Para el biólogo y filósofo alemán Andreas Weber, la idea de que ser el humano es el centro y el dueño de todo lo que existe quedó obsoleta hace tiempo. Por ello cree que podemos aprender mucho de las culturas indígenas.
En su libro “Indigenialität” (“Indigenialidad”, 2018), usted escribe que la idea de que “sólo los humanos tienen espíritu, moralidad y derecho a ser salvados” está “muerta hace mucho tiempo”. Como también ha explicado, esta idea se basa en una forma de dualismo metafísico que aún determina en gran medida las visiones del mundo occidentales en la actualidad. ¿Cómo debemos imaginarnos este dualismo?Entiendo este “dualismo” occidental como la idea de que en la realidad existen dos sustancias o dimensiones distintas que no son compatibles entre sí. Una de ellas está compuesta por materia –ese sería el caso de, por ejemplo, la naturaleza–, la otra es algo inmaterial –ya sea el espíritu, la cultura o el lenguaje, según en qué época cultural nos encontremos–. Esto también corresponde a la idea de que Dios como Creador está fuera del mundo, de que no forma para del mundo creado. Según esta visión occidental, ahora globalizada, sólo los humanos tienen acceso a la dimensión inmaterial. Como resultado, el ser humano y el resto de los seres están separados esencialmente. Así mismo, esta forma de dualismo le proporciona al ser humano la posibilidad de disponer de y controlar al resto de seres.
A partir de esto se puede formular una segunda definición, con diferente énfasis. Es la siguiente: dualismo significa creer que el mundo está dividido entre quienes tienen que obedecer y quienes tienen el derecho de mandar. O también: los humanos tienen derecho a decidir sobre la vida y la muerte de los demás, es decir de los animales, las plantas y las otras “cosas” que componen el mundo. Esta definición es menos abstracta y muestra claramente lo que los humanos practicamos todo el tiempo, a saber: una forma de subyugación de todos los demás seres.
El dualismo, entonces, está vinculado a la idea de que los seres humanos están en el centro de la realidad y que, jerárquicamente, se encuentran por encima de otros seres. Así, el dualismo y el antropocentrismo están esencialmente vinculados entre sí. Pero ¿por qué cree que el dualismo y el antropocentrismo “murieron hace mucho tiempo” ¿En qué medida son cuestionados hoy en día?
Desde una perspectiva científica, se puede decir que los seres humanos poco a poco nos estamos dando cuenta de que nuestras acciones en el planeta tienen consecuencias nefastas que, a su vez, afectan nuestras propias vidas. Esto es lo que llamamos “antropoceno”: la comprensión de que la naturaleza y la cultura no son tan diferentes como pensábamos, y que así como nuestra cultura modifica la naturaleza, ella también nos modifica a nosotros. El gran momento “ajá” del antropoceno es darnos cuenta de que no estamos separados de otros seres ni del planeta mismo. Esto es lo que nos muestran, por ejemplo, las catástrofes climáticas.
Además, la ciencia demuestra que los animales y las plantas también tienen características que nosotros, especialmente en Occidente, durante mucho tiempo sólo atribuimos a los humanos: sienten, se comunican, quieren seguir viviendo, mantienen relaciones, es decir, tienen una dimensión social. Hoy en día existen muchos libros sobre los sentimientos de las plantas o la “vida secreta” de los árboles. Prácticamente a diario recibimos nuevos descubrimientos en este sentido, como por ejemplo que las arañas también sueñan. La biología demuestra que todos los seres vivos, no sólo los humanos, son también sujetos. Esto significa que no hay razón para poner a los seres humanos en una categoría fundamentalmente diferente a la de todos los demás seres, sea por la naturaleza de su conocimiento, por la conciencia de sí mismos o por sus sentimientos.
Pero hay un tercer punto que cuestiona el dualismo y el antropocentrismo. En este periodo de ruptura en el que nos encontramos actualmente, se presta mayor atención a aquellas culturas en las que el dualismo nunca fue fundamental. Ahora escuchamos más a las personas de las culturas indígenas, donde la gente siempre ha vivido en reciprocidad con todo lo que existe. Estas culturas nos muestran que esta reciprocidad no conduce a la destrucción total. Así, para algunos queda en evidencia que quizás los conceptos del mundo que mantenemos hasta ahora conducen a la autoextinción y, por tanto, son erróneos. Lamentablemente, esta actitud aún no forma parte del mainstream, de las corrientes principales de pensamiento.
¿Por qué los principios de las cosmovisiones de los pueblos indígenas, que son de hecho una alternativa al modelo antropocéntrico, son tan difíciles de transmitir en las culturas marcadamente occidentales?
El enfoque de muchos pueblos indígenas tiene un componente fundamentalmente emocional y vivencial. Se trata de un enfoque ciertamente intelectual, pero primordialmente intelectual. Por eso mucha gente en Occidente no lo toma en serio. La comprensión de que los humanos compartimos el mundo con todos los demás seres vivos es, ante todo, un sentimiento. Esta forma de percepción emocional es también la razón por la que muchas culturas indígenas entienden el mundo como un lugar impregnado de fuerzas creativas y como algo profundamente animado. El pensamiento de marcadamente occidental, que siempre necesita argumentos lógicos, todavía tiene dificultades con esto.
Y, sin embargo, se podría pensar que hay indicios de una cierta crisis del modelo antropocéntrico en las sociedades occidentales, como el mencionado interés por la llamada “vida secreta” de las plantas, los hongos y los animales, la expansión del vegetarianismo o un giro hacia la naturaleza en el arte contemporáneo. ¿Se puede realmente hablar de una crisis del antropocentrismo?
El modelo siempre ha estado en crisis. Pues la vida se alimenta de reciprocidad. Cualquier cosa que perturbe esta reciprocidad sólo puede ser de corta duración. Y, en verdad, en el fondo sólo somos felices cuando podemos existir en reciprocidad. Así que el modelo antropocéntrico siempre ha sido un modelo de crisis y por eso siempre ha provocado una violencia increíble. La crisis ahora no ha hecho más que agudizarse, también gracias a actores como los que usted menciona, que han decidido comportarse de otra manera o que están interesados en otras visiones del mundo y otras culturas.
¿Cómo contempla el futuro? ¿Hay posibilidades de mitigar la cosmovisión antropocéntrica y sus consecuencias perjudiciales para la naturaleza, la vida no humana y, en última instancia, para los humanos mismos?
Mi sensación es que aquellos que trabajan activamente por un mayor cambio sólo son tolerados por el poder político mientras no se acerquen ni sacudan las estructuras de poder. Me refiero, entre otras cosas, a los distintos grupos de activistas del clima, que ahora se han convertido en una especie de parias.
La gente en todo el planeta siente cada vez más en su propia piel lo que está pasando con el clima y la naturaleza. Aún así, la mayoría de nosotros no queremos incomodarnos por esto. Y por eso percibo muchos de los fenómenos o movimientos actuales que cuestionan nuestra visión dominante del mundo principalmente como una especie de libertad tolerada para hacer locuras, una válvula de escape, pero no como una señal de un cambio más profundo. Por lo contrario. Veo que las fuerzas que quieren impedir el cambio político se vuelven más fuertes en lugar de debilitarse. No sabemos qué traerán las próximas elecciones estadounidenses, pero sí sabemos que hay intentos sistemáticos de anular toda la legislación climática y ambiental de ese país. Incluso la guerra de Rusia contra Ucrania es el resultado de una codicia demencial que está destruyendo el planeta y también bloqueando la posibilidad de una acción colectiva contra el cambio climático. Sin duda existe una minoría ilustrada que tiene una visión fundamentalmente diferente de la vida y quiere vivir en lealtad con la naturaleza. Pero no veo ningún cambio político importante. Desgraciadamente, quienes quieren cambiar algo siguen siendo disidentes.
Esta entrevista aparece también en alemán e inglés en la revista "Zeitgeister" del Goethe-Institut