Liliana Colanzi  El gran turbión de Santa Cruz – Una historia de dos ciudades

Una illustracion artistica © Wilson Borja

Un desastre natural borró en 1983 todo sentido de orden y de paz para miles de personas en Bolivia. Pero además, la catástrofe abrió la puerta a un desarrollo urbano preocupante.

Hace cuarenta años, la inundación más grande de la historia de Bolivia dejó tal devastación que el municipio de Santa Cruz tuvo que crear en tiempo récord un asentamiento para dar cobijo a los cientos de personas que habían perdido sus casas. Ese lugar es el llamado “Plan 3.000”, hoy en día uno de los distritos más populosos y de mayor crecimiento de Bolivia.

Lo que se conoce como el turbión o la gran riada de 1983 se trató en realidad de dos incidentes distintos: una primera inundación que ocurrió el 1 de febrero y que dejó a 1.200 familias desplazadas –pero afortunadamente ningún muerto, ya que la gente tuvo suficiente tiempo para ponerse a salvo–, seguida de otra riada el 18 de marzo, de efectos mucho más catastróficos.

En esta segunda oportunidad el río Piraí, en su descenso desde los valles hasta Santa Cruz, destruyó el pequeño pueblo El Chorrito, se llevó un puente y arrastró líneas telefónicas, árboles, animales y bloques de concreto. La gente recuerda haber visto muebles, electrodomésticos y automóviles flotando como cáscaras de huevo en las aguas turbias y enfurecidas que anegaban Santa Cruz. El Jardín Botánico quedó completamente arrasado. Hubo gente que murió electrocutada, algunos se ahogaron, otros tuvieron que aferrarse a los árboles arrancados de raíz por las aguas o subirse a los techos de las casas para sobrevivir. Los cuerpos de las víctimas del turbión fueron encontrados cubiertos de lodo a kilómetros de distancia; hay personas que continúan desaparecidas. Hubo alrededor de 15.000 damnificados y un centenar de muertos solo en el área urbana.

Una de las zonas afectadas por los desbordes fue la avenida San Martín, hoy conocida como Equipetrol. El aluvión también causó destrozos en los barrios Sirari, Guapay, Bush, Oriental, Villa Brígida y muchos otros. Los damnificados fueron trasladados al improvisado Plan 3.000, donde tuvieron que vivir durante meses en tiendas de campaña, sin agua ni luz, mientras las casas eran construidas bajo un sistema comunitario. Equipetrol es hoy en día una de los barrios más caros de Bolivia y la puerta hacia el Urubó, la zona donde vive la clase alta. El lujo de Equipetrol hace olvidar que esa parte de la ciudad fue brutalmente golpeada por el turbión hace cuarenta años.

El Urubó ha vivido un intenso proceso de urbanización: se han construido condominios amurallados, malls, country clubs y urbanizaciones que ofrecen terrenos para todo bolsillo con la promesa de que en pocos años su precio se duplicará. El boom de la construcción en Santa Cruz, que tuvo lugar la década pasada, aceleró la deforestación de esta zona, donde se encuentra el cordón ecológico de 1.530 hectáreas creado en 2004 para evitar otra riada como la de 1983. Los activistas medioambientales advierten, sin que nadie les haga mucho caso, que la deforestación de la cuenca del Piraí fue uno de los factores que causaron el desborde del río hace cuarenta años, y que si se sigue presionando el cordón ecológico –desmontado ya en un 38%–, un desastre similar puede volver a ocurrir en cualquier momento.

Si Equipetrol se gentrificó hasta hacerse inaccesible para las clases populares, el Plan 3.000 creció al otro lado de la ciudad hasta convertirse en una ciudadela de 400.000 habitantes, muchos de ellos migrantes de otras ciudades bolivianas: sus habitantes siempre han subrayado el olvido en que los tienen las autoridades, y este distrito famoso por su capacidad de organización y autogestión ahora sueña con emanciparse del municipio de Santa Cruz y convertirse en uno propio.

Esta es la zona verdaderamente cosmopolita de Bolivia, con presencia aymara, quechua y guaraní, con trabajos informales y dificultad para acceder a servicios básicos. A pesar de su importancia económica y demográfica, existen pocos estudios urbanísticos, arquitectónicos o culturales sobre la ciudadela. Eso hace que siga siendo algo invisible, excepto a la hora del voto o de las protestas, que es cuando sale a relucir su poder. Mientras que el Comité Pro Santa Cruz –la institución que defiende los intereses de la elite– sigue empecinada en el mito de una ciudad criolla y blanca, es en el Plan 3.000 –ese distrito nacido de la fuerza de un turbión– donde se está disputando la nueva identidad de Santa Cruz.

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