La poeta argentina Lucía Bianco es directora del Museo del Puerto de Ingeniero White, pueblo próximo a la ciudad de Bahía Blanca. Tanto en sus versos como en su rol en el Museo, Lucía recorre historias de ría y de mar.
“Mi relación con el mar tiene mucho que ver con antepasados que vinieron de Italia y España, como les pasa a muchas personas en Argentina. Además de sus oficios, les gustaba salir a pescar, así que me enseñaron a pescar desde chica. Y con vecinos que tejen redes, amigos que pescan, una familia que va a tirar la red”, dice sentada a metros del agua en el Puerto de Ingeniero White.“Nací en 1979 Punta Alta”, una localidad cercana a Bahía Blanca que es la sede de una base naval. “Crecí jugando en museos, porque mi mamá es geóloga. Ella y mi papá eran coleccionistas y conformaron el primer Museo Municipal de Ciencias Naturales de Punta Alta. Darwin –esta zona fue inspiradora para su teoría de la evolución–, la geología, eran parte de los cuentos que escuchaba antes de dormir”.
El sol acaricia el paseo portuario, con sus locales gastronómicos y la imagen del patrono de los pescadores, San Silverio. Haber crecido en Punta Alta le permitió “pasar tardes en una playa, no de arena, sino de barro. Y de cangrejos, de gaviotas. Donde ver pasar buques que zarpaban desde White”.
Esa “ría difícil de entender” impulsó a Lucía a escribir su más reciente poemario, Paleo río (N Direcciones): “Diez mil años, un río (Colorado) que no está y sin embargo, hay cosas que siguen estando y que me determinan a mí, un sujeto chiquitito”. Lucía camina por el puerto y hace notar que ya casi no quedan pescadores artesanales. Solo el testimonio silencioso de viejas lanchas, esperando a ser reparadas tras un temporal.
Otro de sus libros de poemas se titula Preinsectario. Lucía dice que en la ría de Bahía Blanca es crucial un “olfato alerta porque, con las mareas, el puerto tiene una variación muy grande. Si hay bajantes, si hay viento sur, si hay viento norte, cambian los aromas. Hay días que se siente olor a algas, a barro. Otros, olor a cereal, porque son puertos exportadores. Y otros días, algo relacionado con el puerto petroquímico”.
A la vez, predominan “los chillidos de las gaviotas”, que sobrevuelan el océano en tonos grises y marrones. “No me puedo imaginar demasiado vivir en un lugar que no sea este”, dice la primera directora mujer del Museo del Puerto de Ingeniero White mientras el viento agita banderas de buques anclados. “Este tipo de horizontes, de olores, lo que propone visualmente la lejanía…
“… Quién no tiene un bisabuelo del grupo de carpinteros
que construyó el dique seco, por ejemplo.
O alguien campesino, costurera o panadero.
O si no, que nació en Yugoslavia o anarquista o dirigente sindical
o las tres cosas a la vez.
Quién no tiene algo que se haya olvidado, pero en el fondo reconoce
cuando toca la madera de una puerta centenaria y de repente
le dan ganas de llorar, tan suavecita”.
Esa madera centenaria bien podría pertenecer al Museo del Puerto de Ingeniero White, que funciona en un antiguo resguardo de la Aduana construido por una empresa inglesa en 1907.
La tarde cae sobre el barrio de casas de chapa y madera. El chocolate de la Asociación de Amigas deleita a las y los visitantes del Museo y a aquellos del Centro Murga Vía Libre. Cada domingo, distintos colectivos o varias cocineras de barrio preparan sus platos y se toca música popular en vivo. Esta vez, bajo los banderines se comparten mesas y se aplaude con entusiasmo. Una señora confiesa bajito: “Yo nunca había visto una murga”.
El Museo del Puerto fue creado en 1987 y Bianco, egresada de la Escuela de Artes Visuales de Bahía Blanca, lo dirige desde 2019. Antes, trabajó en el área cocina, investigando este “ámbito de saberes específicos desprestigiados durante años. No se mueve el puerto si alguien no cocina. Ese pensamiento motoriza el Museo”.
Para la Sala Baño, la última en ser montada, “nos metimos en temas tabú a lo largo del tiempo, como los cambios del cuerpo en la mujer, las violencias, las disidencias en el puerto”. La pintoresca colección de objetos en las coloridas salas se reunió a través de donaciones. Esta colección y los archivos oral, fotográfico y documental del Museo ofrecen una imagen rica de la vida popular de la localidad.
Bianco se enorgullece del archivo oral, con más de mil voces de trabajadores, cocineras y pescadores artesanales. “Cuando armamos una sala, lo primero, además de juntar documentos y revisar archivos, es hacer entrevistas sobre el tema que queremos mostrar. Tiene que ver con escuchar que hay muchas versiones de la historia”.