“En las sombras”, Thomas Arslan Al otro lado del cristal
El sexto largometraje del director alemán es un thriller criminal que saca un gran partido de su representación naturalista de Berlín.
De Miguel Muñoz Garnica
Un plano fijo de casi dos minutos nos introduce en la película. La estampa, lluviosa y crepuscular, de una calle céntrica de Berlín. Las luces refractadas, los reflejos en primer término visual y el sonido acolchado nos desvelan el cristal que media sobre nuestro acceso a la imagen corriente de la ciudad. Después, el contracampo: en el siguiente plano situado ahora en el exterior, vemos a Trojan (Mišel Matičević), el criminal protagonista, asomado desde el otro lado del vidrio. Nuestra mirada en el anterior plano era la suya, y pronto descubriremos que ese posicionamiento respecto al espacio urbano resulta fundamental para comprender En las sombras. Como el propio título indica, Arslan articula su película sobre la dualidad entre un Berlín anodino, casi diríamos que anticinematográfico, y un ejercicio de puro thriller. Las redes criminales ocultas entre las sombras de las rutinas urbanas.
Escenarios anodinos
No en vano, ese largo plano de apertura parece situarnos en un “cine de autor” reposado y observacional, que en principio está en las antípodas del thriller. Pero Arslan, que siempre ha afirmado que pretendía limitarse a hacer una buena película de género, nos demuestra lo errado de esa oposición. Los escenarios, siempre localizaciones reales —garajes, restaurantes de comida rápida, pasillos de hotel…—, resultan efectivos precisamente por su familiaridad, por la sugerencia continua de que cualquier esquina insignificante de nuestras calles puede ocultar una intrincada trama criminal. Por lo que cambian esos paisajes que damos por sentados en cuanto vemos las cosas, como Trojan, desde el otro lado del cristal.
Un hombre silencioso
En favor de esta familiaridad, Arslan juega con pericia sus recursos cinematográficos: la recurrencia de las panorámicas para la descripción espacial, la querencia por iluminar en clave baja y con poco contraste, y un montaje lineal y seco que se acopla al devenir de Trojan. En esto último tenemos, además, otra clave de En las sombras. En la tradición de El silencio de un hombre (Jean-Pierre Melville, 1967), el director construye a un protagonista vaciado de psicologismos, que cuenta únicamente con la urgencia de conseguir dinero. Todo el metraje, en consecuencia, se desarrolla sobre el seguimiento continuo de sus acciones en los pocos días que transcurren desde que sale de la cárcel hasta que organiza un atraco a un furgón cargado de dinero. Y aunque pronto emergen los elementos genéricos —los tiroteos y golpes—, la mayor parte de las escenas muestran deambulares, encuentros e interminables viajes en coche. A este respecto, decíamos, la concisión con la que el montaje tiende a cortar las escenas resulta un puro contagio del carácter de Trojan, un protagonista desapasionado y meticuloso. Un personaje, como el «samurái» sin nombre de la película de Melville, que se expresa con su movimiento.