¿Cómo tomamos distancia de los animales? ¿Hasta qué punto son los zoológicos símbolos de hipocresía? ¿Y qué significa la “paradoja de la carne”? Una conversación con el filósofo Markus Wild.
Profesor Wild, ¿usted tiene mascotas?Sí, tengo un perro y dos gatos, además de un montón de arañas que mantienen alejados a los mosquitos y pájaros que viven alrededor de la casa y a veces entran a ella. No distingo los animales caseros de los silvestres. Todos viven aquí conmigo y no siento la necesidad de espantarlos.
Uno suele sentir más simpatía por un perro o un gato que por una araña. ¿Por qué?
Para establecer una cercanía, nuestra psicología necesita un compañero de comunicación, y una araña no es algo que uno perciba como un ser opuesto, sino como una sombra o una amenaza. Eso es distinto cuando un perro está frente a uno: el perro te mira y está atento a tu siguiente paso. Pensemos en un acuario con peces. Un pez rara vez está atento a lo que uno hace frente a él. Pero cuando lo que hay en el acuario es un pulpo, que pareciera poder observar, surge un ser opuesto, un sujeto.
¿De qué otros modos tomamos distancia de los animales?
A los animales solemos atribuirles características humanas como sentimientos, inteligencia y planeación, pero nunca dejamos de verlos desde una perspectiva no humana. En la ciencia eso se llama “supra humanización”. Vivir la sexualidad, tomar alimento, ser aseado son cosas muy civilizadas cuando las hacemos los humanos. Pero cuando los animales las hacen se vuelven asuntos no humanos.
También hemos creado límites materiales, por ejemplo a través de las vitrinas en los zoológicos. ¿Qué dice eso sobre nuestra cercanía y distancia frente a los animales?
Desde el inicio, el zoológico ha sido un asunto fuertemente cultural. Los primeros zoológicos eran actos políticos de los gobernantes imperiales. Los reyes de Francia, por ejemplo, mandaban a construir un zoológico para mostrar qué partes del mundo dominaban. El zoológico era ya entonces un instrumento de dominio que servía para señalar el poder de los hombres sobre los animales. La evolución posterior del zoológico intenta tomar distancia de esa demostración de poder tan evidente. Desaparecieron las jaulas y hay un esfuerzo para hacerlo ver cada vez más natural. Lo paradójico, no obstante, es que hasta hoy la demostración de fuerza se mantiene.
¿Por qué?
Hoy los zoológicos ponen en evidencia nuestro poder sobre la naturaleza en general. Entre más natural se ve un zoológico, más revela cuánto hemos expandido nuestro dominio por el planeta. Y ahí siempre hay, simultáneamente, una relación de cercanía y distancia. Lo que los humanos decidimos es importante. Los intereses de los animales, no. Estamos ante una estructura total de poder, que además es pérfida porque no es transparente, sino que busca fingir ser lo contrario: una ayuda para los animales.
En el zoológico, sin embargo, nos acercamos a muchas especies de animales. A pesar de las vitrinas y las rejas, ¿es posible desarrollar ahí empatía?
Es posible. ¿Pero cuán sostenible es la empatía? Además, la empatía requiere cuidado porque tiene un lado oscuro. Uno tiende a ser empático con personas que son parecidas y cercanas a uno. La empatía es selectiva y por eso es problemática como actitud moral. Eso aplica también a nuestra relación con los animales, pues la empatía permite dividir entre animales simpáticos y animales no simpáticos. Entonces, así un zoológico fuera un motor de empatía, eso no llevaría nuestra relación con los animales a un mejor lugar.
¿La compasión podría ser una mejor base moral?
Sí, pero sobre todo si entendemos la compasión no como un sentimiento, sino como algo que es bueno tener en situaciones específicas. El problema con los animales es que los humanos sabemos ser compasivos. Uno tendría que estar muy endurecido como para no sentir ninguna compasión al ver imágenes de cerdos exhaustos al borde de la muerte hacinados en un transporte de carga. Nosotros sentimos compasión, pero hemos aprendido a manejarla muy bien. La ciencia llama este comportamiento “la paradoja de la carne”: por un lado, la mayoría de nosotros come carne; por el otro, casi todos nos oponemos férreamente a la crueldad con los animales. Entonces, la compasión es importante para nuestra cercanía a los animales. Pero nos hemos acostumbrado tanto a sentirla, que ha venido perdiendo el efecto moral.
Una vaca es una “res” cuando nos la sirven en la mesa. ¿Qué papel ha tenido el lenguaje en marcar nuestra distancia frente a los animales?
Hay varios factores. Nosotros tenemos una predisposición biológica a mantener lejos a los animales porque los consideramos peligrosos. También contamos con un mecanismo psicológico que nos permite vivir con las contradicciones de la paradoja de la carne. Después de eso vienen la cultura y el lenguaje. Comer animales está codificado culturalmente, y eso hace posible considerar que matarlos es normal o incluso determinante para nuestra supervivencia. No olvidemos que la mayoría de las denominaciones que usamos para los animales determinan una función. Si a un criador de cerdos suizo le preguntan hoy qué es un cerdo, él dirá: “Es un animal que existe para producir jamón”. Al poner a los animales en esa categoría, nos separamos de ellos. Los convertimos en medios para alcanzar fines, y así dejan de ser seres autónomos.
¿Cómo evalúa la situación legal actual en relación con los animales?
Todavía ningún país, ni siquiera los más progresistas en esta materia, como Alemania, Austria y Suiza, tiene leyes en las que los animales sean sujetos. El estatus de sujeto significaría que los animales tendrían derechos fundamentales, derechos a la integridad corporal y psicológica. No podrían volver a ser utilizados, ni vendidos. Esa sería un transformación fundamental de nuestra relación con los animales.
Usted es vegano. ¿Cómo tomó la decisión?
Hace diez años me leí los clásicos de la ética animal porque quería decidir si debía seguir comiendo carne o no. Hoy tengo claro que es evidente que no es ni moralmente legítimo ni racional consumir carne de animales. El argumento que más me convenció fue este: los animales son seres vivos sintientes que tienen intereses individuales. No hay ninguna razón que justifique poner mi interés en comerme una carne asada por encima del interés de un cerdo en tener una vida más o menos decente. Luego me di cuenta de que el problema no se resolvía completamente dejando de comer carne. La forma como se producen los lácteos y los huevos no corresponde en ninguna medida a ningún interés de un animal. Así, dar el paso al veganismo fue apenas consecuente.
Como filósofo, usted concluyó eso por vías racionales. ¿Pero qué le recomendaría a un no filósofo?
La ética animal es un buen ejemplo de cómo un conjunto de ideas filosóficas que en un principio se habían mantenido más bien aisladas poco a poco fueron abriéndose paso en la opinión pública. Yo he hablado con muchos no filósofos que conocen la mayoría de los argumentos a favor del veganismo. Pero, más allá de la filosofía, recomendaría entrar en contacto con personas que ya llevan otra vida. Muchas veces las dudas surgen de preguntas muy concretas. ¿Qué comer y cómo cocinar? ¿Dónde hacer mercado? ¿Cómo no extrañar muchas cosas? También es fundamental ampliar nuestro contacto con los animales y nuestros conocimientos sobre ellos.
Markus Wild es un filósofo suizo y profesor de Filosofía Teórica de la Universidad de Basilea. Sus especialidades son la filosofía del espíritu, la antropología filosófica y la filosofía animal con especial interés en la pregunta por la mente de los denominados “animales no humanos”. Desde 2012, es miembro de la Comisión Helvética para la Ingeniería Genética en el Ámbito Extrahumano (EKAH, por sus siglas en alemán), para la cual hoy escribe un dictamen sobre la cognición y la consciencia de los peces. Algunas obras suyas son Tierphilosophie zur Einführung (2008), Tierethik zur Einführung (mit H. Grimm, 2016) y Philosophie der Neuzeit (mit J. Haag, 2018).
octubre 2020