México-Tenochtitlán
Cambiar el pasado desde el presente
La ciudad de México se resigna a sus cambios, a una ruina que se reconstruye a través de otro nombre. En este ensayo personal Idalia Sautto narra las transformaciones que ha sufrido el emblemático templo de San Hipólito y reflexiona sobre las diferentes versiones de la historia colisionando en un mismo lugar.
De Idalia Sautto
El ritual es el siguiente: unirse a la procesión, caminar por avenida Hidalgo, hacer una fila, larga larga fila, para poder entrar a la iglesia y echar una moneda de cinco pesos a las veladoras electrónicas de San Juditas. Un hombre vestido de blanco con una túnica verde camina hacia el altar, sobre su cabeza una diadema de la cual brilla una flama roja, en su mano derecha sostiene un palo de escoba, en el centro de su pecho un medallón de plástico dorado. Es 28 de octubre, cumpleaños de San Judas Tadeo.
Si uno se interna por la calle que lleva del metro Hidalgo al templo se podrá encontrar con varios puestos en donde venden agua bendita, veladoras, escapularios y estampas con la oración a San Judas Tadeo. En ninguno de estos puestos se puede localizar la estampa o la imagen de San Hipólito, el verdadero santo al que está dedicada la parroquia. Es interesante pensar cómo en los últimos treinta años el santo predilecto de las causas perdidas, ladrones y delincuentes, le ha ido robando la plaza en el altar a San Hipólito, santo patrono de la ciudad de México.
Se dice, pero esto puede ser parte de la leyenda urbana, que la primera piedra de la iglesia fue puesta a la caída de la gran Tenochtitlán, en 1521. Un año antes, el conquistador español, Pedro de Alvarado huyó por la avenida que llevaría su nombre, después de la matanza en Tlatelolco. El templo está ubicado en la esquina de Reforma y Av. Puente de Alvarado, en recuerdo de aquel personaje que fue artífice de una matanza. El reciente cambio que ha ocurrido sobre esta misma avenida es cambiarle el nombre por México-Tenochtitlán.
Primeras impresiones
La primera vez que vi esta iglesia fue en un curso de Historia del Arte en México. Parte de la clase era reconstruir desde el presente la traza original de la ciudad colonial, hacer un recorrido por el Centro Histórico para ubicar las diferentes parroquias y capillas construidas en el siglo XVII y XVIII. La maestra, Ana Lorenia, se detuvo a 200 metros de San Hipólito, justo en contra esquina de Reforma, alzó el brazo y con su dedo índice señaló a lo lejos la primera particularidad del templo de San Hipólito: las torres de la parroquia están giradas sobre su eje 45 grados. Cuando nombró ese giro pude ver que las torres se habían volteado literalmente en el instante en el que pronunció su rotación. ¿Quién decidió ese movimiento? En todo el recorrido las torres siempre habían custodiado de forma recta a la nave principal. Después de ese día, y a lo largo de los 15 años que han pasado desde esa clase, siempre me encuentro con sus torres en pleno movimiento, girando suavemente al pronunciar su etiqueta: ba-rro-co. Eso es el barroco: algo no está en donde debería de estar.El templo de San Hipólito fue terminado en 1739. Podemos decir que la planta es como cualquier parroquia secular de la época: una cruz latina, un crucero en cuyo centro se alza una cúpula de base octogonal. Su portada nos hace imaginar lo que fue una sociedad adinerada que tenía el poder de decidir cómo construir un templo con relieves mudéjares en sus muros y con un par de torres ligeramente giradas sobre su eje. Manuel Toussaint escribió que es imposible encontrar el orden en el barroco porque es justo lo contrario. El barroco novohispano es caprichoso en sus movimientos y desordenado en las decisiones arquitectónicas.
Hipólito es un santo tan olvidado como los acólitos que se han apropiado del templo para adjudicárselo a San Judas Tadeo. La doble cara de la moneda que se vincula directamente con el nuevo nombre de la calle. Puente de Alvarado pasó de ser la avenida trasera por la que escapan los españoles en una noche triste a una remodelación de 38 millones de pesos, con ciclovía, alumbrado público y un nuevo nombre: México-Tenochtitlan, un intento por borrar lo que fue un monumento a los españoles caídos. Cambiar el pasado desde nuestro presente. Lo que no podemos olvidar es que seguimos siendo barrocos.
Barroco mexicano
Barroco significa impuro, mezclado, bizarro, audaz. El barroco se entiende generalmente como una herencia europea, porque es cierto que el barroco nació en Italia pero en México se tomaron decisiones muy por afuera de las normas establecidas por tratadistas y arquitectos europeos. Si volteamos la mirada a la arquitectura de esta iglesia veremos que cada relieve y cada decisión tiene que ver con un templo que debía ser público, por ello tiene una amplia entrada, actualmente ocupada por vendedores, en la que se podía contener a fieles dentro y fuera de la parroquia.Barroco también significa roca deforme, perla bruta, pieza única. El barroco en México es una etiqueta que describe también al pueblo, no solo de los templos que nos observan mutar, que soportan inundaciones, temblores, pandemias, procesiones y grafitis, sino las personas que habitan sus instalaciones, que se apropian de festividades, que las nombran desde una bendición que apenas y logramos escuchar.
Soy barroca porque me resigno a esos caprichos, porque el mundo no podría brillar si todo fuera perfecto como solían acomodarlo en el Renacimiento a punta de compás y secciones áureas. El mundo es imperfecto y hermoso por eso mismo, porque está sucio como los pies de los santos de Caravaggio, porque hay basura en las calles, porque las piedras también se desmoronan, porque los gatos en un momento de descuido toman agua de nuestro vaso.
Ir a San Hipólito un 28 de octubre es ser testigo del hueco en la regla de la iglesia, el desorden, los vendedores de tiner y de marihuana, los cuetes, las dos versiones de la historia colisionando en un mismo lugar; San Hipólito y San Judas; Pedro de Alvarado y la gran México-Tenochtitlan. El barroco posmoderno usa motocicleta, luces neón y amarra una escultura de San Judas de dos metros a su parrilla trasera. El mismo personaje que se sube al metro a decir “no les vengo a robar, podría, pero prefiero que me den una moneda que no afecte su economía” y que usa más de tres escapularios del santo. Una iglesia que por una noche es hotel de las almas perdidas. Ahí, un discurso sobre el presente se hace visible, de sus muros se levanta un nuevo altar y el santo adquiere carácter reflejándose en sus propios seguidores.