Atravesaba con mi bicicleta por un callejón estrecho. De repente, una mujer se quedó parada frente a mí. Y entonces comprendí: tiene miedo.
Estamos atrapadas. La mujer y yo. Ella tiene un rostro pequeño. Una mascarilla protectora enorme. Ojos preocupados. Lleva guantes de caucho. La mujer tiene miedo.Nos encontramos en un callejón. Dos fichas en un tablero que no pueden avanzar. El callejón es un camino estrecho, de solo un metro de ancho, a través del cual se puede llegar más rápido al supermercado. La mujer entró por la calle del norte y llegó hasta la mitad. Yo entré al callejón desde el sur, y mi bicicleta arrastra un remolque con una caja llena de botellas. Solo miré en su dirección cuando ya estaba frente a ella, en la mitad del callejón. Demasiado tarde. Demasiado cerca. Nos separa apenas un metro de distancia. Si queremos cruzar, tenemos que acercarnos una a la otra. Es el final. Puedo sentirlo. Ella ve en mí el final.
No podemos mantener la distancia de seguridad de 1,5 metros. Es como si yo fuera un río. Ella no puede cruzar sin mojarse. Por un breve momento tenemos que compartir el espacio, respirar el mismo aire. En estos días es tan natural evitar a un ser humano como se evita un automóvil en movimiento. Como si la existencia del otro no significara la posibilidad de infección, sino la certeza de la enfermedad, el peligro.
Todavía no me he acostumbrado a que la gente me evite. Hay una irritación breve cuando establecen distancia al encontrarnos en la acera. Los saludo amablemente, como para indicar: estamos tan cerca, de cierta forma, todos estamos juntos en esto.
Noto cómo la mujer reflexiona sobre lo que puede hacer: si se la vuelta y regresa por el callejón hasta la calle para no tener que cruzarse conmigo. O si yo soy quien me doy una vuelta, liberando el callejón para que ella pueda continuar. A través de algo no expresado, silencioso, queda en claro que soy yo quien debe actuar. Que nuestros movimientos de ahora en adelante dependen de mí.
De repente, me invade la tristeza. Por un instante, tengo ganas de llorar. Aquí, en este callejón, se condensa un dolor hasta ahora inconsciente. Dolor por el miedo interiorizado de unos frente a otros, que ahora, en los días del virus, se puede percibir claramente. Porque el funcionamiento no es de unos con otros, sino mejor: sin los otros.
La mujer espera, simplemente permanece allí. Yo tendría derecho a temer lo mismo que ella. Sé tan poco sobre su salud o enfermedad como ella sobre mí. Pero ahora solo tengo miedo de su mirada temerosa, de mí como persona, en la que desaparezco como persona.
Tiene que pasar algo. Pero no puedo girar la bicicleta por el remolque. Solo podría empujar lentamente la bicicleta hacia atrás, dejando que la mujer se adelantara de esta manera. Pero no es fácil mover la bicicleta. Es difícil empujarla sin que el remolque se atasque. Me doy cuenta de no quiero alejarme así. ¿Es realmente nuestra última oportunidad el retiro? ¿Abandonar el campo de juego? Despejar el callejón se siente como un “game over”. La demostración de que como seres humanos nos reducimos en nuestras características a nuestro posible contagio.
Miro a la mujer. De repente, por un breve momento, todo me parece un sueño. Observo toda la escena desde otro instante en el tiempo. ¿Qué es lo que tiene esta mujer en su rostro y en sus manos? ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué estamos atrapadas? Dos personas, congeladas, encerradas en sí mismas. Puedo sentir que recordaré esta escena. La mujer será una imagen en el mosaico con el que me estoy creando.
Y entonces contengo la respiración como si fuera a comenzar a correr. “Va a ser rápido”, quiero gritar. Pero estoy callada, no abro la boca para no asustar a la mujer. Quizá, desde su punto de vista, ya una gota de mi boca podría ponerla en peligro. Le sonrío, empiezo a pedalear. Rápidamente paso junto a ella. “Entonces sí se puede”, dice la mujer. Suena claro y amigable. “Entonces sí se puede”. Como si no hubiera tenido miedo en absoluto. Dos palabras como un llamado a la acción.
Este fue publicado originalmente en el diario alemán die tageszeitung (taz) del 4 de abril de 2020
abril 2020