También entre los habitantes de un país y sus gobiernos existen relaciones de cercanía y distancia, las cuales pueden llevar a consecuencias muy diversas. El filósofo Luis Eduardo Hoyos reflexiona sobre las dinámicas de confianza y desconfianza institucional en Latinoamérica y Alemania.
La confianza es el cemento de la sociedad, lo que une sus partes. Sin ella, la sociedad sería un tumulto desagregado de intereses y pretensiones por fuera de un espacio común. La metáfora no es del todo afortunada, porque las sociedades no están unidas con materiales rígidos. El ser social no es un ser rígido como lo son los cuerpos que caen atraídos por la gravedad; no estamos unidos socialmente como ladrillos en una pared. Sin embargo, la confianza puede ser considerada como uno de los principales factores, si no el principal, de la cohesión social e incluso de las dinámicas de bienestar. La confianza acerca. Y la cercanía crea más confianza. No es una institución, pero lo que hace que las instituciones funcionen.Algo muy dramático en una sociedad es que su gente pierda confianza en las instituciones que la rigen y ayudan a mantenerla en paz. Y, en el mismo orden de ideas, la confianza ciudadana en sus instituciones es algo que indica que una sociedad es capaz de generar bienestar y de mantener una vida digna. En el primer caso se genera un círculo vicioso con enormes costos sociales y humanos: los ciudadanos no confían en el Estado y entonces desprecian los proyectos de coordinación colectiva promovidos por él. El Estado, así, desconfía del ciudadano y empieza a ser tentado por el ánimo de vigilarlo. Cuando hay confianza ciudadana en las instituciones, en cambio, surge un círculo virtuoso que es crucial para el desarrollo y el progreso sociales: el ciudadano cumple con sus obligaciones sociales con la seguridad básica de que el Estado se ocupará del cuidado de lo público. Y ese cuidado, a su vez, será el principal incentivo para la cooperación ciudadana.
Desconfianza e inestabilidad institucional
En la mayoría de las sociedades latinoamericanas no se ha logrado crear lazos de confianza estables entre la ciudadanía y el Estado. La desconfianza en las instituciones campea en ellas y por eso hay una marcada relación de extrañamiento mutuo entre la gente y esas instituciones. Algo muy grave de esa relación de desconfianza es que ha traído consigo el descrédito de la democracia y ha dado aire a la tentación autoritaria, lo cual ha generado a su vez más desconfianza y más extrañamiento.Es evidente que la corrupción y la indolencia han contribuido a propiciar esa desconfianza y ese extrañamiento. La primera porque el ciudadano se ha tenido que acostumbrar a ver cómo muchos de sus representantes políticos y otros responsables del manejo del Estado se sirven de los bienes públicos para beneficio privado. Y la segunda porque ha llevado a que se haga común la creencia de que todo lo que dependa de una función pública se caracteriza por la ineficiencia. Sobre las razones de esa indolencia se podría decir mucho, pero pienso que una de sus bases está en la falta de relación de pertenencia del funcionario con su trabajo, entendido como un trabajo para el servicio público.
Los abusos policiales en las protestas ciudadanas en países como Colombia, Chile y Perú durante 2019 y 2020 son una buena muestra del círculo vicioso producido por esa desconfianza mutua entre gobiernos y ciudadanos. Para contener la inconformidad de la gente, el Estado ha reaccionado con el uso exagerado de la fuerza y desoyendo las demandas. Por fortuna, esa situación, que fue muy notoria al inicio, no ha prevalecido completamente. Hay casos, como el chileno, en el que esas demandas han podido seguir un curso que parece ir hacia una ampliación de la democracia y el estado de derecho. Pese a todas las dificultades, podría uno abrigar la esperanza de que el creciente empoderamiento de una sociedad civil más o menos organizada, permita en el futuro que el curso de los cambios políticos en Latinoamérica no lleve a mayores fracturas. Pero es muy pronto para decir algo y los efectos socio-económicos devastadores de la pandemia han traído más niebla al paisaje.
“Respeto exigente” y la sensación de seguridad
Lo contrario a ese extrañamiento y lejanía que produce el círculo vicioso de la desconfianza puede verse en sociedades con una tendencia más fuerte hacia la confianza mutua entre la gente y las instituciones. Por ejemplo, en una sociedad como la alemana en las últimas décadas. El esmero con el que el Estado se ha preocupado por fortalecer la seguridad social, estimular la iniciativa privada y garantizar los derechos y libertades ciudadanas ha traído en Alemania una mayor relación de cercanía del ciudadano con las instituciones. Más que de cercanía y proximidad yo hablaría incluso de pertenencia. El ciudadano confía, al menos en lo fundamental, en que la función pública se desempeña correctamente y de modo competente. Y valora el estado de bienestar al que sabe que contribuye con sus impuestos. Y es ahí donde mejor se hace visible el círculo virtuoso de la confianza. De ahí emerge un sentimiento de pertenencia consciente y racional, más que de proximidad emocional. Porque el ciudadano ve claramente de lo que se trata: contribuye y el Estado funciona. Es por eso que esa relación puede ser también muy exigente y crítica por parte del ciudadano. Aunque a ese sentimiento de pertenencia consciente no le es por completo ajena, claro, una cierta cercanía emocional, ésta se parece más bien a un afecto tenue, a eso que el filósofo escocés David Hume llamaba “pasiones suaves”. Una de esas pasiones suaves, muy significativa, es el respeto (el más sólido de los sentimientos morales, según Immanuel Kant).Mi impresión es que la ciudadanía en Alemania respeta en lo fundamental al Estado y a sus representantes porque siente que ellos, a su vez, son respetuosos de la base institucional y de derecho que es necesaria (por supuesto no suficiente) para el florecimiento humano. Hay aquí proximidad, pero ante todo pertenencia. Sin que para ello sea necesario invocar fuertes emociones de cercanía y protección paternal. La búsqueda de cercanía emocional fuerte es muy propia del talante político populista o identitario. Y no es exactamente eso lo que uno siente cuando experimenta el afecto de los ciudadanos alemanes por su país y sus instituciones democráticas. Se trata más bien de respeto exigente (no miedo) y de una sensación de seguridad muy fundamental, existencial diría yo.
Así como es también existencial la inseguridad que siente el ciudadano cuando en muchas partes de Latinoamérica se sabe abandonado por el Estado.
enero 2021