Acceso rápido:

Ir directamente al segundo nivel de navegación (Alt 3) Ir directamente al primer nivel de navegación (Alt 2)

Entrevista a Gabriel Mascaro
“Pensar el cuerpo anciano de forma política”

"O último azul". Brasil, México, Chile, Países Bajos, 2025. Dirección: Gabriel Mascaro. En la foto: Denise Weinberg. Berlinale Mostra Competitiva.
"O último azul". Brasil, México, Chile, Países Bajos, 2025. Dirección: Gabriel Mascaro. En la foto: Denise Weinberg. Berlinale Mostra Competitiva. | © Guillermo Garza / Desvia

Por su película «O último azul», el director brasileño, Gabriel Mascaro recibió el Gran Premio del Jurado de la Berlinale. Presenta una historia distópica sobre las perspectivas de vida durante el proceso de envejecimiento.

De Camila Gonzatto

Tereza (Denise Weinberg), 77 años, vive y trabaja en una ciudad industrializada de la Amazonia hasta que un día recibe una orden oficial del gobierno, que la llama a mudarse a una colonia de ancianos. La justificación del programa gubernamental es que los ancianos deben dejar libres a sus hijos para que puedan trabajar y producir más. Tereza, sin embargo, no está dispuesta a renunciar a su vida y todavía quiere realizar un sueño: volar en avión. Buscando concretar su objetivo, emprende la búsqueda de otro futuro. Con un elenco impecable, un guion bien hilvanado y un ritmo preciso, la película invita al espectador a recorrer una fantasía utópica.

¿Cómo surgió el deseo de hacer una película sobre una mujer de casi ochenta años?

Crecí conviviendo con el envejecimiento, en una casa con muchas personas, entre las que estaban mis padres, mis dos abuelas y un abuelo. El cuidado de los ancianos siempre fue una actividad muy compartida. Curiosamente, cuando mi abuelo murió, mi abuela, que tenía ochenta años, comenzó a pintar. Fue interesante ver aquel momento de renacimiento. Todo el mundo pensaba que ella estaría deprimida, pero comenzó a hacer otras cosas. Allí dio comienzo a un nuevo deseo, a una nueva existencia, ella estaba probando una vida nueva, con otro significado, otro horizonte. Eso me movilizó mucho y fue punto de partida para comenzar a investigar y tener el deseo de hacer esa película. Me pregunté cómo podría leerse y pensarse políticamente el cuerpo anciano en una sociedad.

Una de las cuestiones clave de la película es el neoliberalismo, y se pone el foco en la productividad y en el control del deseo. Usted crea un personaje que intenta resistir esa dinámica. ¿Qué es lo que realmente está en juego?

Cuando empecé a escribir el guion, llegó la pandemia. Tuvimos que afrontar los debates que surgieron en relación con la productividad. O sea, el debate sobre si detener la economía para evitar que murieran más ancianos. Hubo una presión muy grande para no detener nada. El cuerpo del anciano se volvió un problema para la economía, pero es un problema al cual nos enfrentamos todos, porque tenemos parientes ancianos o en poco tiempo nosotros también seremos ese cuerpo. Entonces me vino la idea de hacer una película que tuviera elementos distópicos: un Brasil populista, desarrollista, que crea un proyecto de gobierno que defiende el aislamiento de los ancianos en nombre de la producción, de la recuperación económica. Y en medio de eso surge una septuagenaria que, a su manera, va a desafiar el status quo y la forma en que el Estado planeó su final con el supuesto argumento de que así ella va a descansar y disfrutar de sus últimos años.

La película juega de forma crítica con esa propaganda del gobierno, que vende un proyecto de utopía, un eufemismos, que dice que “el futuro es para todos”. Y que, a su manera, va vendiendo la ilusión de que es bueno para todo el mundo aislar a los ancianos del contexto social honrándolos con el título de patrimonio vivo nacional. Se trata de una película que habla de un tema central en nuestras vidas como es el envejecimiento.

La película también devuelve a la protagonista una posibilidad de practicar su sexualidad…

La película sobre todo aborda un cuerpo que desea. Esa idea está presente en todas mis películas, desde Boi neon (2015). El desafío fue pensar ese cuerpo anciano. Hay una escena en que Rodrigo Santoro la golpea en la cara y uno piensa que se viene un beso, pero no es el cuerpo joven lo que la seduce. Es Roberta (Miriam Socarrás), el personaje de una conductora de barco, aun más vieja que la protagonista. Allí es donde ella va a encontrar la fortaleza, la seguridad, y va a probar una nueva vida y va a tener una experiencia psicodélica. La película juega muy libremente con esas experiencias y es en el cuerpo anciano que la protagonista va a encontrar acogida.

A pesar de la realidad exterior distópica, el personaje posee en su interior una fuerza vital muy grande y una utopía. ¿Es el cine ese lugar de la utopía?

Si existe un espacio para que soñemos nuevos mundos posibles, ese lugar es el cine. Crear espacios de resistencia, ver el cuerpo del anciano en tensión con el presente es algo que me moviliza mucho.

¿Por qué decidió ubicar la historia en la Amazonia?

El personaje necesitaba algunas situaciones de aislamiento para embarcarse en experiencias singulares. No habría sido conveniente que fuera una road movie de auto o de camión. Entonces nos decidimos por el barco. Yo ya conocía la Amazonia. Apenas me recibí, di cursos de arte audiovisual para los pueblos indígenas. Con esa experiencia, yo ya tenía presente un imaginario de la Amazonia y la región se fue volviendo el lugar ideal para contar esa historia.

Jugamos un poco con las leyendas y la cultura amazónicas. En la película, hay una fábrica de procesamiento de carne de yacaré, está la cultura pop que se reapropia de la cultura de lo animal organizando una pelea de peces en la que las personas apuestan lo que tienen y lo que no. También está presente la cultura beat. La música también es de algún modo un personaje singular, que invita a bailar. La película tiende la mano ya desde el comienzo: ¿bailamos juntos?

Top