¿Protestar a cualquier precio? Las organizaciones de protección del clima provocan en toda Europa con acciones que tiene gran efecto mediático y a veces desbordan el marco legal. ¿Esa clase de activismo deja de ser un componente legítimo de las condiciones democráticas? ¿O ahora se necesitan acciones extremas para ser escuchados? ¿Es todavía posible un encuentro en el medio –en el centro– de la sociedad?
Muchos grupos de acción consideran que la política todavía no toma suficientemente en serio el colapso climático, y muestran su descontento en la calle para manifestarse en contra de las energías fósiles. Sin embargo, no se limitan ya a marchas y declaraciones: los manifestantes se pegan al pavimento de las autopistas, bloquean las excavadoras o los gasoductos.
La sentada sigue siendo un método elegido por los ecologistas. Aquí un miembro de la llamada Última Generación protesta contra la detención de otros manifestantes tras acciones de protesta.
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En su mayoría jóvenes, estos activistas encuentran ahora no poca oposición, pues sus acciones de desobediencia civil generan una polarización. Una vez más, el movimiento ambientalista divide a la sociedad. La pregunta central es: ¿alcanzan sus intenciones para justificar las acciones de bloqueo, de arrojar jarabe a los tanques de las máquinas de construcción, aflojar los tornillos de excavadoras y válvulas, derribar vallas?
¿Ilegal o legitimado por la constitución?
“Sí”, responde el activista Tadzio Müller en el programa político Panorama. Todo esto ocurre, dice, “en el marco de un estado de necesidad justificante”, declarado por el Parlamento Europeo el 28 de noviembre de 2019. Y agrega que también el Tribunal Constitucional Federal dijo que la crisis climática amenazaba con destruir las libertades de las generaciones futuras. “Para mí estas acciones son legítima defensa”.
Algunos grupos ambientalistas se remiten al derecho de resistencia descrito en el Artículo 20 Parágrafo 4 de la ley fundamental alemana, en el cual se habla de ataques a la constitución, al orden de la democracia parlamentaria y al estado de derecho: “Contra cualquiera que intente eliminar este orden todos los alemanes tienen el derecho de resistencia cuando no fuere posible otro recurso”.
Otra visión tiene el Ministro de Justicia, Marco Buschmann (FDP): “En el derecho alemán, la desobediencia civil no es motivo de justificación o excusa de acción alguna. Las manifestaciones sin aviso en autopistas son y seguirán siendo ilegales”, twitteó después de una acción de bloqueo. La mayoría de los tribunales ha tenido hasta ahora la misma opinión y casi siempre se condena a los activistas a multas o penas de prisión. Con todo, en los círculos especializados actualmente se discute de modo intenso esa valoración. También algunos jueces sacan otras conclusiones: en noviembre de 2002 el tribunal de Flensburgo reconoció el “estado de necesidad justificante” y declaró inocente a un ocupante de un árbol, que había sido acusado de intrusión.
En suma: el asunto es, desde el punto de vista jurídico, complejo.
La naturaleza de la desobediencia civil implica también otro aspecto: por definición, se trata de faltas (leves) contra las normas legales y las leyes, faltas que quien ejerce la protesta comete de modo consciente. Pero ¿esto no hace que esa forma de protesta sea ilegítima per se? No es tan fácil.
“Piedra de toque de las democracias maduras”
Tras una sentada en la que manifestantes de pegaron al pavimento de las calles de Berlín, en octubre 2022, el canciller alemán Olaf Scholz (SPD) hizo un llamado al grupo Letzte Generation para que no pusiera en peligro a los otros con sus acciones. A la vez, también resaltó “que debemos aceptar las posturas críticas, la protesta crítica”. En el Süddeutsche Zeitung, la escritora Jagoda Marinić opinó sobre la “Generación de la desobediencia civil”: “Rebelión significa hoy tomarse el mundo en serio”. Lo que quiere la juventud reunida en torno a Greta Thunberg, Rezo y Billie Eilish es, afirma Marinić, “despertar” a los mayores “del coma democrático”. El modo en que se reacciona ante la desobediencia civil es la tarjeta de presentación de la democracia: “Mientras en China se reprime a los manifestantes de modo brutal y a la vista de todo el mundo, en Occidente la fundadora de Fridays for Future da un discurso furibundo en las Naciones Unidas”.
Quien piense que los activistas ambientales de hoy son demasiado radicales recuerde las acciones de la época temprana, como la de la foto. En 1995 Greenpeace ocupó la plataforma petrolera Brent Spar.
| Foto (detalle): © picture-alliance/dpa/epa/AFP
¿La desobediencia civil como señal de una democracia que funciona? “El modo en que se reacciona ante la desobediencia civil justificada es la piedra de toque de las democracias maduras y debe ser considerado un elemento necesario de su cultura política”, escribe también Bernward Gesang, catedrático de filosofía y ética económica en Mannheim. En un ensayo publicado en el periódico taz, el ensayista reflexiona, entre otras cosas, sobre hasta qué punto se justifica la desobediencia civil. “En la filosofía se ha pensado el tema por lo menos desde la época de John Locke (1632-1704)”. Según Locke, la desobediencia civil es “imprescindible como motor del cambio del derecho” y está justificada cuando “no se puede invocar la ley para evitar la injusticia”. En resumen: cuando los intentos legales han fracasado, podría ser necesaria la desobediencia civil. Gesang mismo señala que muchas transformaciones sociales –desde la abolición del apartheid en los Estados Unidos hasta el abandono del carbón en Alemania– no habrían tenido lugar sin desobediencia.
Con su apreciación, Locke adelanta lo que muchos filósofos posteriores considerarían de modo semejante. También ellos juzgaron que la desobediencia está justificada sólo para objetivos de toda la sociedad y no para objetivos individuales, por ejemplo, cuando el Estado vulnera los derechos humanos o el interés general. Así, el filósofo y sociólogo Jürgen Habermas define la desobediencia civil como protesta moralmente fundamentada “en cuyo origen no se encuentran tan sólo convicciones sobre creencias privadas o intereses propios (aspecto moral); se trata de un acto público que, por regla general, es anunciado de antemano […]; incluye un propósito de violación de normas jurídicas, sin poner en cuestión la obediencia al ordenamiento jurídico en su conjunto (aspecto normativo); requiere la disposición de admitir las consecuencias que acarrea la violación de la norma jurídica; la violación de la norma, que es la manifestación de la desobediencia civil, tiene exclusivamente un carácter simbólico: aquí es donde reside el límite de los medios no violentos de protesta.”
Se trata, pues, continúa Gesang, de valorar las acciones de protesta no sólo en relación con métodos: si la desobediencia civil –de la que forma parte la infracción de las leyes– no sirve para el bien de todos, no está justificada. Además, la desobediencia civil debe ser lo menos violenta posible y el objetivo no debe ser inalcanzable. Por eso, según él, la cuestión de si las acciones de protestas de ambientalistas están justificadas depende de la siguiente ponderación: ¿cuán grande es el perjuicio causado en comparación con las probabilidades de éxito? O dicho de otra manera: ¿cuán grande es la necesidad y cuánta coerción resulta así justificada?
Nada nuevo bajo el sol
El grupo Letzte Generation ha anunciado que intensificará las protestas. Los debates sobre necesidad versus coacción, pues, entrarán en una nueva fase. Actualmente hay cientos de procesos legales en curso contra la agrupación. “Están en una delgada línea” dice la especialista en protestas y politóloga Anna Nora Freier en el programa de divulgación científica nano del canal ZDF, al referirse a acciones que incluyen elementos punibles, como la coacción, el daño material o el sabotaje. Puede ser que reciban mucha atención mediática, dice Freier, pero cuando se eligen formas “que sobrepasan los límites de la protesta pacífica y son punibles, puede ocurrir que la población ya no se solidarice con esas protestas”. Tampoco el debate sobre la desobediencia civil es nuevo. Especialmente en relación con las protestas contra al almacenamiento temporario de residuos nucleares, como la de la foto, en Gorlitz, marzo de 1979, la discusión se encendió una y otra vez. | Foto (detalle): © picture-alliance/Sven Simon Por cierto, la forma de protesta ambientalista no es nueva ni tampoco lo es el debate público que genera. Con acciones arriesgadas y que tuvieron mucho efecto mediático, el buque de Greenpace Rainbow Warrior se movilizó en los años setenta y ochenta contra las pruebas nucleares y la matanza de focas. Los movimientos pacificistas, ambientalistas y antinucleares organizaron sentadas y bloqueos en toda Europa, abordaron plataformas petrolíferas, se encadenaron a vías férreas delante de transportes de residuos nucleares. Muchos políticos, entre ellos también el vicecanciller alemán Robert Habeck, que hoy tiene 53 años, participaron de esas protestas cuando tenían la misma edad que los actuales manifestantes. También entonces hubo disputas muy ásperas. Desde entonces, es poco lo que ha cambiado el debate.
febrero 2023