La fuerza de la colectividad
Una pista de baile segura Parte I
La periodista de música Steff Torres informa, entre otras cosas, sobre los desafíos que una encuentra como mujer y como persona no binaria en las pistas de baile de los clubes y bares de México y lo importante que es crear espacios seguros.
De Steff Torres
Uno, una y une se mueven al ritmo de la música, gritan, cantan, lloran, mezclan sus cuerpos y se dejan guiar en comunión por los sonidos en un mismo espacio: la pista de baile.
El sol cae y marca la hora para prepararte y ponerle movimiento a ese vestido, a aquella falda que tanto te hizo alucinar durante la semana, pero (siempre hay un pero) antes de salir llega la pregunta: ¿no sería mejor usar pantalones? El miedo sopla entre tus piernas. Y lo piensas una, dos, trescientas veces porque recuerdas los roces, el traslado en transporte público y las miradas. Esas miradas. Las que atraviesan como láser y, hostigan hasta cambiar el ritmo y la armonía.
“Fui a celebrar el cumpleaños de una amiga al bar UTA el año pasado. No frecuento este lugar, compañeras de danza me comentaron malas anécdotas. Entré al mismo tiempo que un sujeto, al instante me percaté que me miraba demasiado, lo evité y fui con mis amigos. Subimos a bailar y él nos siguió, eso me dio mucha inseguridad porque se acercaba más a mí y a mis compañeros. Baje a la barra por una cerveza, él lo hizo también. En ese momento sentí, ese miedo que te cala en los huesos. Me alteró, así que lo enfrenté, me puse frente a él y comenzó a reírse de una forma burlona, se fue.
Se lo comenté a los chicos de seguridad del lugar y no hicieron nada.
En Ciudad de México, desde los años 90, surgieron colectivos electrónicos que encontraron en la unidad la fuerza para abrir espacios y salir de los márgenes de la metrópoli, aunque mayormente estaban formados por hombres y, claro, no todos permanecieron en el arranque del nuevo milenio. Los que sí, se han aferrado a compartir sus ideas musicales y visuales, sumaron talento internacional a sus eventos, espejo para mirarse y servir de ejemplo del trabajo en equipo.
Inevitablemente, la pista de baile también cambia. Traslada los movimientos sociales de un lugar y tiempo, para crear nuevos himnos, nuevos pasos, nuevos íconos. Es aquí donde las voces femeninas y diversas llegan para romperlo todo y crear un nuevo eco infinito. Esa ruptura ocurre en un país tránsfobo y machista, donde cada día son asesinadas 10 mujeres, según datos oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Coraje, ese instinto primitivo y salvaje que recuerda el placer que da sentirse libre, de formar parte de ese acompañamiento infinito e inseparable que brindan la música y el baile. Una libertad que se arrebata en cuestión de segundos, y provoca, incluso, que los espacios que se consideran favoritos dejen de serlo, porque el hecho de no ir acompañadas a una fiesta no es sinónimo de vulnerabilidad. La ropa no es ninguna provocación, el exceso de drogas y alcohol no justifican ningún abuso y compartir un baile tampoco es una invitación, como comenta Blanquita de Mujeres Vinileras ”He sentido acoso en la pista de baile, suelen interpretar aceptar bailar como un consentimiento o una provocación sexual”.
“Un día mis amigos se fueron temprano y yo me quedé un rato más en un conocido venue ex industrial. Estaba disfrutando la música, bailaba, me sentía feliz, hasta que junto a mi pasó un hombre y me dijo cosas horribles al oído. Traté de olvidarlo y me moví de lugar, pero él me seguía haciendo muecas a lo lejos y de un momento a otro puso su puño frente a mi cara, el miedo fue horrible, sentí que en cualquier momento podía golpearme y yo estaba sola. Me acerqué a otras chicas que estaban ahí para sentirme segura, les conté lo que pasó y señalé al hombre que me estaba violentando. No deberíamos de sentirnos culpables, no deberíamos tener miedo al bailar, no deberíamos sentir que es nuestra culpa por nuestra ropa o no estar acompañadas”, recuerda una trabajadora de la música, de forma anónima.
Es difícil creer que hasta hace un par de años los carteles de festivales nacionales, sólo colocaban un proyecto femenino en su lista. Ante un hartazgo y una necesidad de seguridad, es en esta década en que han surgido colectivos electrónicos integrados por mujeres, personas trans y no binarias, todes bajo el mismo deseo y pasión por la música.
Creando noches sólo para nosotras, lineups integrados por mujeres, compartir talleres para conocer nuestros saberes, sin una atmósfera de superioridad, o incomodidad.
“El machismo siempre es muy fuerte en los géneros electrónicos más difíciles de digerir. Un día me invitaron a compartir escenario con un reconocido productor de noise canadiense, terminando mi set me dispuse a disfrutar bailando, la pista estaba llena y tuve que pasar junto a un productor que no fue invitado a tocar. Él estaba fumando y me aventó el cigarro que tenía en la mano a la altura del ojo. En un acto reflejo alcancé a cubrir mi rostro para detener sus manos”, comenta Safoh, productora de break core, no binarie.
El apoyo mutuo rara vez surge de la opulencia y ante la necesidad de transformar los espacios para bailar existentes en ambientes seguros, libres de burlas, agresiones, críticas y competencia, la organización entre mujeres, personas no binarias e integrantes de la comunidad LGBTTTIQ+ ha logrado utilizar el cuerpo para gozar, cuidar y apoyar.
“Cuando estaba tocando un hombre se me acercó y me dijo en un tono exigente que tocara cierto tipo de música, le contesté que ya tenía mi setlist seleccionado, pero que la persona que seguía iba a mezclar lo que solicitaba. Ante mi respuesta me contestó: o la pones o te bajo. En ese momento dejé de tocar por la impotencia, porque además de su mal tono, nadie hizo nada. La mayoría de veces que voy a bailar procuro no ir sola y, si lo llego a hacer espero poder encontrarme con alguien, para sentirme segura.”, comparte Feral, Dj trans no binare.
Conoce a les colectivos que están haciendo un cambio en la pista de baile de nuestra ciudad en la segunda parte de este articulo.