Una conversación con la líder afrodescendiente y candidata a la presidencia de Colombia, Francia Márquez, sobre sobre el conflicto entre desarrollo y la vida, sobre minería ancestral y ambientalismo, y sobre cómo la mujer determina el orden en las comunidades del Pacífico colombiano.
Francia Márquez nació en 1982 en Yolombó, una pequeña comunidad afrodescendiente del Pacífico colombiano, muy cerca del río Cauca. En 2014, se sumó a las millones de víctimas de desplazamiento forzado del conflicto armado en Colombia. Sin embargo, pronto asumió un papel de liderazgo en el Proceso de Comunidades Negras, una red que se formó en los años noventa para defender los derechos étnicos y culturales y los territorios de los afrodescendientes en Colombia.El activismo de Márquez la ha llevado a luchar contra el desarraigo en su región y contra la destrucción del medio ambiente. En 2015, recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos. En 2018 recibió el Goldman Prize, considerado el Nobel al trabajo ambiental. En ese mismo año, participó en el proyecto "Carretera al mar" del Goethe-Institut. Hace pocas semanas, Francia Márquez anunció su candidatura a la presidencia de Colombia para las elecciones de 2022 en Colombia.
Su defensa de su cultura y del medio ambiente le ha traído reconocimiento en el mundo entero. ¿Qué la llevó a eso?
La comunidad en la que yo nací era tradicionalmente minera. Yo salía de la escuela y lo primero que hacía era ir al río Ovejas. Tenía cinco años y mi mamá o mi abuela me daban una batea y con esa batea yo recogía mi oro. Lo ponía en un mate y lo acumulaba hasta que alguien compraba algo. Yo era feliz. Así aprendí a recoger oro y luego, a nadar y a pescar. Poníamos la barbacoa por la noche y el abuelo nos mostraba cómo se pescaba desde los hilos del río, que eran como llamábamos el lugar de pesca de cada familia. Pero llegó la minería y dañó todos los hilos. Nadie podía decirles a esos invasores que esos lugares eran de las familias. Las retroexcavadoras no tenían ninguna consideración y cambiaron todo. Y hoy siguen cambiando todo. Desde mi rol en la comunidad, me he movilizado entonces contra esa cultura hegemónica, patriarcal, racista, machista y profundamente clasista que quiere imponer sus intereses sobre los del planeta.
Por qué las causas de esas comunidades deberían ser causas planetarias?
En el Pacífico, nuestra fortaleza ha sido la expresión. Eso me ha permitido conversar con el otro, así su mirada corresponda a la convicción elitista de que el desarrollo es algo positivo. El desarrollo, por “bueno” que parezca, no debe implicar un daño. Yo confronto eso con la palabra y con la idea de que hay un desarrollo desde el buen vivir, desde una relación con la vida contraria al proyecto hegemónico de la supremacía blanca. Eso ha ido ganando poder y se ha expandido por América Latina y por el mundo. Hoy la gente cuestiona ese desarrollo hegemónico que tiene al planeta agotado. Cuando los indígenas, los afrodescendientes y los campesinos exigimos garantías para nuestros derechos, las exigimos para todos. Cuando yo alzo la voz para que una comunidad detenga la explotación de un río, defiendo a toda la humanidad.
En las comunidades negras del Pacífico, la mujer tiene el poder y determina el orden. ¿Podría explicar esas dinámicas?
A nosotras nos enseñan desde pequeñas a saber cuál es nuestro lugar en el mundo, incluyendo las violencias raciales y patriarcales que hemos vivido. Ese saber lo transmiten las mujeres bajo una lógica de lo colectivo. Mi abuela no tuvo que decir que era feminista para inculcar esa responsabilidad en sus doce hijos. Tampoco mi mamá, que crió a seis. Esa transmisión del saber se extiende por todas las comunidades afrodescendientes. Las mujeres que llamamos matronas orientan a la comunidad y son transmisoras de la cultura.
¿Podría explicar esta idea del ejercicio del poder desde lo colectivo?
Las comunidades afrodescendientes nos vemos como una gran familia construida sobre arraigos culturales y sociales. Todos los niños le dicen a uno tío o tía, y así les decía yo a mis mayores. El principio era siempre: nunca hacerle daño al otro. Eso tejía relaciones fuertes, pero lo hacía gracias a la mujer y al hecho de que la mujer ejerce ese poder en grupo y a través de la oralidad y la expresión. En el Pacífico, la comunidad se forja por medio del bombo, el cununo y la marimba, que son instrumentos musicales, o a través del canto. En eso también influyen las mayoras sabias y las parteras. Así nace una estructura de poder basada en la solidaridad y la protección de la vida, casi opuesta a la que hay en otras comunidades de Colombia y el mundo.
Para ustedes, en el centro de la vida comunitaria está la defensa del medio ambiente. ¿Por qué?
En Colombia, las identidades afrodescendientes se han forjado con y a través del territorio. Desde el vientre, uno aprende a llevar el canalete. La madre, así esté embarazada, debe poder aventarlo para avanzar por el río y hacer minería para subsistir. Esa minería ancestral también nos enseña desde pequeños a usar la batea. Mientras la movemos, vamos tejiendo una conexión con el territorio y nos unimos a él. Entonces, somos parte del territorio, nunca sus dueños.
Paulina Balanta, una sabia de noventa años de mi comunidad, dice: “El territorio es padre y madre y uno no daña a padre y madre”. Ahí nos paramos. Yo no soy ambientalista porque lo haya aprendido en la universidad. Lo soy porque aprendí que vivir es vivir con el entorno. Mi lucha por el medio ambiente es la defensa de eso, del territorio como un valor cultural y social.
Su meta es llegar a la presidencia de Colombia. ¿Qué buscará a través de ese poder?
El poder para mí es la posibilidad de ejercer un gobierno propio, de ejercer autonomía y lograr la autodeterminación de los pueblos. En el fondo, tener poder es ser capaz de tener libertad plena. Colombia le reconoce la ciudadanía a la gente afrodescendiente. Pero si la ciudadanía significa tener derechos, entonces en realidad todavía no la tenemos. Los mismos pueblos y los mismos sujetos raciales discriminados históricamente seguimos viviendo en la exclusión, la marginalidad y la violencia del conflicto armado. Al pensar en el poder pienso en la posibilidad de transformar todas esas cosas que no permiten una vida digna, de darle esplendor a la vida. Al ser presidente, buscaré que el poder de los pueblos se expanda y sea escuchado y que sirva para frenar la crisis humana y ambiental planetaria que vivimos. La política y el poder tienen que conseguir transgredir la historia patriarcal, racista, machista y misógina que ha dañado al ser humano. Es hora de transformar eso.
mayo 2021