Debate sobre los monumentos públicos
Los usos de la arqueología en los monumentos de México
En septiembre de 2021, las autoridades de Ciudad de México decidieron reemplazar la estatua de Colón por un monumento a las mujeres indígenas, con el objetivo de descolonizar aún más el pasado del país. El arqueólogo Daniel Salinas explica por qué el uso de artefactos históricos de la época precolonial no es suficiente para garantizar la descolonización del Estado mexicano.
De Daniel Salinas Córdova
Después de un año de controversia, en octubre pasado el gobierno de la Ciudad de México anunció que una reproducción de una escultura arqueológica recientemente descubierta de una líder huasteca reemplazaría al famoso monumento a Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma, una de las principales avenidas de la capital.
El 10 de octubre de 2020, la estatua de 1877 del marinero genovés fue retirada de manera apresurada. Los funcionarios de la ciudad declararon que se debía a trabajos de conservación, pero el momento y la forma apuntan a que fue para evitar que la estatua fuera derribada o dañada en una manifestación anunciada para dos días después en el Día de la Raza, un día festivo que celebra a la raza iberoamericana en la fecha en que Colón llegó a las Américas.
Meses después, en septiembre de 2021, las autoridades tomaron una decisión unilateral y anunciaron que la estatua de Colón sería reemplazada por un monumento a las mujeres indígenas realizado por el artista Pedro Reyes. El hecho de que Reyes no fuera ni indígena ni mujer, entre otras cuestiones, causó una gran cantidad de críticas, lo que llevó a las autoridades a dar marcha atrás, retirándolo del proyecto.
"El Estado-nación mexicano ha utilizado ampliamente la cultura material y la estética indígena precolonial en sus esfuerzos de construcción de la nación. La arqueología y el patrimonio han sido uno de los pilares para construir y fortalecer la comunidad imaginada que es México".
Arqueología, monumentos e identidad nacional
El Estado-nación mexicano ha utilizado ampliamente la cultura material y la estética indígena precolonial en sus esfuerzos de construcción de la nación. La arqueología y el patrimonio han sido uno de los pilares para construir y fortalecer la comunidad imaginada que es México. Desde muy pronto después de obtener la independencia de España, las élites culturales y políticas trabajaron en el establecimiento de vínculos directos entre las antiguas culturas mesoamericanas, particularmente la mexica, y la nación mexicana moderna como una forma de distinguirla de su antigua metrópoli colonial.Esto se puede ver en el establecimiento de un Museo Nacional por decreto presidencial en 1825, una institución con una fuerte naturaleza pedagógica que comenzó a recopilar antigüedades precoloniales y otros artefactos culturales en un esfuerzo por construir, definir y dar sentido a la nación mexicana.
Un monumento mexica que rápidamente se convirtió en un elemento icónico de la nación es la Piedra del Sol o “Calendario Azteca”. Descubierta en 1790, durante muchas décadas se exhibió junto a la Catedral en el Zócalo, la plaza principal de la Ciudad de México y epicentro político. En 1885 la piedra fue trasladada al Museo Nacional y en 1964 fue trasladada de nuevo al Museo Nacional de Antropología, ocupando un lugar central en ambas como una de las exhibiciones estrella. Desde el siglo XIX la Piedra del Sol ha sido utilizada y reproducida innumerables veces como un símbolo de México, particularmente en monedas y billetes oficiales.
Los monumentos de Cuahutémoc y Colón podrían ser vistos como una representación de la dualidad detrás del concepto de mestizaje, la mezcla biológicay/o cultural de los pueblos indígenas y europeos, que ha sido un aspecto clave en la definición de arriba hacia abajo de la identidad mexicana por parte de las élites culturales y políticas desde el siglo XIX.
En el período posrevolucionario de la década de 1920 a la década de 1940, los gobiernos e intelectuales presionaron por la consolidación de una identidad mestiza nacional unificada, que reconociera las raíces hispanas y celebrara el antiguo pasado indígena de México, que continuó siendo encarnado por el uso y reproducción de artefactos y motivos arqueológicos en monumentos, arquitectura, arte y diseño. Simultáneamente, las comunidades indígenas vivas fueron denigradas y marginadas, por ejemplo, por fuertes programas de hispanización, educación y desarrollo liderados por el Estado que, en la búsqueda del progreso y la integración nacional, y junto con los nuevos medios de comunicación y los estilos de vida que cambian rápidamente, diezmaron las lenguas y culturas indígenas a lo largo del siglo XX. El porcentaje de personas que hablaban una lengua indígena en el país a principios del siglo XIX era de alrededor de 65%, para 1950 se había reducido a 9,5%, y hoy se sitúa en sólo 6%.
El monolito de Coatlinchan es otro caso notorio de una estatua arqueológica convertida en monumento público. A menudo se considera como una representación de Tláloc, dios mesoamericano de la lluvia, pero muy probablemente se trate de Chalchihuitlicue, la deidad femenina del agua. La masiva escultura fue retirada por la fuerza de la ciudad de San Miguel Cotalinchan por el gobierno mexicano en 1964, para ser colocada en la entrada del nuevo Museo Nacional de Antropología, también en la Avenida Reforma, donde hasta el día de hoy recibe a los visitantes de uno de los museos más reconocidos y visitados de México.
Reemplazando a Colón por la Joven de Amajac
El cambio del monumento de Reforma está incrustado en derivas discursivas y conmemorativas más amplias del gobierno federal, que tienen como objetivo descolonizar la historia y los monumentos del país, saldando “deudas históricas” con la población indígena. En agosto pasado, el 500 aniversario de la caída de Tenochtitlán ante los ejércitos liderados por los españoles en 1521 se interpretó como los “500 años de resistencia indígena”. La retirada de la imagen de Colón y la polémica decisión de sustituirla, primero por el monumento de Reyes a una mujer indígena –proyectado como una colosal cabeza de piedra que recuerda a las realizadas por los olmecas– y luego por la reproducción de la Joven de Amajac, suscitó intensos debates.Voces como las de la antropóloga Sandra Rozental o la lingüista Yásnaya Aguilar han señalado tajantemente cómo la “mujer indígena” que conmemorará el nuevo monumento anunciado responde a una categoría imaginada y construida desde una lógica externa y exotizante, que no se refiere a una persona real. El reemplazo se basa en el supuesto de que la apropiación y el uso de objetos prehispánicos por parte del Estado y su uso como símbolos de la indigeneidad de la nación es un acto neutral y políticamente correcto.
En mi opinión, la retirada del monumento a Colón no respondió a una auténtica descolonización, sino más bien a una supresión de las posibles protestas derivadas de una lógica conservacionista y patrimonialista. Veo la decisión de colocar una reproducción de la Joven de Amajac como una solución fácil, una respuesta aparentemente neutral a las críticas y controversias en torno a la eliminación de Colón y del monumento propuesto por Reyes. Basándose en una idea hegemónica y unificadora del pasado prehispánico, las autoridades mexicanas están utilizando una vez más antiguos artefactos arqueológicos para representar ideas abstractas de los pueblos indígenas, mujeres en este caso, que de hecho han pasado cinco siglos resistiendo los sistemas coloniales y sexistas de los cuales, a pesar de afirmar lo contrario en su discurso, el Estado mexicano es heredero y de los que sigue formando parte hasta el día de hoy.