Cincuenta años de suspensión, como si las partículas de polvo del derrumbe ideológico hubiesen quedado en las calles, en las casas, en los cuerpos, en las gargantas de ciudadanas y ciudadanos. Partículas de miedo y pena en las vestimentas, en los huesos, en las miradas. Polvo de cuerpos nunca encontrados que se levanta con los vientos del norte y del sur. Partículas, moléculas, pequeñas partes de un gran todo diseminado, como un cuerpo cercenado.
Hemos aprendido a avanzar en medio de polvaredas, sin horizonte a la vista.
Los cielos se despejaron a ratos ante la promesa del arribo de la democracia en los años 90 o del estallido social y sus justas demandas acalladas-baleadas hace ya casi cuatro años; la necesidad de desplazar la nube espesa a punta de fuerza ciudadana que exigía visibilización y reparación como un derecho y una condición básica para avanzar con objetivos fue momentánea, porque luego todo volvió a nublarse.
Al parecer se trata de sobrevivir en medio de la penumbra, hemos aprendido a hacerlo en estos cincuenta años y podríamos seguir haciéndolo durante cien o doscientos años más, a costa de la mirada amplia.
Soy una actriz chilena de cuarenta y cuatro años que, con la mirada velada, ha aprendido a observar con el contacto, con la escucha, y a despejar el aire que respiro con el aliento de la comunidad artística que me alberga. Avanzamos tomados de las manos para no extraviarnos y seguimos las huellas de aquellas y aquellos que van más adelante. En la ruta recogemos los pedacitos y tratamos una y otra vez de reconstruirlos, porque en esos cuerpos cercenados habita una verdad que nos define, porque aquello que “fue” es lo que “somos”, así lo entendemos porfiadamente porque la identidad es la fuente de la creación. Somos como individuos en un correlato de lo colectivo, y esa certeza me hace apretar más fuerte la mano de quienes me acompañan.
Cincuenta años de suspensión, nublamiento, de claro-oscuro, con más sombra que luz, hay que decirlo, y en medio de eso destellos brillantes; dicen que las células emiten luz antes de morir, de alguna manera nuestras muertas y muertos alumbraron y alumbrarán nuestra ruta. Dicen que el tiempo no es lineal y que, por lo tanto, la división del pasado y el presente no existe, porque el tiempo son millones y millones de moléculas vibrando en el espacio-tiempo, algunas con mayor o menor entropía. Así, el pasado siempre vibrará en el presente, y esto que hoy se mueve en medio de nosotras y nosotros remece y moviliza eso que sucedió.
Soy una actriz chilena de cuarenta y cuatro años y soy polvo, sombra, muerte y tiempo, y no camino sola, soy un cuerpo que es muchos cuerpos que son, aunque suspendidos en medio de la nebulosa, fuerza creativa, comunidad luminosa. Somos trozos de la historia.