Trudruá Dorrico  Para vivir hay que ser oficial

Para vivir hay que ser oficial © Wilson Borja

“En verdad, nuestro mundo nace de los árboles sagrados del llamado Monte Roraima, que es el comienzo, nuestro centro, nuestro ombligo”, escribe la autora sobre los últimos pueblos en ser admitidos como ciudadanos brasileños y los primeros en habitar estas tierras antes de que fueran transformadas por líneas, mapas y documentos alfabéticos.

Oficial, significado uno: algo ejecutado por el gobierno o por una autoridad administrativa reconocida. Significado dos: expedido por una autoridad pública o competente. Entre nacer y morir, hay que vivir oficialmente. Así que nací. Nací 17 años después de que Brasil hubiera encontrado una solución al “problema” de los pueblos indígenas, para cada nación no oficial que existía en esta nación se generaba desde fuera, desde Europa Occidental.

Cuando decimos que catequizar es colonizar, estamos diciendo que la institución que llamamos “Iglesia” tenía el poder de administrar todos los documentos de los súbditos, bajo el régimen imperial, a través de los asentamientos parroquiales. Hay una larga, sangrienta y perversa historia del comportamiento de la Iglesia frente a los pueblos indígenas. Leí Espelho índio. A formação da alma brasileira de Roberto Gambini (“Espejo indígena. La formación del alma brasileña”, 1988) como adulta y comprendí que somos la culpa de la Iglesia, una forma estratégica de convencerse a sí misma y a los demás de que el genocidio es una acción natural. El mal se esconde en formas de distorsionar la historia. El colonialismo inventó eufemismos para narrarse a sí mismo. Para vivir, hay que constatar esta crueldad.

Continúo hablando de existir en un Estado-nación. Apenas en 1874, con el decreto número 5604 del 25 de abril, se creó el registro civil en Brasil. Me niego a dar, así, gratuitamente, el nombre del diputado general del Imperio, por pura rebelión. Es fácil acceder a estos datos. El decreto reguló el registro civil de nacimientos, matrimonios y defunciones. Quince años después, el 1 de enero de 1889, el Decreto-Ley 9886 estableció la obligatoriedad del registro civil en las oficinas registrales del Estado, retirando esa responsabilidad a la Iglesia Católica.

La solución para los pueblos y personas no oficiales fue establecida por el Estatuto Indígena en la Ley número 6001 de 19 de diciembre de 1973, el Registro Administrativo de Nacimientos Indígenas, el RANI. Dice así: el registro administrativo constituirá, cuando sea el caso, el documento que podrá ser utilizado para proceder a la inscripción civil del acto correspondiente, admitido, a falta de tal documento, como medio de prueba subsidiario. La inscripción del RANI se lleva a cabo en libros específicos por funcionarios de la FUNAI (“Fundação Nacional dos Povos Indígenas”) y por cada inscripción se expide, autentifica y firma el correspondiente documento. No obstante, al tratarse únicamente de un documento administrativo, no sustituye a la partida de nacimiento.

“Entró indígena y salió brasileño”

Vislumbro esta imagen fantasmal. Un cuerpo desnudo caminando hacia el registro civil, un adulto, en silencio, con la cabeza gacha, entra en el establecimiento, sale, aparece en el horizonte vestido con vaqueros y camisa de cuello alto, con una carpeta en la mano, se puede leer su partida de nacimiento en letras grandes, debajo, un borrador del RANI firmado por él mismo, y sigue su camino, desapareciendo en el horizonte. Entró indígena y salió brasileño. Pero sólo para el registro civil, sólo para la Iglesia, sólo para el Estado, sólo para Brasil. La imagen del indígena caminando hacia una notaría oficial es demasiado violenta, y ante todo pido disculpas por haberla utilizado para expresar el dolor colectivo al que todavía tenemos que enfrentarnos cuando utilizamos cualquier cosa considerada “de la ciudad”. La filosofía de lo premoderno frente a lo moderno sigue persiguiéndonos.

“Descubridlos con la Ciudad. Borradlos en Ciudades con los nombres de sus huesos, hasta que seáis los nuevos indios de sus nuevas Ciudades”. La poesía de Natalie Diaz (autora indígena Mojave, nacida en Needles, suroeste de EEUU) escuece en la garganta, y quizá sea posible amortiguar este dolor escuchando al cacique Raoni Metuktire (líder indígena brasileño de la etnia Ccaiapó) recordarnos que fuimos los primeros en pisar esta tierra, en habitarla. Tenemos que recordar nuestro pasado con ternura.

Categoría transitoria. Transitoriedad. En tránsito de lo primitivo a lo civilizado. Somos la culpa del colonizador, su Otro. Conocemos bien el significado de salvaje, no porque fuésemos demasiado salvajes, sino porque experimentamos la cruz, la espada, el virus, la lengua portuguesa, la guerra justa, el Directorio de Pombal, la Ley de Tierras, el SPI, la FUNAI, el Estatuto del Indio, la Dictadura Militar, el Marco Temporal, como capítulos que siguen viniendo del núcleo que inició la destrucción de lo nuestro.

Para vivir en un país, hay que ser oficial. Eso lo logramos en 1988, convirtiéndonos en los últimos brasileños oficiales. Es incorrecto decir que somos los primeros brasileños, los primeros habitantes de Brasil. Somos los últimos en ser admitidos como ciudadanos brasileños, y los primeros en habitar estas tierras antes de que fueran transformadas con líneas, mapas y documentos alfabéticos: Brasil.

“Había que negar lo nuestro”

Entonces nací, dos años después de la Carta Magna, que reconocía el derecho a la ciudadanía brasileña sin integración, asimilación, sin la categoría transitoria, sin el “problema”. Mi madre nació Makuxi en 1964. En el lugar donde nació, cerca de Yorora Head, no había registro civil, pero sí un asentamiento eclesiástico, razón por la que todavía ella se reúne con el cura para buscar los documentos que la reconozcan como Makuxi. Se nacionalizó ciudadana de Guyana y se trasladó a Brasil.

Para vivir oficialmente, sólo tienes que admitir que no eres devoto de otra nación, que ni siquiera tienes otra nación, que eso está bien, así es la vida, tienes que tener documentos para disfrutar de derechos y deberes, al fin y al cabo, tienes que vivir oficialmente en este país. Entonces me registraron. Con mi nombre inglés, que ahora se ha aportuguesado. Una dupla de la que reniego, a la cual que desobedezco. Pero sólo ahora, porque cuando nací yo no lo sabía, mi madre no lo sabía, nosotros no sabíamos que para vivir oficialmente en este país, teníamos que negar el nuestro.

Hoy lo devoro todo. Tengo hambre. Devoro la lengua portuguesa. Devoro este país y todos los Estados nacionales, masticando, rumiando, prometiendo parar sólo cuando se conviertan en plurinacionales. El Sur y el Sudeste dicen que el territorio del pueblo Makuxi es el fin del mundo, porque está en el Norte, en el borde del borde, pero yo me atrevo a responder que, en verdad, nuestro mundo nace de los árboles sagrados del llamado Monte Roraima, que es el comienzo, nuestro centro, nuestro ombligo. Siendo esto verdad, autentifico y firmo esta declaración en el año 2023.

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