En situaciones de crisis, ayuda poderse identificar con las historias de otras personas. Por eso, el profesor Wolfgang Hantel-Quitmann, que ejerce en Hamburgo la terapia de pareja y familiar, recurre con frecuencia a Franz Kafka. En esta entrevista explica en qué medida la literatura puede ser de ayuda para resolver nuestros problemas y por qué, sin embargo, está bien que Kafka no fuese a terapia en su momento.
Señor Hantel-Quitmann, ¿es capaz de recordar usted la primera vez que leyó a Kafka?La primera primera obra que leí fue La metamorfosis, que leímos en clase y que con tanta precisión describía cómo me sentía yo en la pubertad. La pubertad trae consigo metamorfosis que la persona no sabe explicarse, y a veces uno se siente como Gregor Samsa cuando se convirtió de repente en escarabajo, encerrado en su propio cuerpo que se le ha vuelto ajeno, pero con el cual sin embargo tiene que vivir. La empatía con un ser sufriente era la sensación dominante.
¿Cómo se le ocurrió a usted la idea de utilizar a Kafka y sus obras en su labor como psicólogo?
En sus escritos, Kafka tematiza sentimientos profundos tales como duda, miedo, soledad, vergüenza, culpa, impotencia, arbitrariedad y complicaciones en la familia. Los sentimientos ocupan hoy el centro de la atención de la psicología moderna, y difícilmente se me ocurriría un escritor que los haya descrito con la intensidad de Kafka. Para mí, es el literato de los derechos humanos, porque asume radicalmente la perspectiva de las víctimas, sin sentimentalismo de ninguna clase.
Su libro publicado en Klett-Cotta en 2021 lleva por título “Kafkas Kinder. Das Existentielle in menschlichen Beziehungen verstehen” (i.e.: Los hijos de Kafka. Entender lo existencial en las relaciones humanas). ¿En qué medida somos todas las personas hijos de Kafka?
Todos conocemos esos sentimientos y nos hacen sufrir más o menos. En esa medida, las obras de Kafka no tienen época. Kafka en persona no tuvo hijos, pero todos somos hijos suyos en espíritu y en nuestros sentimientos demasiado humanos.
En cualquier caso, no era el pesimista que suele describirse. En el libro América cuenta la historia de un muchacho de 16 años a quien echan de la familia porque su cuidadora lo ha seducido y se ha quedado embarazada. Este Dirk Rossmann es un verdadero Sísifo que sufre muchos reveses injustificados, pero que siempre vuelve a levantarse y a seguir adelante. Hoy lo calificaríamos de resiliente. Y otra observación más: Kafka tenía mucho sentido del humor, era un gran admirador de Chaplin y de la comedia de golpe y porrazo. Basta con que recuerde usted la escena de El proceso en la que los letrados que suben por las escaleras no hacen más que recibir golpes y empujones para echarlos abajo, es puro slapstick.
¿En qué medida la literatura puede ayudar a resolver nuestros problemas?
La gente lee libros porque describen personas, relaciones y sentimientos, pero siempre en circunstancias que no son las de nuestra propia vida. Nos identificamos con los protagonistas y con esa identificación experimentamos una purificación de nuestros sentimientos personales, tal como se aparecen ya descritos en la catarsis de la tragedia griega. El libro es un espacio sin riesgo en el que podemos casi como contemplarnos desde fuera y de ese modo cambiar de perspectiva sobre nuestra propia existencia.
La dificultad empieza con las soluciones: para nosotros tenemos soluciones que no son las de los protagonistas de los libros. Pero con ello se amplían nuestros campos de acción, pues así tenemos distintas opciones entre las que elegir. De todos modos, casi nunca pueden sustituir a la terapia, ya que nuestra capacidad defensiva se bloquea ante transformaciones que llevan aparejada ansiedad y conflicto. Esa es la diferencia entre un libro y una terapia.
Recomiendo a menudo la “Carta al padre” de Kafka a hijos que también tienen dificultades con un padre autoritario.
A veces, recomiendo a personas que están en terapia que escriban cartas a su pareja, sus padres, sus hijos, que se sienten con calma, que formulen sus propios pensamientos, que reflexionen sobre sí mismos y los demás antes de lanzarse a discusiones que normalmente terminan con reproches, reiteraciones y callejones sin salida. Y también se puede escribir cartas a personas que ya hayan muerto. Recomiendo a menudo la Carta al padre de Kafka a hijos que también tienen dificultades con un padre autoritario.
En cuanto a Kafka en persona, estaba obligado a escribir, no tenía otra opción. Escribiendo intentaba dominar sus crisis personales. Los problemas con su padre, en la Carta al padre; su sensación de estar siendo acusado sin motivo, en El proceso; su sensación de estar excluido, en El castillo; su deseo de triunfar pese a todo contra el hambre, en Un artista del hambre, y así sucesivamente. Y escribiendo es como daba forma a sus relaciones, pues así tenía la posibilidad de expresar sus sentimientos desde la distancia. Así sucedió en innumerables cartas a Felice Bauer, y escribiendo se enamoró de Milena Jesenská.
¿Qué consejo le gustaría darle a Franz Kafka si acudiese a su consulta?
¡Buena pregunta! Dependería de en qué momento hubiese acudido y en busca de qué. En una terapia familiar, el asunto habría sido sus relaciones familiares, y no solamente el padre autoritario y déspota que le denegaba reconocimiento a la vez que reclamaba tanto más para sí mismo, sino también la madre, que dejaba hacer al padre y estaba poco disponible para los hijos. Su hermana Ottla era su tabla de salvación en las crisis; hacia ella se sentía atraído siempre Kafka sintiéndose solo dentro de la familia. La familia entera habría necesitado ayuda, y no solamente el pobre Franz.
Si hubiera acudido más tarde él solo, entonces seguramente habría sido un tema importante sus dudas acerca de sí mismo, su inseguridad interior y su soledad y sus miedos. Y, por último, y no en menor medida, también le habría ayudado seguramente una terapia en sus relaciones de pareja, para abordar la cuestión cercanía-distancia, su miedo a la sexualidad, la ambivalencia de su deseo de tener hijos, el miedo a la paternidad, etc. El mayor grado de franqueza y sinceridad fue seguramente el que alcanzó en la relación de pareja con Milena, pero también porque ella era una persona muy franca con tendencia a la confrontación: a ambos probablemente les habría venido bien bastante ayuda. Tenían una relación intelectual de igual a igual. Pero el peligro habría sido siempre el de irse a pique juntos, como dos personas que se están ahogando e intentan sujetar cada una a la otra.
Mientras vivió, a Kafka se resistió vivamente a la idea de recibir terapia. Pero si la hubiera hecho, y si hubiese sido una terapia con éxito, nosotros habríamos tenido quizá que renunciar a un elemento glorioso de la literatura universal, y en esa medida está bien que no fuera a terapia.
enero 2024