Mientras que a la izquierda y a la derecha del Muro de Berlín las hojas de los árboles se pintan de otoño, comienza en la RDA la revolución pacífica. Un año más tarde, Alemania se ha reunificado.
Los hechos son conocidos, ¿pero cómo se sintió de verdad el otoño de 1989? Sobre las manifestaciones de los lunes y la venta a pedazos del Muro de Berlín a las y los turistas.
Desde el 13 de agosto de 1961, el Muro cerca a Berlín Oriental; a veces, separa a los números pares de los números impares de las casas que están a izquierda y derecha de la calle. La foto muestra cómo atraviesa las calles de las y los berlineses, cuánto se acerca a sus ventanas y de qué manera tan forzadamente natural viven con ella.
Letreros en cuatro idiomas están tirados sobre la nieve, a lo largo del Muro. Advierten sobre la libertad, o sobre el peligro de cruzar la frontera. Algunos pasos más adelante queda claro que, de todas maneras, es imposible pasar aquí. En ese sitio, en Kreuzberg, se lee: “You” are Leaving the American Sector”. En el lado de Berlín Oriental, una desolada zona restringida se extiende a lo largo del Muro, manteniendo a sus propios ciudadanos lejos de la “frontera de la paz”.
Las personas lanzan su llamamiento “Nosotros somos el pueblo” directamente al partido oficial SED y a sus líderes y voceros. Cada día 7 de cada mes, los manifestantes salen a las calles para criticar la “abrumadora mayoría”, de 98.5 por ciento, a favor de las políticas del SED en las elecciones locales trucadas del 7 de mayo de 1989.
Todos los lunes, después de las prédicas por la paz en las iglesias de Alemania Oriental, queda claro –cada vez más– que estos números no expresan el voto real en el país. En las manifestaciones de los lunes, las y los ciudadanos marchan contra el régimen. “Al principio, la atmósfera todavía era muy tensa y temerosa”, describe la testigo presencial, quien participó en las manifestaciones en Jena, pues finamente todos los y las asistentes sabían cómo trataba el régimen a las y los opositores. Katharina Steinhäuser describe esa sensación como el tono de fondo de la RDA: un zumbido o murmullo de miedo que estuvieron resonando en segundo plano durante años. “Claro que también había momentos en los que éramos felices, recién enamorados, jóvenes. Pero se esperaba que gritáramos ‘¡Hurra!’ todo el tiempo… e incluso eso podía ser un error. Recuerdo una gran desolación.” Las situaciones y las armas cotidianas estaban permeadas por “la permanente y difusa incertidumbre y por el miedo a hacer algo mal, a que te encarcelaran de manera injusta y a estar a merced del Estado.” Steinhauser recuerda su primera manifestación: “Cuando escuché que en Leipzig se estaban manifestando decenas de miles, me armé de valor. Pensé: Ahora sí ya no puedes quedarte a un lado. Saber cuántos estaban participando ya de suyo nos dio muchos ánimos.”
Reina una atmósfera de optimismo cuando todos están parados unos al lado de los otros y corren a encenderse mutuamente las velas. A pesar de que están conscientes de los brutales ataques a manifestantes en el pasado, de las consecuencias que eso puede tener para sus carreras y para su propia vida, los manifestantes no sólo sienten ánimo y valor sino también alivio. Después de un “largo tiempo de depresión”, cada paso dado de manera conjunta en la calle se vive como libertad. “El solo hecho de manifestarse contra el régimen fue un cambio repentino, decir ‘¡Aquí vamos! Ya no guardaremos silencio acerca de todo lo que nos oprime’.”
El periodista Siegbert Schefke filma clandestinamente los sucesos. Su video es llevado de contrabando hacia Alemania Occidental, y se divulga la noticia de la revolución pacífica.
“Hasta el final no creí que se fuera a abrir el Muro”, recuerda Katharina Steinhauser. “Una vez nos visitaron amigos de Bonn. Cuando los fuimos a despedir a la estación de trenes, mi hija pequeña dijo: ‘Pero la próxima vez nosotros vamos allá a visitarlos’, yo le respondí: ‘Eso no va a pasar nunca’. Nunca hubiera creído que la caída del Muro se fuera dar, incluso relativamente pronto.” Cuenta cuán central era el deseo por libertad, por la posibilidad de viajar y de hablar con libertad, y que la mayoría no quería el fin de la RDA, sino sólo una reforma.
“¿Cuándo entra en vigor?” Era como estar parado frente al pizarrón en la escuela, respondiendo un examen. Las preguntas de las y los periodistas aparentemente sorprenden a Günther Schabowski, quien contesta con torpeza, quizá esperando que alguien le susurre la respuesta al oído, después de que hubo anunciado las nuevas regulaciones para viajar. “Hasta donde yo sé… El efecto es inmediato… de inmediato.” Por error, el jefe del SED en Berlín declara la inmediata caída del Muro de Berlín, algunos minutos después las noticias del día anuncian que la frontera está abierta.
“Estamos desbordados”, informa el comandante a cargo del control fronterizo en la calle Bornholm a las 23:30 hrs., y es el primero en abrir completamente el paso: los sellos de invalidación de los pasaportes ya no se tocan, la gente atraviesa a raudales la frontera. “Fue la pura sensación de liberación, el júbilo, es algo casi imposible de olvidar. Todavía se me pone la piel de gallina, cuando lo recuerdo y veo las imágenes de esa época en la televisión”, rememora Steinhauser.
Durante años, el Muro fue para ambos lados de la ciudad una edificación real, que cortaba los rieles de los tranvías, que delimitaba posibilidades, relaciones y caminos. Pero, al mismo tiempo, el Muro era también un símbolo de la Guerra Fría, del “conmigo o contra mí” de la pertenencia a los bloques políticos, ya fuera la política reaccionaria del consumo o la falta de libertad política. Simbolizaba un orden que no permitía los matices y que confrontaba a las y los ciudadanos de ambos lados con su propia impotencia. Durante esos días de noviembre, también se liberaron físicamente.
Un pedazo del Muro de la antigua frontera entre las dos Alemanias | Foto: Andreas Ludwig
El diario berlinés Tagesspiegel informa sobre un empresario de la demolición que compra segmentos de concreto del Muro, los fragmenta sistemáticamente, en caso de duda utiliza pintura en aerosol y, finalmente, los vende con ”certificado de autenticidad” en un mercado que no se agota. Todavía hoy es posible adquirir estos souvenirs en las tiendas de los museos… de donde quiera que sea que procedan estas reservas inagotables.