido. Los ideales de revolución que han existido para las izquierdas latinoamericanas no nos han contenido. Y aunque nos reconocemos desde este lugar de clase, el género y sus manifestaciones nos siguen separando. Somos una mezcla rasca, como la historia misma de este país y su supuesto desarrollo jaguar. Somos un quiltraje honesto de hueas que insiste en juntarse y generar puntos de encuentro, que creemos cada vez más necesarios. 

            A cincuenta años nos vamos reconociendo como sobrevivientes al Golpe siniestro y cobarde, a los disparos por la espalda, sean balas, puñales, insultos o puños. Nuestras falditas entierradas, escupidas, que se vieron —y ven— obligadas a partir al exilio de nuestras calles periféricas. Esa violencia sigue intentando apagar nuestros deseos. Ese es uno de los motivos que nos hace poner los cuerpos en las calles para seguir recordando el dolor que nuestra gente vivió. 

            Tras cincuenta años de historia somos capaces de reconocer el giro conservador y retrógrado que ha embargado tanto a la sociedad chilena como al mundo. Y tenemos que volver a invocarnos, desde lo feo, lo precario, lo periférico como una decisión política que hace referencia directa a de dónde venimos y hacia dónde queremos dirigir nuestros esfuerzos travestis rascas, ahora en un odio encarnado en una sociedad educada en la cultura lamebota y arribista, relegadas a espacios ocultos de esos que guardan la vergüenza, incluso por el deseo culposo hacia nuestros cuerpos.
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