Diversos artistas latinoamericanos adoptan aspectos del legado de Alexander von Humboldt, tendiendo lazos entre la ciencia y la estética. Sus obras descubren fuerzas naturales interconectadas e incorporan reflexiones muy actuales. Fotos de la presencia de la naturaleza en el arte contemporáneo de Latinoamérica.
Pocas personas han tenido la oportunidad de trascender el espíritu de su propia época como Alexander von Humboldt. A través de sus textos e ilustraciones, Humboldt nos dio a conocer el mundo vivo e interconectado que habitamos, y lo describió a través de su propia práctica transdisciplinaria científica, así como del arte.Los artistas latinoamericanos examinados a continuación adoptan –bien sea de forma explícita o latente– aspectos del legado de Humboldt, como su interés por tender lazos entre una visión científica y estética de la naturaleza o el deseo de influir sobre acciones que beneficien los ecosistemas y no una economía global de consumo. Las obras de los artistas reseñados conforman ellas mismas organismos vivos: formas de percibir el mundo y descubrir fuerzas naturales interconectadas entre sí, que a su vez están relacionadas con reflexiones políticas, económicas, sociales, epistemológicas y ecológicas.
El artista colombiano Carlos Motta reúne en el marco de su instalación Petrificado (2016) imágenes “históricas” de conquistadores en sus encuentros con paisajes y comunidades indígenas, junto a fotografías propias de los desiertos de Nuevo México y Arizona. Este ensamble museológico permite señalar la complicidad del paisaje con aquellos encuentros violentos, al tiempo que le permite al público tejer relaciones y narrativas. Petrificado comprueba que las condiciones de dominación del territorio van de la mano de regímenes de representación históricos que buscan borrar la memoria de los lugares y pueblos oprimidos.
La artista brasileña Maria Thereza Alves documenta en su libro Recipes For Survival (1983/2018), a través de fotografías y escritos, el trabajo de algunos “agentes activos” de Brasil, personas involucradas con su historia y que generan procesos narrativos donde lo natural y estatal están conectados. Aquí, lo fotográfico se problematiza a través del distanciamiento generado por la cámara. Las recetas de Alves nos instan a observar activamente nuestro entorno para así co-crear paisajes, narrativas y memorias que nos reconstituyan desde lo que somos.
La artista colombiana Carolina Caycedo ha trabajado con comunidades ribereñas afectadas por represas. Sus obras representan y habitan paisajes naturales, sociales y corporales. Be Dammed (en curso) es una serie de obras que documentan e investigan contextos corporativos y estatales relacionados con cuerpos sociales y de agua. Con imágenes aéreas y satelitales elaboradas tecnológicamente, y intervenciones geo-coreográficas, Caycedo genera resistencia a aquellas transformaciones, que muestran cómo las relaciones de control sobre el agua se extienden a la colonización de flujos humanos y mentales.
Minerva Cuevas, desde México, atestigua un impacto ecológico generado por la explosión de una plataforma petrolera en la península de Yucatán. Su serie Hidrocarburos (en curso desde 2006) le permitió explorar estos ecosistemas afectados por las refinerías. Tras recolectar objetos e imágenes en aquellos lugares, Cuevas se apropió del lenguaje del museo, disponiendo irónicamente notas de periódicos, piedras y otros objetos recubiertos con alquitrán, para así alterar el carácter oficial del dispositivo museológico e instar a una acción de todos los agentes involucrados en la administración corporativa de los recursos naturales.
Otro testigo de las transformaciones del paisaje es la colombiana Natalia Castañeda Arbeláez, quien, a través del decantamiento de datos científicos y materiales, compone topografías que se convierten en pinturas. Sus paisajes reflejan lugares silenciados o ruinas naturales transformadas por el tiempo. Su búsqueda estética parte de sus expediciones a los territorios. Su obra más reciente, la pintura Vertientes (2019), irradia una visión fragmentada del deshielo del nevado de Santa Isabel en Colombia. Comparada con el Naturgemälde de Alexander von Humboldt, Vertientes apunta hacia una pérdida de nuestra integridad con el cosmos.
Si el cosmos es belleza y orden, entonces Maya Watanabe, en su obra Escenarios (2015), quiere crear una serie de cosmos mediante instalaciones compuestas por imágenes en movimiento y lenguajes teatrales en torno a paisajes naturales. El sentido de unidad visual de Escenarios se quiebra constantemente a través del uso de múltiples canales visuales. Es decir, en cada escenario, la “imagen total” se ve constantemente intersectada por reflexiones o imágenes biográficas generadas por situaciones políticas, históricas, o de disturbios civiles que constituyen la memoria y el olvido del Perú.
El artista venezolano Miguel Braceli, junto a setenta estudiantes de arquitectura del TEC de Costa Rica, realizaron intervenciones performativas en el paisaje circundante al volcán Irazú, que da el nombre a esta obra. Braceli parte de una dinámica de creación, participación e investigación colectiva, que conecta lo humano con fuerzas naturales como el viento, el fuego, el agua y la tierra. Coordinar esta colectividad dentro de la obra le permite construir tensiones poéticas y visuales. Como resultado de este dialogo performativo en el espacio, en la obra se puede apreciar una comunión del arte con el entorno.
Continuando el diálogo humano con la naturaleza, la obra de vídeoarte del chileno Gianfranco Foschino se concibe a partir de una contemplación temporal e ideal, donde la producción de la mirada y la representación se repite en bucle y cae sobre paisajes inmutables y de ecosistemas vírgenes. La edad de la tierra (2016) contempla paisajes y texturas de animales de las Islas Galápagos, al tiempo que juega con nuestras ideas preconcebidas sobre la naturaleza. Foschino confirma con este gesto nuestra obsesión por el tiempo y nuestra fragilidad existencial en el planeta.
Finalmente, el artista argentino Adrián Villar Rojas altera radicalmente los lugares donde su obra en cinco tiempos, El teatro de la desaparición (2017), se expone, empleando trabajos de gran formato escultórico y visual. Sus múltiples transformaciones en-sitio, y la revisión de colecciones arqueológicas y naturales, le permiten a Villar manejar un lenguaje espacio-temporal impredecible que nos enfrenta a escenarios post-humanos. Las distintas versiones del Teatro nos sumergen en estadios surreales de la naturaleza y la cultura, en una serie de infraestructuras artificiales de museo que aluden a un apocalíptico final del Antropoceno.
abril 2019