El imaginario de la desaparición en la producción artística contemporánea puede representar una búsqueda de libertad en tiempos de exceso de producción de imágenes, vigilancia e identidades performativas.
En una de las cartas enviadas a Lygia Clark,entre las muchas que intercambiaron a lo largo de una década, Hélio Oiticica escribió una vez que se sentía al margen de todo, marginal de lo marginal, lo que le daba una “sorprendente libertad de acción”. Corría el año 1968, justo antes del comienzo del período más represivo de la dictadura cívico-militar brasileña, cuando los dos artistas vivían en el extranjero, ella en París, él entre Londres y Nueva York. La respuesta de Clark reveló un deseo similar por otro tipo de ruptura: el deseo de vivir en el anonimato para “comenzar la vida todos los días”.Los dos nombres principales del arte neoconcreto brasileño, Lygia Clark y Hélio Oiticica no son los ejemplos más inmediatos cuando pensamos en un imaginario de desaparición en la cultura contemporánea. Quizás porque, para ambos, la presencia corporal era fundamental en las experiencias en las que buscaban activar al espectador como parte de la obra, rompiendo con la idea del arte como contemplación. Al mismo tiempo, tanto en los Parangolés de Oiticica –fundas de tela para llevar e “incorporar” como en un baile– como en los guantes sensoriales de Clark, ya desde su fase “no-artista”, cuando entra definitivamente en arteterapia, hay un juego entre lo visible y lo invisible, como si el cuerpo necesitara dejar de ser visto para estar presente. Pero es en las cartas intercambiadas entre ellos durante su exilio que se hace evidente su interés por el poder creativo que proviene de la ausencia, un tema que resuena en la obra de varios artistas contemporáneos.
Evocando la desaparición
La desaparición es un tema común en la literatura. En las artes visuales, sin embargo, este imaginario no siempre se reconoce de inmediato, sobre todo porque es un campo donde lo visible todavía dicta las reglas. Pero no fue una sorpresa notar que la evocación de la desaparición aparece muchas veces cuando la representación visual parece decir lo contrario. Cindy Sherman, una artista que lleva 40 años fotografiándose y mostrándose en las más diversas identidades, ya ha afirmado que se siente absolutamente anónima en su obra: “Cuando miro las fotos, nunca me veo a mí misma, no son autorretratos. A veces desaparezco”, declaró en una entrevista.Pero, ¿cómo pensar este tema hoy, más de dos años después del inicio de una pandemia que transformó por completo la idea de presencia y puso en otro nivel el régimen de sobreproducción de imágenes y vigilancia? Hasta entonces, nunca habíamos participado en tantas actividades en diferentes lugares al mismo tiempo. Por otro lado, después de que naturalicemos una percepción y una sociabilidad tan fragmentadas, será difícil volver a estar completamente presente en cualquier situación.
Invisibilidad en las redes
Un dato interesante: el hashtag #offline tiene más de 700 mil publicaciones en Instagram y # disconnect tiene cerca de 270 mil. Parece una contradicción en sí misma utilizar un espacio donde la sobreexposición dicta las reglas para defender justo lo contrario. O tal vez no: quién sabe, ¿no podrían ser este tipo de movimientos como estos una alternativa válida a seguir las reglas del juego y para difundir ideas disonantes.En cierto modo, esto es lo que artistas como Cildo Meirelles comenzaron a hacer en la década de 1970 en series como Inserciones en circuitos ideológicos, utilizando sistemas de comunicación como billetes y anuncios clasificados de periódicos para hacer circular mensajes contra el régimen político sin dejar de ser invisibles como autor. La llamada infiltración mediática, practicada en ese momento por Antonio Manuel, el colectivo 3NÓS3 y otros nombres, tiene eco en una producción reciente que utiliza las redes sociales como espacios de creación.
Registros de puesta a cero
Una serie que dialoga con este tema de varias maneras fue creada por el artista brasileño Ismael Monticelli. Entre septiembre de 2020 y mayo de 2021, Monticelli comenzó a utilizar su página de Facebook exclusivamente como espacio para compartir imágenes y textos que hacen referencia a la desaparición, borrando todas las publicaciones anteriores. Las publicaciones también están organizadas en una galería de fotos, lo que facilita mucho la búsqueda, y los textos tienen forma de extractos literarios escritos por él o tomados de otros autores, pero no están firmados. Para evitar problemas de derechos de autor, ha publicado una nota en su perfil aclarando que se trata de un personaje ficticio.En los primeros posts se hace más clara su intención de organizar el material como capítulos de un libro. Se puede seguir una lectura cronológica, siguiendo la narración que comienza con la historia de un niño que distorsiona el juego de recortar figuras, desmembrar cuerpos y crear seres “que no se parecían a nada”. En la secuencia final, las fotos se vuelven escasas y son reemplazadas por imágenes-texto con una sola palabra: huir, renunciar, enajenar, cero –esta última, seguida de una imagen en blanco.
“Ser nadie” en el “mercado de la personalidad”
Hay muchas formas de pensar sobre este trabajo, entre ellas la recepción casi invisible en medio de la cacofonía de la red. El formato de la plataforma conduce a una invisibilidad inmediata y literal: lo que vemos desaparece en unos segundos y no tiene sentido intentar buscarlo más tarde. Pero no es tanto este aspecto el que Ismael Monticelli trata aquí. Su interés estaba más en explorar si la idea de “no ser nadie” todavía es posible en el “mercado de personalidades” en el que estamos inmersos. En el mundo del arte pospandemia, especialmente, parece cada vez más difícil mantener una percepción abierta de lo nuevo sobre un artista, y de las variadas lecturas que puede tener una obra, cuando la imagen que tenemos de él ya está tan contaminada.En este punto, el deseo de desaparecer como forma de abrir otros caminos de lo que uno puede ser y crear no es tan diferente de la fantasía de vivir en los márgenes o en el anonimato alimentada por Oiticica y Clark en la década de 1960. Lo que ha cambiado, quizás, es la imposibilidad de realizar este plan fuera de los espacios de visibilidad dominantes en la actualidad. Pero si parece que no hay escapatoria del mercado de personalidades que contaminan la producción artística, al menos es posible encontrar formas más sutiles de estar presentes, aunque sea infiltrándose silenciosamente en los resquicios.