Hace cincuenta años yo trabajaba en la Universidad Católica como secretaria, ya tenía cuatro hijas y treinta y ocho años. Me di cuenta de que había abandonado mi sueño y mi carrera de actriz porque necesitaba la plata. Volví a estudiar a los treinta y ocho años en la Escuela de Teatro de la Universidad Católica y seguía trabajando medio tiempo como secretaria. En esa época, en el año 77-78, Tres Marías y una Rosa significó mucho para mí. Con esa obra giramos mucho por todo el mundo. A través de esa ella poníamos lo que estaba pasando en la época en escena con mis compañeras. Era una obra política escrita por David Benaventes en su versión definitiva. Era muy divertida y muy dolorosa. Cuando vino el NO (el plebiscito del año 89) fue muy vibrante porque por fin podíamos hablar, porque durante muchos años habíamos tenido mucho miedo, un miedo indescriptible, nos habíamos enterado del horror constantemente, nos habían censurado obras, teníamos compañeros de escuela encerrados en el estadio, había sido tan duro... pero eso también se convirtió en dolor muy rápido, y hoy creo que Chile perdió la brújula. Este país es otro país, hoy estamos de nuevo muertos de miedo, por otras razones, yo ando hace tres años con mi carnet y mi tarjeta en un estuchito colgados del cuello.
Después de años trabajando en teleseries y algunas obras, yo volví a hacer teatro gracias a Francisco Medina y Teatro Niño Proletario. Con ellos giré mucho por todas partes del mundo y me hicieron muy feliz. Me enamoré de todos ellos. Ellos son muy testigos de la realidad, hacen versiones escénicas de lo que socialmente está pasando. Como yo he sido testigo de los cambios que ha vivido esta sociedad, culturalmente, así el teatro es hoy muy distinto a lo que viví al inicio. Los temas, los mensajes… pero siguen para mí primando los afectos. Yo trabajo desde ahí. Vinculándome a través de los afectos.
