Una charla con el editor y experto en literatura Rodrigo Bastidas Pérez sobre los mundos de la ciencia ficción en Latinoamérica.
Rodrigo Bastidas Pérez | © Rodrigo Bastidas PérezRodrigo Bastidas Pérez es PhD en Literatura de la Universidad de los Andes, Colombia. A inicios de 2021, publicó El tercer mundo después del sol, una compilación de 14 cuentos de ciencia ficción latinoamericana. Allí, autoras y autores del continente vinculan reflexiones tecnológicas, imaginarios indígenas, discursos poscoloniales y fantasía para soñar mundos posibles. El también editor Camilo Jiménez Santofimio habló con Bastidas Pérez sobre la historia y los temas de la literatura de ciencia ficción en Latinoamérica, y por qué el género es mucho más cercano a la realidad de lo que a veces se cree.
¿Cuál es el vínculo entre la ciencia ficción y los sueños?
La ciencia ficción no está basada en una representación realista, sino en un sueño. La premisa es que no puede existir un futuro si no lo hemos soñado antes. El futuro, entonces, depende del sueño, que funciona en los espacios del deseo. El crítico galés Raymond Williams aborda la ciencia ficción desde la idea de la utopía. Soñar utopías, dice, nos permite acercarnos a ellas. Eso es importante en la ciencia ficción, pues debajo de todo el género hay una construcción utópica, que es la semilla de ideas sociales, económicas, urbanísticas, etcétera.
¿Cómo se representa esto en la ciencia ficción latinoamericana?
Un asunto central ha sido la ansiedad que, en América Latina, marca la forma como pensamos la tecnología y nuestro anhelo de dominarla. Esa ansiedad tecnológica crea discursos y narrativas, y nos lleva al mundo de los sueños, pues en los textos que produce la ciencia ficción, los sueños se cumplen. Fredric Jameson, crítico estadounidense, define la ciencia ficción como una literatura del deseo. Ahí la ansiedad y el anhelo tecnológico se convierten en algo real a través de la obra literaria.
¿Cuando aparece por primera vez en Latinoamérica esta conexión entre anhelos tecnológicos y literatura?
Uno podría mencionar a muchos autores finiseculares, asombrados por las máquinas creadas en su tiempo. En el cuento “La verónica” (1896) del poeta nicaragüense Ruben Darío, un sacerdote le toma una foto a una hostia consagrada para obtener la imagen de Cristo. En “El vampiro” (1927), el uruguayo Horacio Quiroga hace realidad un sueño a través del cinematógrafo: su personaje revive a su esposa muerta gracias al celuloide. La fascinación por esas máquinas novedosas da origen a mundos soñados, por ejemplo en Argentina en “Las fuerzas extrañas” (1906) de Leopoldo Lugones, o en México con Amado Nervo, por solo mencionar algunos.
Para mí, una de las obras más importantes de la ciencia ficción latinoamericana es El Eternauta (1957-1959), del argentino Héctor Germán Oesterheld, que planteó, en plena dictadura, una invasión extraterrestre absoluta que solo la unión de los ciudadanos contra el poder podía contener. El plus de la ciencia ficción en ese caso es que, como casi siempre ha sido considerada literatura juvenil, literatura “menor”, no era leída como literatura política, sino de evasión. El mundo no realista terminaba así permitiendo hablar más de la realidad.
¿Eso se ha mantenido hasta hoy?
Sí: la ciencia ficción actual no es solo una literatura imaginada a través del sueño, sino también a través de la observación del contexto. Esto se observa en Cuba con Daína Chaviano y Erick Mota, cuyos libros critican los espacios políticos a través de soluciones simbólicas. En Fábulas de una abuela extraterrestre (2018), Chaviano explora unos viajes interplanetarios con centro en La Habana, y en Habana underguater (2010), Mota presenta una versión de internet creada por medio de los dioses yorubas. También está la argentina Liliana Bodoc, que ha retomado las cosmogonías de pueblos originarios para armar mundos épicos. Su trilogía La saga de los confines (2000-2004) es fantasía latinoamericana, pero podemos verla también como ciencia ficción, al ser la figuración no solo de un discurso, sino también de otra forma de desear el mundo. Ahí las creencias de los pueblos originarios no son mitologías, sino lógicas distintas de la comprensión del mundo, formas de ciencia.
¿Qué otras tendencias ve hoy en la ciencia ficción latinoamericana?
Veo tres. Una es el desarrollo del género “New weird” o “El nuevo raro“. Es una pequeña desviación de la ciencia ficción que ha calado bien en nuestra región. Parte de que no todo es explicable por la ciencia o por una estructura lógica, y mira hacia lo desconocido, lo indeterminado, lo espeluznante. Un rito como la toma de ayahuasca sucede sin una explicación lógica que pueda sustentarlo completamente. El New weird bordea el terror, el gran género en que no se explican las cosas, y opta por un espacio de indeterminación. Por ejemplo, Distancia de rescate (2014), de Samantha Schweblin, fácilmente podría pertenecer al New weird. También lo hace la obra del mexicano Alberto Chimal o del uruguayo Ramiro Sanchiz.
Portada de El tercer mundo después del sol, editado por Rodrigo Bastidas Pérez, ediciones Minotauro, 2021. | © Rodrigo Bastidas Pérez ¿Cuáles son las otras dos tendencias?
Una es cercana a esa naturaleza fluida del New weird y es la visión de lo queer, que ha venido ganando un espacio amplio. Me refiero a la tendencia de hacer libros que al tiempo son terror, ciencia ficción y fantasía. Teresa P. Mira de Echevarría, de Argentina, ha analizado mucho esos espacios de lo queer en la ciencia ficción. Por último, quiero mencionar al cli-fi, o la ciencia ficción climática, que apunta a las grandes preguntas en América Latina para pensar en el antropoceno y la crisis climática. Eso nos toca mucho, porque vemos esa destrucción, nos pega de frente. Un buen ejemplo es Aún el agua (2019), de Juan Álvarez.
¿Cuál sería para usted una geografía actual de la ciencia ficción latinoamericana?
Yo la dibujaría a partir de esos autores que están recuperando saberes de pueblos originarios, encontrando en esas raíces espacios para pensar y recuperar futuros. El Caribe es muy cercano al afrofuturismo, al tratar de imaginar el futuro a través de estructuras ideológicas de lo africano. Sucede con la cubana Maielis González Fernández y la dominicana Rita Indiana, cuyo libro La mucama de Omicunlé (2015) está todo basado en las creencias de los dioses. En la región andina hay una búsqueda de la construcción de saber a través de los mitos, por ejemplo en el ecuatoriano Juan Luis Jacome y el peruano Daniel Salvo. En el Cono Sur también se recuperan esas visiones; en el caso de la cultura indígena mapuche en Chile lo hace por ejemplo Jorge Baradit, constitucionalista actual, que trabaja con el cyberchamanismo y convierte a un chamán en un hacker, que hackea la naturaleza.
¿Qué autores recomendaría leer hoy?
Entre los colombianos, Luis Carlos Barragán es la persona que más explota la ciencia ficción. También Karen Andrea Reyes tiene una excelente novela, Zen’nō. De México recomiendo a Andrea Chápela y de Cuba a Elaine Vilar y su novela La tiranía de las moscas. Por último, en Argentina hay un escritor llamado Kike Ferrari que hace cosas increíbles. Es un gran lector y autor de ciencia ficción premiado. Cuando fueron a ver quién era, se enteraron de que barría una línea del subte y formaba parte del sindicato de trabajadores. Descubrieron que era un genio, y él, aunque ganó el premio, siguió trabajando ahí. Su visión es no clásica, y es una relectura de autores contemporáneos. Lo recomiendo mucho.