Marx y las ciudades latinoamericanas  El derecho a la ciudad

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El pensamiento marxista parece ofrecer buenas herramientas analíticas –así como propuestas de acción– para entender las dinámicas urbanas en Latinoamérica en el pasado y el presente y la forma en que la ciudad, la sociedad y los intereses económicos se modelan mutuamente.

Desde los primeros años de vida republicana, las ciudades latinoamericanas se organizaron alrededor del centro político-institucional, expandiéndose desde allí hacia afuera, siendo el centro el lugar preferido por las clases de altos ingresos o clases dominantes. Las clases populares, por su parte, se localizaban tradicionalmente en las periferias. Tras la depresión económica de los años treinta del siglo pasado, América Latina empezó a experimentar un proceso de industrialización acompañado por la migración masiva de población del campo a las ciudades. Esto produjo una explosión urbana que a su vez modificó el patrón de ocupación del espacio: las clases dominantes, huyendo de los centros –en decadencia y cada vez más densos– iniciaron procesos de suburbanización.
 
Así tuvo lugar un abandono progresivo de los centros “históricos”, que ocasionó su deterioro físico, social y económico. De modo paralelo, los grandes contingentes de migrantes se establecieron en ocupaciones irregulares. Así surgió una estructura de segregación espacial muy típica en Latinoamérica, cuyo rasgo principal es la existencia de enormes zonas marginales: “tugurios” en Colombia, “villas miseria” en Argentina, “callampas” en Chile; “favelas” en Brasil, “ciudades perdidas” en México, “cantegriles” en Uruguay, “pueblos jóvenes” en Perú, etc.
 

Las ciudades: máquinas de producción

 
Aplicando una perspectiva y terminología (post)marxistas, se puede afirmar que este desarrollo urbano en Latinoámerica –el cual, sin duda, corresponde a otros en diversos lugares del mundo, aunque no sean paralelos temporalmente– muestra cómo las ciudades se van adecuando a la constitución del llamado “sistema-mundo” o “economía-mundo”, como verdaderos engranajes de los mecanismos capitalistas. Las ciudades son el núcleo de producción y flujo de mercancías y mano de obra; se asemejan a máquinas productivas y se consolidan como medios de producción. Y justo por eso, su “valor de uso” para el desarrollo del capitalismo es considerable.
 
Ahora bien, aproximadamente a partir de los años setenta del siglo XX empezaron a hacerse evidentes problemas asociados a la expansión urbana, como la congestión y la escasez de suelo urbanizable. Por otro lado, las sociedades atravesaron por trasformaciones vinculadas a la reestructuración global del capitalismo (ya en crisis), el cual adopta una nueva modalidad de acumulación: el neoliberalismo. Los ojos de los planeadores se volvieron y vuelven hacia proyectos de “redesarrollo” o “renovación urbana”. Empezó a hablarse en todo el continente de la “recuperación” de áreas centrales desatendidas en décadas anteriores. A partir de ese momento, se volvió obvio cuán útil podía ser el urbanismo para recomponer el lucro capitalista, concentrado en pocas manos, a través de la llamada “renovación”. Para el caso particular de Latinoamérica, que tiene una relación de dependencia con la economía mundial, los proyectos de renovación urbana benefician principalmente al capital extranjero y el suelo urbano latinoamericano se transa como commodity en los círculos del capital internacional. (La famosa película Las manos sobre la ciudad, de Francesco Rosi, muestra cruda y claramente los intereses ocultos tras el desarrollo urbano de la segunda mitad del siglo XX. La película ocurre en Nápoles, Italia, en los años sesenta. Pero bien podría ocurrir en una ciudad latinoamericana actual.)
 

Renovación y segregación

 
La ciudad contemporánea, si bien continúa siendo el lugar de la circulación de capital, ahora también es válvula de escape para las crisis de sobreacumulación del capitalismo. El espacio construido se convierte en mercancía y la ciudad pasa gradualmente a ser apreciada por su valor de cambio, en detrimento del valor de uso antes mencionado. Así se profundiza una dinámica de segregación espacial que da origen a fenómenos como la gentrificación: el desplazamiento de grupos sociales por parte de otros de mayor nivel de ingresos, que ocupan o re-ocupan zonas a través de procesos de renovación urbana. Algunos proyectos que tienen lugar hoy en ciudades latinoamericanas son buenos ejemplos: la recuperación de las zonas centrales del Voto Nacional en Bogotá o la Estación de la Luz en São Paulo, que tienen en común el desalojo por la fuerza de sectores con problemas asociados a las drogas, como lo son los llamados “El Bronx” y “Cracolândia”; proyectos relacionados con la recuperación de valores patrimoniales de centros históricos, como en Ciudad de México o Quito; o el uso del estado de excepción con propósitos de renovación urbana, como en el caso de Río de Janeiro antes de los Juegos Olímpicos de 2016.
 
Cualquier explicación que quiera encontrar el sentido de estos fenómenos debería tener un horizonte histórico y multidimensional. El flujo de relaciones sociales descrito está anclado, por un lado, en la contradicción que subyace al sistema de producción capitalista. Por el otro, aquel flujo se fundamenta en una categoría económica no explícita en el relato: la renta del suelo. Ambos hechos solo son comprensibles desde el legado filosófico de Marx.
 
Desde una perspectiva marxista se observa entonces que las dinámicas urbanas se configuran alrededor de los cambios en el régimen de producción y de los patrones de ubicación espacial dictados por clases dominantes. Estos patrones no son resultados caprichosos de tendencias urbanas casuales, sino que responden a las necesidades de la acumulación de capital, lo cual, según Marx, es connatural al funcionamiento del sistema capitalista (y eventualmente es causa de sus crisis). Esta acumulación excesiva de capital es utilizada, en parte, en la renovación urbana de las ciudades y en el gasto de consumo de las clases dominantes, por ejemplo consumo de espacio construido (viviendas, oficinas, etc). Según esta visión, aquel consumo es el motor de muchas dinámicas urbanas y sus correspondientes flujos sociales. En nuestras ciudades, los grandes movimientos de capital generan ganancias considerables en sectores particulares de la economía: la construcción y la inversión inmobiliaria. Y dado que estas actividades dependen de la disponibilidad de suelo urbano, y ya que el suelo es propiedad privada, los dueños del suelo, a través de la renta, capturan ganancias extraordinarias. Una perspectiva marxista parece estar especialmente capacitada para analizar fenómenos urbanos contemporáneos como las preferencias individuales de vivienda, la aglomeración, la mezcla de clases o el comportamiento de los mercados inmobiliarios. Al respecto puede mencionarse la obra de Ana Fani Alessandri Carlos en Brasil (por ejemplo: Geografias de São Paulo, 2004) y Samuel Jaramillo en Colombia (por ejemplo: Hacia una teoría de la renta del suelo urbano, 2009), quienes examinan fenómenos urbanos latinoamericanos desde perspectivas marxistas.
 

El derecho a la ciudad

 
Pero existe aún otro aporte –más relacionado con el activismo– del pensamiento de Marx sobre el desarrollo actual de las ciudades latinoamericanas. Se trata de la reivindicación del “derecho a la ciudad”. Este discurso afirma la posibilidad de transformar el entorno a medida que los individuos se transforman a sí mismos, en un tipo de movimiento a la inversa, contrapuesto a la lógica del capital y la acumulación. Un impulso teórico importante en años recientes proviene del antropólogo y geógrafo marxista estadounidense David Harvey (por ejemplo: Ciudades rebeldes. Del derecho a la ciudad a la revolución urbana, 2012). Ejemplos concretos en Latinoamérica son el libro El derecho a la ciudad en América Latina – Visiones desde la política (eds. Fernando Carrión y Jaime Erazo, 2016), la experiencia de planeación urbana a partir de proyectos participativos en Brasil (Porto Alegre) o el trabajo del colectivo Centro Nacional de Estrategia para el Desarrollo del Territorio (CENEDET) en Ecuador.
 
La lucha por el derecho a la ciudad implica cambiar de dirección: invertir la tendencia hacia el aumento del valor de cambio y enfocarse sobre el valor de uso. Es exigir el derecho al uso de los espacios de la ciudad, a la apropiación de espacios de forma contraria a la lógica del mercado de suelo y la especulación inmobiliaria.

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