Racismo en Argentina
El mito del crisol de razas
En una declaración reciente que generó indignación dentro y fuera del país, el presidente de la Argentina, Alberto Fernández, sostuvo que los argentinos “descienden de los barcos”, por comparación con los mexicanos, que “salieron de los indios” y los brasileros, que “salieron de la selva”. Repetía un viejo concepto que antes que él otros mandatarios, intelectuales, periodistas y gente del común hicieron propio.
De Ezequiel Adamovsky
Las élites que construyeron la nación argentina lo hicieron postulando que ella se encarnaba en un pueblo blanco-europeo. A fines del siglo XIX los habitantes de origen amerindio y africano fueron declarados extintos o reconocidos como un residuo del pasado en vías de desaparición por efecto del enorme torrente inmigratorio europeo. Las narrativas que dieron consistencia a una identidad nacional se construyeron, de ese modo, alrededor de la idea de que el “crisol de razas” había dado como resultado una “raza argentina” que era blanca y de origen europeo. La distancia entre este pueblo ideal y la realidad demográfica, sin embargo, es muy notoria. Gracias a los estudios genéticos hoy sabemos que alrededor del 70 por ciento de la población argentina tiene ascendencia amerindia mientras que un porcentaje acaso cercano al 10 por ciento tiene raíces africanas.
Encuestas y estudios genéticos recientes también demuestran que las personas con ancestros indígenas o africanos tienden a tener empleos peor remunerados que los de orígenes 100 por ciento europeos, a la vez que suelen residir con mayor frecuencia en zonas desfavorecidas. Las jerarquías de clase en Argentina se superponen con jerarquías de los colores de la piel bastante evidentes.
Un mito que se erosiona
A pesar de la distancia entre la imagen del pueblo “blanco” y la realidad, y a pesar también de los frecuentes insultos racistas con los que se buscó descalificar a las clases populares en diversos momentos de la historia argentina, sólo en los últimos años comenzaron a surgir identidades que hacen del estigma de ser un no-blanco un emblema de orgullo. ¿Por qué ahora y no antes?En su funcionamiento práctico, el mito del crisol de razas no excluía de la pertenencia a la nación a las personas de otros colores de piel o extracciones étnicas. Más bien, las forzaba a “disimular” cualquier marca de su origen diverso, como condición para participar como ciudadano en la vida nacional. Un permanente “patrullaje” cultural (la expresión es de Rita Segato) funcionó desde entonces para borrar cualquier presencia que pudiera refutar o amenazar la consistencia de esa Argentina blanca-europea. Su efectividad, sin embargo, dependía de la capacidad del Estado-nación de sostener una promesa de integración a la vida social disponible para todos.
"En su funcionamiento práctico, el mito del crisol de razas no excluía de la pertenencia a la nación a las personas de otros colores de piel o extracciones étnicas. Más bien, las forzaba a “disimular” cualquier marca de su origen diverso, como condición para participar como ciudadano en la vida nacional".
Nuevas identidades emergentes
El debilitamiento de la presencia integradora del Estado y el fin de la “sociedad salarial” – es decir, del empleo como columna vertebral de los proyectos de vida de las personas – generaron efectos culturales novedosos. La ciudadanía había perdido en parte su sentido real y concreto y eso abría para muchos una crisis del sentido de pertenencia a una comunidad nacional. El contacto con el trabajo era más fragmentado y efímero, lo que significaba que las identidades trabajadoras que habían vertebrado el mundo popular también entraban en crisis. La crisis de los sentidos de pertenencia abrió la posibilidad de que cada cual buscase nuevas maneras de sentirse parte de alguna comunidad, sea acercándose a una nueva, sea intentando hacer lugar para comunidades más pequeñas y particulares dentro de la nación."Entre los pueblos originarios, los años ochenta y noventa presenciaron una intensa actividad de afirmación de la cultura propia. Desde finales de la década de 1980 se percibió también un renacimiento del asociacionismo entre los afroargentinos, una colectividad que había permanecido 'invisible' durante décadas".
Orgullo de ser negro
Al mismo tiempo, se reafirmaron otros sentidos de “lo negro”, sin relación con lo afrodescendiente sino con la clase social. Con creciente intensidad a partir de fines de los años ochenta se percibe entre las clases populares y sectores medios-bajos un interés por resaltar la negritud como parte de la propia identidad y/o la voluntad de asociarse de alguna manera a lo negro. Más aún, en los años noventa y con más fuerza en la primera década del nuevo milenio, aparecieron por primera vez síntomas de que lo negro – tradicionalmente un insulto o motivo de vergüenza – se transformaba en un emblema de desafiante orgullo. Por ejemplo, el ser un “negro cabeza” es desde entonces motivo de reivindicación en varios artistas y entre el público de la cumbia y también del cuarteto. Luego de 2008 el ser “negro” o “morocho” comenzó también a ser abiertamente blandido como credencial de popularidad entre diversos grupos peronistas, especialmente los kirchneristas, pero también algunos de los de otras orientaciones."Pero, con frecuencia, desconocen completamente si descienden de africanos, de algún pueblo originario o de qué mezcla remota entre ellos. Son sencillamente los pobres. Pero saben que hay relación entre el color de su piel y la suerte que les tocó".
Las luchas antirracistas, en poco tiempo, han reconfigurado poderosamente el debate público. La necesidad de dar representación a ese conjunto no-específico de víctimas del racismo dio lugar en 2019 a la aparición de Identidad Marrón, un colectivo activista enfocado en la problemática de los sin grupo, los "marrones" genéricos. Seguramente otros cambios sorprendentes esperen a una sociedad argentina que, trabajosamente, comienza a deshacerse del mito de ser blanca y europea.