El neurocientífico brasileño Sidarta Ribeiro lamenta que los sueños hayan dejado de recibir la atención necesaria. En esta entrevista sostiene que hemos perdido el arte de soñar.
¿Cómo puede el sueño, que es un fenómeno muy individual, asumir un carácter colectivo y alcanzar de modo parecido a muchas personas en una misma sociedad?Nuestro inconsciente tiene capas. Una es nuestro inconsciente personal y otra capa es el inconsciente colectivo que proviene de experiencias acumuladas culturalmente y de la genética, de cosas que son innatas. Todas las personas nacen, pasan por la primera infancia, todo el mundo pasa por la pubertad. Entonces, hay temas de sueños que son universales, porque están inscriptos en nuestra biología y en nuestra cultura. Esto lo abordó sobre todo Carl Gustav Jung. En nuestra cultura actual, los sueños no tienen lugar, el sueño no es un tema, y por eso la gente no recuerda lo que sueña. Pero a su vez la gente puede abrigar la intención de tener sueños que alcancen esa esfera más general, algo que tiene ver con las tradiciones amerindias de sueño buscado: así uno va hacia el sueño como quien está de caza. El Occidente eurocéntrico tiende a esperar que el sueño caiga sobre la cabeza como un yunque y ya no existe la idea de usar la intención para guiar los sueños como hacían en el pasado los griegos, los romanos o los egipcios. Pero también hay otra cuestión que sincroniza los sueños y que no está generada por la intención del soñante sino por las condiciones en que vivimos. Hoy ya hace casi dos años que la población planetaria está sincronizada por el miedo a la muerte, que trajo la pandemia. Eso hace que aparezcan los mismos temas en sueños de personas muy diferentes, que no se conocen pero se asemejan en sus miedos.
¿Por qué cuando hablamos de deseos evocamos la idea de sueño? Y puede verse tanto en la publicidad como en las utopías sociales o pacifistas. ¿Cómo surge esa relación?
Hace 120 años Sigmund Freud dijo que el motor del sueño es el deseo. Y en aquella época sus palabras parecieron algo poético, no muy científico. Desde los trabajos de los años noventa de Mark Solms (neurocientífico y psicoanalista sudafricano), descubrimos que, en realidad, el sueño no se reduce al sueño REM [sigla inglesa que designa el movimiento rápido de los ojos, estado que se produce sobre todo en la segunda mitad del reposo, durante la cual hay gran actividad cerebral y generación de actividad onírica]. Para que exista el sueño se necesita una región específica del cerebro, el área tegmental ventral, que produce dopamina y está vinculada al deseo. Si se tiene un sistema de deseo que está dañado, no se sueña. Aunque se llegue al sueño REM, aunque la corteza cerebral esté superactivada, aunque se reactiven los recuerdos, no se generará la experiencia onírica propiamente dicha. Ese fue el descubrimiento de Mark Solms. Esto significa, de hecho, que, como dijo Freud, el deseo o el miedo (que es el antideseo) son el motor del sueño. Esto resulta muy importante para los cambios en la sociedad, porque si no se tiene deseo de algo mejor, ¿cómo se van a tratar de obtener cosas mejores en la vigilia?
¿Cuál es la relación entre sueño y memoria? ¿Se puede decir que el sueño ayuda también en la construcción de una memoria colectiva?
Los sueños están hechos de recuerdos, son productos de la reactivación, la recombinación y la asociación de recuerdos. En cuanto a la memoria colectiva, creo que los sueños tienen influencia sólo si son compartidos. Entre los indígenas Wayuu, que viven entre Colombia y Venezuela, es común que muchas personas tengan el mismo sueño, pero eso tiene que ver con el acoplamiento social. La gente comparte la vida, la cultura. Tiene miedos parecidos, deseos parecidos, sueños parecidos.
¿Hay alguna relación entre nuestra actividad onírica y nuestra capacidad de soñar despiertos, en cuanto a tener perspectivas para el futuro y crear nuevas posibilidades de vivir?
Hay relación porque son las mismas regiones cerebrales las que hacen esas cosas. Son los mismos circuitos. En verdad, nuestra capacidad de imaginar representa una invasión del sueño en la vigilia. Y somos capaces de hacerlo muy bien, pero también somos capaces de narrarlo. Y ser capaces de narrar los sueños permitió que las ideas más locas se esparcieran en el grupo y produjeran cambios culturales. Eso fue lo que pasó en los últimos trescientos mil años, desde que tenemos registro del Homo Sapiens. El cambio cultural fue vertiginoso y mi argumento es que, para hacer esos cambios, usamos sobre todo la experiencia onírica y narrativa en el grupo. Y es justamente esa forma de obtener conocimiento la que es muy estimada hasta hoy entre los indígenas brasileños y que se perdió en los últimos quinientos años en el mundo eurocéntrico. Ya he argumentado que debemos ser capaces de unificar los saberes, utilizar la ciencia plenamente sin perder la capacidad de integrar los estímulos que el sueño provoca. El sueño conjuga un montón de cosas que no percibimos conscientemente. Y no debemos despreciarlas. Estamos dejando de lado ese aspecto y tal vez por eso tenemos esa sensación paradojal de que poseemos muchos medios para transformar la realidad y, al mismo tiempo, el futuro es inevitable.
¿Qué impacto tiene la tecnología comunicacional –TV, radio, cine, y ahora, el estímulo de las computadoras, redes sociales y juegos digitales– en nuestra capacidad de soñar?
Impacta de muchas maneras. Lo hace de modo devastador en un plano que tiene que ver con la tecnología y el mundo del trabajo ya que ha quitado horas de sueño a la gente desde la invención de la luz eléctrica, siguiendo con la radio, la televisión, y hoy, de los teléfonos inteligentes. El tiempo para dormir va disminuyendo y también la oportunidad de soñar, con diversas consecuencias negativas para la salud. Por otro lado, toda esa producción audiovisual tiene un impacto muy grande en la generación de criaturas de la mente que aparecen en sueños. A muchas no las conocemos personalmente, son personas que vimos en una pantalla, son personajes. Esto en cierto modo enriqueces la fauna de las criaturas de la mente. Otro aspecto es la invasión casi completa de lo audiovisual en la vida de las personas, que no tienen espacio mental para la lectura, por ejemplo. Eso va saturando nuestra percepción y matando la imaginación. Ya hay bastante evidencia científica de que esa invasión de pantallas está movilizando nuestro circuito dopaminérgico de recompensa y castigo.
¿En este momento de múltiples crisis, con qué sueña hoy el brasileño? ¿Todavía logramos soñar?
El Instituto del Cerebro de la Universidad Federal de Río Grande del Norte hizo una investigación en la pandemia sobre sueños y observamos que la gente está soñando más con el contagio, la dolencia, la muerte. Se trata de personas que han padecido sufrimiento psíquico en la vigilia. Entonces hay una continuidad muy clara entre la vigilia y el sueño. Creo que ahora todos están soñando con el fin de la pandemia, y mucha gente con el fin de la crisis, que es una crisis enorme, hay casi quince millones de personas desempleadas en el país, Brasil volvió al mapa del hambre. Es una crisis muy larga, la gente sueña con la vacuna y creo que hay una mayoría social que está soñando con el fin de este gobierno.
El neurocientífico Sidarta Ribeiro se dedica, desde su doctorado en la Universidad Rockefeller, Nueva York, a la investigación del dormir y el soñar. Actual investigador del Instituto del Cerebro de la Universidad Federal de Río Grande del Norte, Ribeiro escribió varios libros sobre el tema, entre ellos O oráculo da noite: a história e a ciência do sonho, aparecido en 2019, en el cual sostiene que la experiencia onírica es central para el desarrollo de la mente humana.