Alejandra González Biffis, urbanista argentina, explica qué significa “centro histórico” y habla sobre el desarrollo de estas zonas en las ciudades latinoamericanas en los últimos años.
La arquitecta, urbanista y docente argentina Alejandra González Biffis es una de las expertas en conservación, restauración e intervención del patrimonio urbano más prestigiosas de su país. Como investigadora del Centro de Investigaciones Urbanas y Territoriales de la Universidad Nacional de La Plata, estudia problemáticas urbanas, en particular de los centros históricos. Analiza y propone estrategias de intervención y gestión para disminuir las vulnerabilidades urbanas y aumentar la resiliencia de la población.¿Qué se entiende hoy por “centro histórico” en una ciudad latinoamericana?
El concepto ha cambiado mucho. Históricamente se ha asociado a ciudades medievales o coloniales con rasgos arquitectónicos marcados y paisajes homogéneos, áreas como congeladas en el tiempo, comunes en Europea y Centroamérica, y menos frecuentes en Sudamérica. Esa idea de unos edificios aislados como monumentos era común en el siglo XIX. Pero en la actualidad pensamos en conjuntos urbanos y en la población que los habita, en el centro histórico como un espacio social, como una sumatoria de capas físicoambientales, socioculturales y económicas. Así se promueve una mirada integral.
¿Puede explicar la idea de los centros como espacios sociales?
Los centros son el ámbito de relación y encuentro, donde la población socializa, se informa y se expresa. Son el sector de mayor pertenencia e identidad poblacional de toda la ciudad. Concentran funciones heterogéneas: comerciales, políticas, cívicas, administrativas, recreativas y religiosas. Y de acuerdo a los procesos que han atravesado, hay centros históricos muy diversos. Es importante entender que un centro histórico no es un museo, es un área clave de la ciudad que debe poder adaptarse y acompañar los nuevos desafíos sociales y urbanos.
Pero aún hay centros que parecen tener ese rol de museo.
El centro histórico originalmente era la ciudad entera y concentraba todas sus funciones. Pero con el tiempo las ciudades crecieron y surgieron nuevas centralidades. Entonces, ese centro se convirtió en un barrio más. La declaración de centros históricos como Patrimonio Mundial de la Unesco comenzó en 1978 con los centros históricos de Quito y Cracovia, y continuó luego con numerosos centros históricos latinoamericanos y europeos. Eso aceleró procesos de puesta en valor y revitalización de esas áreas, pero también, en muchos casos, las dejó como museos para el uso turístico, alejadas de los nuevos centros económicos, educativos, residenciales y administrativos. Es el caso de Cartagena, en Colombia, o de Salvador de Bahía, en Brasil. No obstante, algunos centros históricos siguen formando parte de la centralidad urbana.
¿Qué otros centros históricos han podido interconectarse con el resto de la ciudad?
La Habana y Quito tienen centros llenos de vida. Pero no es sencillo encontrar casos así. En general, en el centro histórico predomina la monofuncionalidad –turismo, alojamientos, comercios gastronómicos, etc.– o termina deshabitado, abandonado y tugurizado.
En ciudades como Bogotá el centro fue tierra de nadie por muchos años. ¿Por qué?
La aparición de nuevos centros implicó que las inversiones se dieran por décadas en otros sectores y que los centros históricos perdieran su función central. Se volvieron obsoletos y se degradaron, y eso incidió en su despoblamiento. Esto conlleva retos sociales, de conservación patrimonial y de seguridad, como sucedió en Bogotá. Otro caso de despoblamiento es el centro de San José de Costa Rica. La gente trabaja allí de día y de noche regresa a su casa en la periferia. Por eso ha sido foco de numerosas intervenciones para atraer población residente.
Hoy la inversión impulsa la gentrificación de muchos centros urbanos latinoamericanos. ¿Cuán grande es la problemática?
Parece casi inevitable que en los centros revitalizados se produzcan procesos de gentrificación. Está sucediendo lo que describió la socióloga británica Ruth Glass cuando acuñó el concepto de gentrificación: una población de menores recursos es reemplazada por una población con un mayor poder adquisitivo. Una propiedad aumenta su valor si es intervenida, si se refuncionaliza y si está rodeada de acciones de revitalización urbana destinadas en su mayoría al turismo. Eso sube los alquileres y el costo de vida, y hace que la población se traslade hacia otros sectores más económicos. Por su alto valor patrimonial y por su buena localización, los centros históricos se convierten así en áreas de lucha de intereses, donde el mercado suele imponer las reglas. Los casos en Latinoamérica son innumerables, pero el de Pelourinho, el centro histórico de Salvador de Bahía, es un caso histórico paradigmático.
¿Cómo afectó la pandemia a los centros urbanos?
Agravó problemas ya existentes y transformó muchas prioridades. Un ejemplo de esto último es que se revalorizaron los espacios públicos, las plazas, los parques. En cuanto a los problemas, el despoblamiento se acentuó aún más en aquellos centros que antes de la pandemia ya tenían un desequilibrio funcional. Un caso claro es el área histórica del microcentro porteño, el sector financiero administrativo de la ciudad de Buenos Aires. Antes de la pandemia, de día la gente concurría a trabajar y de noche quedaba vacío. Al poner fin a muchas actividades diurnas, la pandemia acentuó esa situación y el barrio se despobló. La oficina fue reemplazada por el home office y los comercios quedaron vacíos. La gente se quedó trabajando en casa y buscó el contacto con la naturaleza en barrios de la periferia. Hoy, un plan de repoblamiento busca transformar los edificios de oficinas vacíos en edificios residenciales.
¿Cómo ve el futuro de los centros en la región?
Hay dos grandes desafíos. Uno es conseguir intervenciones realmente integrales que puedan brindar soluciones al conjunto de problemáticas físicas, sociales, económicas, ambientales e institucionales de los centros. Se buscan ciudades más sostenibles, como las que plantea Anne Hidalgo, alcaldesa de París, “ciudades de quince minutos” en las que un mismo barrio resuelva la vivienda, el trabajo, la vida familiar y social, la actividad comercial y cultural, y los espacios verdes. Por otro lado, permanece el reto de dejar de ver a los centros históricos de forma aislada. Son parte de un todo, una pieza más del sistema sumamente complejo y cambiante que es la ciudad.