La canciller alemana Angela Merkel hizo de la CDU un partido más social y rompió con el dogma conservador. La resistencia contra esta orientación ahora está creciendo. Una opinión de Matthias Geis.
La Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) es el partido más exitoso de la República Federal. Con una clara alineación occidental, con su concepto de economía social de mercado y el compromiso por la reunificación alemana marcó de modo decisivo el régimen de posguerra a partir de 1945. De 1947 a 1967 el canciller de la república fue siempre de la CDU e incluso recientemente, en las elecciones federales de 2013, nada hacía prever una crisis. Con más del cuarenta por ciento de los votos, el curso de modernización liberal que había seguido Angela Merkel desde su llegada al poder en 2005 parecía enormemente ratificado tanto en su contenido como en términos de poder político.
Pero en la primavera de 2016, la situación cambió drásticamente: la política de Merkel encontró resistencia no sólo en los adversarios sino también dentro de la CDU. A su derecha se instaló el partido Alternativa para Alemania (AfD), que se convirtió en su competidor. También desde las filas de su partido aliado, la Unión Social Cristiana (CSU), de Baviera, se critica abiertamente a Merkel. Según las encuestas, la Unión, es decir la coalición de la CDU y la CSU, perdió apoyo en todo el país, mientras que el partido populista de derecha AfD alcanzó en las elecciones de 2016 el quince por ciento de los votos.
Adecuación a la realidad social
Se podría decir que el crédito de los éxitos de Merkel ya se está acabando. Desde que se hizo cargo de la dirección del partido en 2000, sistemáticamente lo fue adecuando a la realidad social. Después de dieciséis años de gobierno de Helmut Kohl (CDU), que en 1998, después de ser derrotado, dejó un partido agotado, Angela Merkel, se propuso como presidente de la CDU “tender puentes hacia la sociedad”. Mantuvo su palabra, y lo hizo en toda la amplitud del espectro programático: bajo la conducción de Merkel, la CDU rompió con el dogma conservador según el cual Alemania no es país de inmigrantes; modificó la imagen clásica que los conservadores tenían de la familia; exigió la compatibilidad de familia y profesión; abrió la política a cuestiones como la unión de personas del mismo sexo y combinó la postura tradicional favorable a la actividad económica con una orientación claramente ecológica.
Durante el gobierno de Merkel hubo drásticos cambios de rumbo: la abolición del servicio militar, la introducción del salario mínimo, el abandono de la energía nuclear y la salvación de la moneda europea mediante un gasto de miles de millones de euros. Cada una de estas decisiones le trajo a Merkel apoyo en el campo adversario y crítica en las propias filas. Sin embargo, los éxitos electorales parecían darle la razón.
Cesura en el gobierno
Durante la era Merkel, lo que marcó la política de la Unión no fue ni la ideología ni la consciencia de la tradición, sino más bien un pragmatismo orientado a soluciones concretas. Ya desde un principio, su modo de enfocar las cosas, que no tenía en cuenta a los más tradicionalistas del propio partido, provocó recelos. Pero después de ganar tres elecciones generales, de gobernar exitosamente con los Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y el Partido Libre Democrático (FDP), Merkel ascendió a líder indiscutido dentro y fuera del partido.
Merkel es una política cautelosa en extremo. Pero acaso, justo cuando estaba en la cumbre de su poder, le haya faltado un poco de prudencia. Al creer en 2015 que Alemania podía recibir casi un millón de víctimas de la guerra civil de Siria, Merkel se topó con profundas críticas dentro y fuera de su partido. La decisión de Merkel significó una cesura a partir de la cual todo su gobierno aparece bajo otra luz.
Liberalización peligrosa
Los espectaculares triunfos electorales del partido populista de izquierda AfD demuestran que no sólo la política de asilo de Merkel sino también la liberalización de los últimos años puede representar un peligro para la Unión Demócrata Cristiana. La CDU de Merkel ya casi no ofrece albergue político a los inquietados círculos conservadores que se sienten sobreexigidos por los desafíos que plantea la globalización. Ese espacio vacío lo está ocupando ahora la AfD.
A diferencia de los socialdemócratas, Angela Merkel logró que la Unión siguiera siendo por mucho tiempo un partido popular. Para esto, llevó a cabo una política acorde con las expectativas del mainstream alemán. Sin hacer nunca una coalición formal con el partido Alianza 90/Los verdes, Merkel plasmó cada vez con mayor frecuencia una política que incluía a los conservadores, los socialdemócratas y también a los ecologistas, en temas como inmigración, familia y medio ambiente. Así le quitó las armas al resto de los partidos. Y en comparación con otros países de Europa, a Alemania no le fue mal durante su gobierno. Pero ha decepcionado a los conservadores, y ahora se desquitan con su modelo de éxito, lo critican duramente o se vuelcan numerosamente a la AfD. Como ya sucedió con los socialdemócratas, la Unión podría estar ante una crisis que ponga en duda su carácter de partido popular.