La historia de las ideas marxistas en Latinoamérica es larga. Nuestra autora examina algunos rastros notables del pasado del entusiasmo por el marxismo en el continente y recuerda que esa fascinación sigue muy viva.
En La ideología alemana (1845), escrito en colaboración con Federico Engels, Carlos Marx lleva a cabo una crítica de la fundamentación de la Alemania moderna sobre la filosofía política de Feuerbach y su inspiración teológica. A pesar de que esa filosofía emplea una retórica pseudorevolucionaria, Marx y Engels la consideran dogmática y alienante, y la critican en un esfuerzo por fortalecer el movimiento secularizador. Su gesto, autocrítico en el fondo, nos invita a apropiarnos de esa actitud para comprendernos mejor a nosotros mismos en esa encrucijada donde la religiosidad popular se confunde con el autoritarismo y sirve al propósito de animar el dogmatismo por encima del pensamiento crítico.Esta vocación liberadora del pensamiento es lo que más seduce de Marx en la actualidad. Como bien nota Ranabir Samaddar en su libro Karl Marx and the Postcolonial Age (2018), Marx nos provee de un equipamiento crítico-discursivo muy fructífero y de gran vigencia. No es que Marx pretenda elaborar un sistema cerrado sobre sí mismo, como pretendieron las filosofías anteriores. Más bien –en la medida en que las críticas de Marx expresan una reacción contra los componentes deshumanizadores del sistema de producción capitalista– el enfoque del marxismo es sistemático en su búsqueda de superar las limitaciones de aquel sistema capitalista. Se trata, al menos en teoría, de instaurar un sistema de producción que sirva al bien de la humanidad.
En América Latina, como ilustra José Arico en el libro Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano (1980), el autor y filósofo marxista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) supo apreciar aquella motivación profunda que guía el pensamiento de Marx. Mariátegui contribuyó al discernimiento de los fundamentos éticos del pensamiento crítico de Marx, y a consolidar la comprensión del marxismo como un humanismo genuino. Es decir, todo lo contrario de aquello que creen encontrar en la obra del pensador alemán los lectores que quieren fortalecer intereses ajenos a Marx o incluso radicalmente contrarios a su humanismo. Mariátegui, que se reconocía como “marxista convicto y confeso”, contribuyó pues a una comprensión de Marx como un pensador íntegro e integral. En efecto, si bien Marx apoya la movilización social y los procesos emancipadores, nunca renunció al esfuerzo crítico y a la labor intelectual en busca de argumentos y razones que ayudaran a comprender la injusticia en el mundo, no como una entidad abstracta y metafísica, sino como una situación real de opresión que, más aún, se podría solucionar.
También en la obra del famoso poeta peruano César Vallejo (1892-1938) se constata una comprensión similar de Marx. En la obra poética, en menciones apenas ocasionales, se percibe esta inquietud por liberar al ser humano de la opresión ideológica. La lucha del espíritu humano por darle una forma edificante a sus impulsos ingobernables e irrefrenables –que hacen pensar inevitablemente en Freud– le dan ocasión a Vallejo para, con Marx, ir más allá de lo puramente individual y buscar establecer lazos con el otro, alentar la solidaridad colectiva. Por cierto, Vallejo en su libro de ensayos El arte y la revolución (escrito a fines de la década de 1920 pero publicado póstumamente), aprecia que Marx, pese a los presupuestos teóricos de su filosofía social, renunciara a elaborar una estética normativa que dijera cómo se debía crear un arte socialista. Hoy, un siglo tras la inserción de las ideas marxistas en América Latina, es interesante comprobar que ya Vallejo reconocía que Marx renuncia al dogmatismo y la censura que sus detractores le atribuyen.
Al sociólogo y filósofo brasileño Michael Löwy hay que agradecerle el esfuerzo de recopilar textos que permiten recorrer la historia de las ideas de Marx en Latinoamérica. En el libro El marxismo en América Latina (2007), Löwy presenta textos tempranos de Juan B. Justo, médico argentino, y Luis Emilio Recabarren, político chileno. Ambos autores, entre 1909 y 1910, estuvieron atentos al acontecer de su tiempo y a las consecuencias de los procesos de modernización en el continente latinoamericano. Por eso mismo estuvieron dispuestos a expresar las demandas de las clases trabajadoras con argumentos persuasivos, que comunicaban un anhelo revolucionario y de reivindicación social, y el deseo de suprimir las condiciones de humillación, expropiación y explotación impuestas ya por el capitalismo temprano.
Löwy también recupera textos de los primeros grandes pensadores –como el cubano Julio Antonio Mella (1903-1929) y el arriba mencionado José Carlos Mariátegui– que le dieron consistencia histórica al marxismo latinoamericano, no a través de una simple adaptación de las ideas de Marx a un nuevo contexto, sino a través de un diálogo atento, de una voluntad de comprender la realidad local para elaborar soluciones viables a la crisis. Löwy incluye en su antología textos militantes producidos por los partidos marxista de El Salvador, Brasil, Chile, México, Colombia, Bolivia y Cuba, que ilustran la profundidad del arraigo de las ideas de Marx en la inquieta realidad latinoamericana. Löwy concluye su libro con aportes contemporáneos que ponen de manifiesto las tendencias marxistas surgidas en las últimas décadas. Su examen necesitaría un texto aparte. Pero dejan una cosa muy clara: en América Latina, el interés por las ideas de Marx tiene una larga historia y sigue vivo.
agosto 2018