Después de la caída del Muro
Sobre personas y muros
Dos películas documentales del tiempo después de la caída del Muro de Berlín lanzan una mirada muy personal y diferenciada a la difícil tarea de superación del pasado.
De Sarah Schmidt
El debate en torno al cine de la RDA de la época posterior a la caída del Muro pareció por mucho tiempo girar en torno a la pregunta acerca de la cultura apropiada de la memoria –como una mirada idealizadora de la Ostalgie o como representación crítica de la RDA como Estado injusto (Unrechtsstaat) y policial. Dos películas documentales del tiempo después del cambio de milenio contraponen a esta disyuntiva una perspectiva muy personal y diferenciada sobre la vida después de la caída del Muro y los efectos de las circunstancias políticas y sociales en la RDA.
La película documental Jeder schweigt von etwas anderem (Cada uno calla sobre alguna otra cosa) de Marc Bauders y Dörte Frankes cede la palabra a cuatro de los, según cálculos, en aquel entonces 250000 presos políticos de la RDA y examina al mismo tiempo de forma sensible los muros infranqueables entre los protagonistas y sus familiares. Ahí se encuentra Anne Gollin, quien aún hoy en día no tiene pelos en la lengua con respecto a su repudio hacia el régimen de la RDA – ella habla de un “fascismo de juguete”, a la vez que ve a su hijo hoy adulto, el cual fue llevado a un orfanato tras ser puesta ella en prisión en 1982, llena de sentimientos de culpa. O también Utz Rachowski, quien escribió un trabajo escolar crítico y fue condenado por ello a 27 meses de prisión por “agitación crítica del sistema”. Utz relata en escuelas acerca de su tiempo en prisión; mas sus hijas adultas no se atreven del todo a hacerle preguntas al respecto de manera directa. También el pastor evangélico Matthias Storck y su esposa Tine titubean entre la necesidad de reclamar justicia por lo sufrido y el deseo de dejar el pasado atrás.
Y no obstante sale a la luz una y otra vez la decepción y la indignación por la falta de reconocimiento por parte de la política y de la amplia opinión pública de las injusticias sufridas por ellos. No solamente es el hecho de que los funcionarios de la Stasi sigan desempeñando en parte altos cargos y el parlamento le niegue una pensión como víctimas a los presos de aquel entonces – también la amplia opinión pública prefiere en los 2000 recordar los pepinillos de Spreewald y al hombrecito de arena de la RDA. En el mejor de los casos los afectados son escuchados en lugares conmemorativos y en salones de clase, pero incluso los hijos de Tine y Matthias Storck no parecen saber tan bien si no encuentran más convincente la RDA de la película Good Bye Lenin! que el estado injusto del que hablan sus padres. La película permite a sus protagonistas contar su versión de la historia, pero les concede también que a veces prefieran guardar silencio acerca del tiempo detrás de los muros de la prisión.
De igual modo en la película documental de Aelrun Goette Die Kinder sind tot (Los niños están muertos) del año 2003 se trata del tema de la superación, en este caso la superación de una de las peores tragedias familiares del tiempo después de la caída del Muro, ocurrida en el conjunto habitacional de viviendas prefabricadas Neuberesinchen en los suburbios de Frankfurt/Oder: En el verano de 1999 Daniela Jesse, de 23 años de edad, abandona en el departamento a sus dos hijos Kevin y Tobias, de dos y tres años de edad en aquel entonces. La joven madre huye de su vida a los brazos de un nuevo amante y no regresa en 14 días, sus hijos mueren de forma cruel de sed. No intervienen ni los vecinos ni la madre de Daniela, quien vive tan solo una subida de escaleras más adelante y está a cargo del cuidado de la hija más grande de Daniela, a pesar de que los niños gritan y golpean la ventana con cucharas.
La película se aproxima con mucha lentitud y precaución a la pregunta de cómo algo así pudo suceder. Goette traza círculos cada vez más estrechos alrededor del centro de la tragedia. Muestra imágenes de archivo del juicio en el que Daniela Jesse es juzgada a cadena perpetua por el asesinato de sus hijos, mientras que el público en la sala de audiencia exige el restablecimiento de la pena de muerte. Explora Neuberesinchen, alguna vez aplastada en el suelo como utopía socialista, hoy una desolada yuxtaposición de bloques habitacionales descuidados en los que existencias fracasadas van tirando de su vida. Los hombres están sentados ya a medio día en el bar Cindy, las mujeres intentan escapar de la desesperanza y la estrechez teniendo un hijo tras otro; siempre con la esperanza de que esta vez el padre sea el correcto y, ahora sí, se quede con ellas.
La película se abstiene de acusaciones y de una crítica explícita al sistema, y presenta la muerte de los dos niños en primera instancia como una tragedia privada, desencadenada por la disfuncional relación entre una mujer inmadura y desbordada, y su madre controladora y fría. Muestra sin embargo también un entorno marcado por la apatía y la indiferencia, en el que los seres humanos han sido abandonados a su suerte: En el trayecto de la sociedad colectiva con sus minuciosas redes de seguridad y sus mecanismos omnipresentes de control, hacia la realidad de la República Federal, en la que de pronto cada uno es forjador de su felicidad y piensa primero en sí mismo. Parece como si vivieran personas detrás de muros invisibles de desamparo y embotamiento. Aelrun Goette logra trazar un cuadro matizado de los cambios sociales en la sociedad pos socialista y al mismo tiempo hacer ver que la pobreza y el embrutecimiento no son un problema de Alemania Oriental.
Autora
© Sarah SchmidtSarah Schmidt es periodista independiente y vive en Berlín. Se formó en Estudios Culturales de Norteamerica en Berlín y Atlanta. Escribe acerca de cine, literatura y desarrollo urbano.