Asociados al lujo y las clases altas, los conjuntos residenciales cerrados también se difunden como modelo habitacional entre los más pobres. Al vender la idea de homogeneidad en sociedades latinoamericanas profundamente desiguales, coartan la libertad de ir y venir y acentúan la falta de convivencia urbana.
Tras los barrotes de la antigua prisión Frei Caneca, el escritor Graciliano Ramos vivió las experiencias narradas en sus Memórias do cárcere. Allí también estuvieron recluidas la psiquiatra Nise da Silveira y la activista comunista Olga Benário. Hoy, el terreno donde se encontraba la primera penitenciaría del país, erigida en Río de Janeiro en la época del Imperio, ya no alberga a importantes personalidades de la cultura y la política brasileña, sino a familias de escasos recursos en dos condominios residenciales cerrados. Rodeado de rejas con alambre de púas, el popular conjunto habitacional cuenta con una caseta de vigilancia controlada por un portero y muros que, como antaño, delimitan quién está adentro y quién debe permanecer afuera.“Es el mejor condominio, aquí no hay casas de consumo de drogas como en los demás”, dice Patrícia Alves*, de 31 años de edad, residente del actual conjunto Zé Ketti. Realizó su sueño de vivir en su propia casa cuando se mudó de la comunidad adyacente, en el monte de São Carlos, a este proyecto de vivienda que se inauguró en 2014 como parte de Minha Casa Minha Vida, entonces un programa de vivienda del gobierno federal. “Lo único malo es que el valor del condominio es caro para las personas que se reasentan y no estaban acostumbradas a pagar por estas cosas. Estoy desempleada, ¿qué puedo hacer? Con un niño pequeño no se puede”, explica la madre de dos.
Tradicionalmente asociados con el lujo y la clase alta, los conjuntos residenciales cerrados –cuyo principal símbolo es el complejo Alphaville, inaugurado en la década de 1970 en la ciudad de São Paulo– ahora se generalizan como modelo de vivienda también entre la población más pobre. Por ser la opción más económica para el sector inmobiliario, según expertos esta forma de habitar ha sido priorizada por las políticas habitacionales implementadas en Brasil en la última década.
“Seguridad y exclusividad”
El conjunto cerrado, además de ser un símbolo de estatus, aúna las ideas de seguridad y exclusividad, aunque su versión popular ofrece muchos menos servicios en comparación con las de élite, que incluso cuentan con campos de golf y salas de cine. Para los más pobres, mudarse a un barrio cerrado significa no sólo el acceso a la propiedad privada, sino también implica un proceso de disciplina realizado por trabajadores sociales, explica Beatriz Rufino, profesora de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la USP. “Mucha gente salió de las zonas de riesgo para vivir en condominios, lo cual fue un shock total para estas personas. No estaban acostumbrados a cumplir normas de convivencia, como obedecer los límites de ruido del edificio. Para estas familias, el condominio representaba una restricción a la libertad”, dice.Ciudades dispersas
A diferencia del residencial Zé Ketti, ubicado en el barrio Estácio, en el corazón de Río de Janeiro, los condominios cerrados populares construidos en áreas periféricas, muchas veces alejadas de los servicios públicos y el comercio, terminan generando ciudades más dispersas. Una ciudad compacta es, en opinión de los expertos, más inclusiva y sostenible, ya que aprovecha la infraestructura urbana ya existente.El sector inmobiliario logra agregar valor al conjunto cerrado con la promesa de que se puede vivir allí “entre iguales”, observa la geógrafa Maria Encarnação Beltrão Sposito, docente de la Unesp y autora de Espaços fechados e cidades (Espacios cerrados y ciudades). “Hay condominios de lujo, de clase media y hasta de clase media baja, pero cada uno de estos espacios está destinado a un rango de ingresos, y por eso vende la idea de homogeneidad social en una sociedad profundamente desigual”, analiza Sposito. “La separación se convierte en un valor, un aspecto de distinción social: ‘Me distingo de los demás’. Desde el punto de vista de la ciudad, esto representa un quiebre histórico. La ciudad ha sido, desde la antigüedad, el espacio de diferencia, confrontación, tensión, disputa y contradicción. Los ingredientes mismos de la democracia se ven afectados”, concluye.
Ricardo Greene, sociólogo chileno que dedicó una tesis doctoral a Nordelta, un condominio cerrado de lujo en las afueras de Buenos Aires, explica que los muros no impiden por completo el paso de personas de diferentes clases sociales, sino que siempre implican control. “Un country [barrio amurallado argentino], normalmente definido por el nivel socioeconómico, es exclusivo o excluyente. Esto no quiere decir que 'otros' no entren allí, ya que estos mismos barrios necesitan mucamas, guardias y albañiles, pero solo pueden entrar bajo estrictas medidas de seguridad y bajo vigilancia constante. Es un sueño de pocos”, dice. Aunque son un fenómeno global, dice Greene, los condominios amurallados están proliferando en Latinoamérica porque representan un refugio en una región con altos índices de violencia urbana y altos índices de robo y acoso.
Reanudación de la convivencia
En una metrópoli como São Paulo, las recientes políticas de renovación urbana han estimulado la densificación de áreas con corredores de transporte público, cuestionando los “enclaves fortificados”, término utilizado por la antropóloga Teresa Caldeira para referirse a los conjuntos cerrados.En la región central de la ciudad, la Avenida Rebouças es testigo de una ola de revitalización urbana, con el lanzamiento de proyectos inmobiliarios que valorizan las aceras y cuentan con fachadas activas, en las que la planta baja está destinada al comercio. “La avenida es devuelta a los peatones”, dice el lema de uno de estos desarrollos mixtos, que reúne espacios corporativos y residenciales en una sola torre, y promete interacción con el espacio público. Muchos no tienen garaje, lo que anima a los inquilinos a caminar o andar en bicicleta, dando nueva vida a la vida en las calles: “Un lugar que facilita los desplazamientos y devuelve a los paulistas las horas gastadas en el tráfico, elevando la calidad de vida”.
Según Beatriz Rufino, el condominio –tanto en horizontal como en vertical– sigue siendo la forma de producción inmobiliaria más rentable de Brasil, pero sufrió una metamorfosis: si antes vendía la salida, hoy también vende el regreso a la ciudad. “Este nuevo condominio aparentemente responde a un conjunto de problemas que había creado el antiguo condominio cerrado: la falta de convivencia urbana”, dice el arquitecto. Para ella, sin embargo, las nuevas empresas no son lo suficientemente inclusivas. “Desde un punto de vista técnico y arquitectónico, es muy lindo tener un lugar más abierto, pero este movimiento, que aparentemente es por la democratización de la ciudad, trae una nueva capa de elitismo. Son departamentos que se alquilan en Airbnb, estudios destinados a jóvenes de clase alta y en su mayoría para inversión”, destaca Rufino.
* Nombre modificado por la redacción a pedido de la entrevistada.