La economista chilena Marta Lagos habla sobre el problemático concepto de “centro” político y en qué medida la gran mayoría de la población de Latinoamérica no está interesada en el extremismo.
¿Cómo definiría hoy al centro político en nuestra región?En Latinoamérica, en una escala del 1 al 10, siendo 1 la izquierda y 10 la derecha, un 40% de las personas está ubicada en el 5. Ese es el centro. Es una definición tautológica, pero es la realidad. Somos un continente muy tradicional, también en lo político, y la mayoría está concentrada ahí, entre la izquierda y la derecha.
¿Por qué?
Las fuerzas políticas son las que ponen los temas y los titulares, y también son las que polarizan. Pero el electorado, en buena parte, no busca una ideología en la derecha ni en la izquierda, sino quiere que alguien satisfaga sus demandas; por ejemplo, la demanda urgente de que se desmantelen las desigualdades. Entonces votan por quien les asegura eso.
Pero al final votan por la derecha o por la izquierda, no por el centro.
Sí, eso es paradójico. Las elecciones no parecen reflejar la existencia de ese 40%. Sin embargo, sí muestran cómo ese centro vota. Vota por la derecha, siempre y cuando sea moderada, o por la izquierda bajo esa misma condición. Y con cada elección van cambiando de lado, como un péndulo, para ver si las cosas mejoran. Ningún presidente latinoamericano sale elegido si no tiene esos votos. Por eso en las campañas políticas, sobre todo en las segundas vueltas, los discursos terminan moderándose. Podemos verlo en el caso de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil o de Gustavo Petro en Colombia.
¿Eso significa que en Latinoamérica no hay oportunidad para los extremos?
Hay que tener cuidado con eso, porque ¿qué son los extremos? En nuestra región, salvo el caso del ex presidente brasileño Jair Bolsonaro, hasta hoy no han existido los extremos radicales. La derecha chilena no se ubica en el extremo ni tampoco lo hace el partido comunista. Pero, a la vez, eso no ha impedido el auge del populismo y la demagogia. Lo vengo diciendo desde hace un tiempo: en Latinoamérica la amenaza hoy no son los militares sino el populismo.
La desconfianza en la democracia está presente en toda Latinoamérica. ¿Podría eso transformar el centro?
Cada vez menos personas apoyan el actual modelo democrático porque sienten que no les da soluciones, y en el centro están aquellas que no se sienten interpretadas por la derecha ni por la izquierda. Todo esto es un fracaso de las élites que gobiernan, un fracaso que se repite desde hace tres décadas y que nos tiene hoy en un pico histórico de descontento. Un 95% de los latinoamericanos opina que su democracia no es plena. En ese contexto, sumadas la pandemia y los 60 millones de pobres que trajo esa crisis, cualquier populista y demagogo disfrazado de moderado encuentra un terreno fértil.
¿Podría explicar mejor cómo se ha dado ese fracaso y cómo ha influido en el centro?
Tiene que ver con el fracaso de las élites progresistas. En los últimos treinta o cuarenta años, casi todos los países latinoamericanos vivieron un cambio drástico. Pasaron de la dictadura a la democracia, y lo hicieron de la mano de élites que eran moderadas, pero que fracasaron porque no le cumplieron a la gente. Hubo entonces una primera alternancia democrática en el poder y llegaron élites de derecha, también moderadas, como la de Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia. Pero también estas fracasaron. Entonces, ahora estamos viviendo una nueva ola de izquierda, que ya es menos moderada, y vendrá muy posiblemente una nueva ola de derecha, también menos moderada. La democracia está en un punto crítico. Hoy uno de cada dos latinoamericanos, incluyendo a los de centro, está dispuesto a elegir a alguien que resuelva sus problemas, así sea pasando por encima de la ley.
Si miramos el tiempo anterior a la transición, ¿cómo era entonces el centro político, si es que lo había?
Con algunas excepciones, en Latinoamérica había dictaduras y la democracia era restringida. Votaban menos mujeres que hombres, no había candidatas y no había participación política suficiente. Entonces, en términos de centro político, no es posible comparar. No había centro, solo había una élite en el poder y la creciente demanda de romper con eso. Cada país lo vivió de una manera distinta, y Paraguay fue el último. Y hay casos interesantes, por ejemplo, Alberto Fujimori en Perú y Hugo Chávez en Venezuela. Ambos fueron dictadores, pero parte de su éxito fue haber incluido a la población. Así se quedaron en el poder, pero también produjeron una transición.
Hay una idea de que el centro político es un lugar donde predomina el consenso. ¿Está alguna sociedad latinoamericana cerca de alcanzar eso?
Uruguay es tal vez el único país de la región que goza de una democracia plena. Está, digamos, allá arriba en una nube, mientras el resto sigue en la tierra. Es una nación moderada en todo el sentido de la palabra; hasta la delincuencia es moderada. Pero, claro, como decía el ex presidente Pepe Mujica, hay tres millones de uruguayos y trece millones de vacas. Tienen capital físico, la desigualdad social es muchísimo más baja que en el resto de Latinoamérica, son principalmente agnósticos y no tienen grandes conflictos sociales que ameriten movimientos y protestas.
¿Podría el centro transformarse ante los cambios que viven varios países latinoamericanos para incluir y reivindicar a grupos sociales históricamente excluidos?
La idea de centro no cambiaría, pero sí la cantidad de gente que podría querer ubicarse ideológicamente en la izquierda o la derecha. Las personas excluidas en muchos países ni siquiera tenían la posibilidad de participar en esos conceptos. Cuando alguien entra a participar, lo primero que hace es tomar una posición, y eso cambia el espectro político. Sin embargo, también ahí puede producirse rápidamente un descontento.