Comprender el proceso
¿Alemania como modelo para enfrentar el pasado?
Las protestas ampliamente difundidas que derribaron estatuas símbolo de la supremacía blanca, el racismo y la violencia colonial en los Estados Unidos y en otros lugares sugieren que un ajuste de cuentas más profundo sobre el pasado finalmente puede haber comenzado. En este contexto, los observadores han señalado a Alemania como un modelo para la confrontación exitosa con la historia. Sin embargo, en lugar de mirar el resultado del ajuste de cuentas de Alemania con su complejo pasado, es mucho más instructivo comprender el proceso que condujo a este resultado.
De Jenny Wüstenberg
La filósofa estadounidense Susan Neiman nos llama a “aprender de los alemanes”, mientras que Bryan Stevenson, el hombre detrás del Monumento Nacional por la Paz y la Justicia en Montgomery, AL, ha dicho repetidamente que el paisaje de la memoria de Alemania fue una inspiración clave para su proyecto. Ambos argumentan que es posible –y necesario– que las sociedades democráticas asuman la responsabilidad por los legados del pasado que aún lastran el presente. Y sí, Alemania tiene una infraestructura incomparable de monumentos e instituciones educativas que enfrentan críticamente el pasado.
Trabajo incansable de activistas
Sin embargo, simplemente ver los monumentos conmemorativos de Alemania como modelos para nuestro actual “problema de estatuas” es un error. En lugar de mirar el resultado del ajuste de cuentas de Alemania con su complejo pasado, es mucho más instructivo comprender el proceso que condujo a este resultado. De hecho, durante décadas, la sociedad alemana y sus líderes estuvieron tan poco dispuestos a enfrentar sus crímenes como ahora los poderosos en Estados Unidos. Lo que provocó el cambio y convirtió el enfoque alemán de la conmemoración en uno que es visto por muchos como un modelo a emular, no fue una epifanía repentina, sino el trabajo incansable de activistas: sobrevivientes del Holocausto, iniciativas para la reconciliación, y grupos ciudadanos. Esto, en verdad, es una lección para todos nosotros: debemos permitir que la sociedad civil sea escuchada mientras debatimos si derribar estas estatuas, y qué debemos grabar en piedra en su lugar.El Monumento Conmemorativo del Holocausto en Berlín como antítesis de un paisaje de la memoria más descentralizado
El Monumento Conmemorativo a los Judíos Asesinados de Europa se encuentra en el corazón de Berlín, junto a la Puerta de Brandeburgo, y a menudo se cita como el epítome de la medida en que los alemanes han abrazado la necesidad de asumir la responsabilidad por el pasado. Y, de facto, las comparaciones rápidas muestran la naturaleza extraordinaria de este enfoque: ¿Se imagina un monumento que recuerde a las víctimas de la esclavitud junto a la estatua de Washington en el National Mall? ¿Qué se necesitaría para colocar en Trafalgar Square un sitio monumental que simbolizara los crímenes cometidos en nombre del Imperio Británico? ¿Cuánto tendría que cambiar el discurso político australiano para que hubiera junto a la Ópera de Sydney una conmemoración de los niños robados a las familias aborígenes? En cada uno de estos casos, tales monumentos serían reconocimientos fenomenales de que el pasado debe abordarse, lo que sugeriría una voluntad de enfrentar los legados continuados del colonialismo y el racismo en el presente.Sin embargo, el monumento del Holocausto de Berlín no es el mejor ejemplo de por qué vale la pena echar un vistazo más de cerca a la historia de conmemoración de Alemania. Aunque fue iniciado por un pequeño grupo con sede en Berlín dirigido por la publicista Lea Rosh y fue tema de debate público durante muchos años, en última instancia, fue posible, al menos en parte, gracias a la negociación política de la élite. De hecho, muchos de los que trabajaban activamente por la memoria del Holocausto en ese momento se oponían a colocar una gran estructura monumental en una ubicación central, temiendo que esto pudiera fomentar un sentimiento entre los alemanes de que habían hecho su parte para rememorar, y ahora podían seguir adelante legítimamente.
“Lo que hace que el enfoque de Alemania hacia el pasado sea distintivo no es la presencia de un gran monumento, sino más bien su paisaje de la memoria descentralizado, el conjunto de miles de marcadores, placas, pequeñas exposiciones y grandes museos conmemorativos, que conforman la topografía del terror, mostrando dónde ocurrieron las realidades cotidianas de un régimen genocida.”
De conmemorar el “sufrimiento alemán” a conmemorar el Holocausto
Cartel de protesta en el campo de concentración de Neuengamme, el 28 de enero de 1984. | Foto: KZ-Gedenkstätte Neuengamme, F 1986-7113 Después de que la Segunda Guerra Mundial terminó en 1945 y una vez que se fundaron los dos Estados alemanes en 1949, hubo, de hecho, esfuerzos inmediatos para conmemorar la experiencia de la guerra. Miles de monumentos se construyeron en las décadas de 1940 y 1950, por lo que no hubo exactamente silencio sobre el pasado. Sin embargo, en Alemania Occidental, casi todos recordaban no el Holocausto, sino experiencias del “sufrimiento alemán”: la expulsión y huida de los descendientes de alemanes de Europa Centro-Oriental, el bombardeo aéreo de ciudades, el regreso de prisioneros de guerra, la represión a través de las autoridades estalinistas en la zona oriental de ocupación. En Alemania Oriental, si bien hubo esfuerzos similares, el espacio público fue rápidamente tomado por el régimen comunista y la actividad autónoma se volvió muy pronto extremadamente riesgosa, incluso cuando la actividad conmemorativa parecía ser compatible con la línea oficial de honrar a la resistencia comunista contra el nazismo.Tanto en la Alemania Oriental como en la Occidental, los sobrevivientes del Holocausto y sus partidarios estaban casi solos en su exigencia de reconocimiento público de responsabilidad a través de la conmemoración. Grupos como el Vereinigung der Verfolgten des Naziregimes/Bund der Antifaschisten (VVN-BdA, Asociación de Perseguidos por el Régimen Nazi / Federación de Antifascistas) trabajaron incansablemente, no solo para preservar y marcar sitios del terror nazi, sino también para realizar investigaciones históricas y apoyar a las víctimas. Incluso algunos de los primeros sitios prominentes de conmemoración, como el sitio conmemorativo Bergen-Belsen y el sitio conmemorativo de la Resistencia Alemana en Bendlerblock en Berlín (donde estuvieron activos los conspiradores del complot de 1944 contra Hitler), fueron resultado de los esfuerzos de los sobrevivientes y familiares de los conspiradores (por ejemplo, a través de la “Institución Benéfica 20 de julio de 1944”). Solo gradualmente las no víctimas se involucraron en el trabajo de conmemoración. La iniciativa más antigua e importante es Aktion Sühnezeichen/Friedensdienste (ASF, Acción de Expiación/Servicios de Paz), un grupo cristiano que ha estado trabajando por la expiación y la reconciliación en Oriente y Occidente desde 1958. Pero la mayoría de los miles de lugares vinculados al régimen nazi permanecieron sin marcar y olvidados durante décadas. Las iniciativas conmemorativas se enfrentaron rutinariamente a la hostilidad de los líderes locales y nacionales y de la población alemana, pero sentaron importantes bases para los monumentos conmemorativos que existen hoy en día.
Las iniciativas locales de los ciudadanos como catalizadores
Esta situación comenzó a cambiar sólo a principios de la década de 1980. Mientras que el movimiento estudiantil de la década de 1960 ha sido elogiado, con razón, por la transformación de la cultura política alemana, su impacto en la conmemoración del pasado nazi fue inicialmente marginal. Los debates de los “sesentayocheros” fueron importantes, pero no descendieron, en realidad, al nivel concreto de las historias locales de persecución y colaboración. Lo que realmente hizo la diferencia –y en el transcurso de las siguientes décadas creó la topografía descentralizada de la memoria– fue el surgimiento de innumerables iniciativas ciudadanas locales que comenzaron a investigar el pasado y a cambiar la forma en que lo discutimos. A veces se trataba de coaliciones de grupos juveniles o estudiantiles existentes, ramas sindicales, partidos políticos locales (generalmente verdes o socialdemócratas), sociedades para la reconciliación cristiano-judía, o miembros de la Iglesia, que se reunían para averiguar qué sucedió en las oficinas de la Gestapo de una ciudad o en un satélite de un campo de concentración o en la ruta de una marcha de la muerte. A menudo, se les llamaba “talleres de historia”: asociaciones de personas que estaban interesadas en la historia, pero generalmente sin capacitación académica formal. Estos grupos generalmente estaban inmersos en la escena alternativa por la paz, el movimiento de mujeres, ecológico y antiautoritario, que se reunía en mítines, conciertos, librerías y cafeterías. Estas iniciativas de historia surgieron en toda la República Federal y se centraron en lo que estaba sucediendo localmente, pero rápidamente se articularon en redes a través de festivales anuales de historia, seminarios y boletines informativos.Continuar leyendo...