Prisca Agustoni  “El agua conecta no sólo geográfica sino también temporalmente”

“Puentes sobre Abismos”, 2017
“Puentes sobre Abismos”, 2017 © Aline Motta

Autora de dos libros cuyo epicentro es, en cierta medida, el agua, Prisca Agustoni, escritora suiza radicada en Brasil hace más de veinte años, habla sobre cómo la destrucción ambiental y la migración son temas que atraviesan su trabajo.

Para la poeta Prisca Agustoni, cruzar el océano Atlántico se volvió una condición para mantener los lazos afectivos. Nacida en Lugano, ciudad ubicada en la región de Suiza donde se habla italiano, la traductora se radicó hace dos décadas en Brasil, y se convirtió en profesora de Literatura Italiana y Literatura Comparada en la Universidad Federal de Juiz de Fora. Hoy, se mueve entre los dos continentes. “Para mí, es más fácil cruzar el océano Atlántico que el Paso de San Gotardo, que une la Suiza italiana con la alemana. Me siento más en casa en el aeropuerto de Río de Janeiro que en Zúrich”, dice la autora, que practica una literatura “fluida” y escribe y traduce sus propias obras en italiano, francés y portugués.

En esta última lengua, que aprendió ya siendo adulta, Agustoni escribió el libro de poesía O gosto amargo dos metais (El gusto amargo de los metales, 2022), que trata de la muerte del Rio Doce, en el estado de Minas Gerais, después de los crímenes ocurridos en Mariana en 2015 y en Brumadinho en 2019. La obra obtuvo el Premio Oceanos de 2023. El agua también es protagonista de O mundo mutilado (El mundo mutilado, 2020), que reúne poemas sobre el drama contemporáneo de los migrantes, especialmente los refugiados que se arriesgan a hacer la travesía del mar Mediterráneo y sueñan con llegar a Europa

En dos de sus libros recientes, O mundo mutilado y O gosto amargo dos metais, el agua no solo es un elemento natural sino que está en el centro de disputas de poder. ¿Fue una elección consciente?

Al comienzo no pensé el agua como elemento centralizador de los dos libros. Esa reflexión vino después. En O mundo mutilado hablo de los movimientos migratorios que, por lo general, se producen a través del agua, y eso no es algo sólo de la actualidad. Desde el proceso de esclavización tenemos que ver con los barcos y con el agua. Vivo en Brasil, pero vuelvo a menudo a Italia y Suiza, y en los últimos diez, doce años, son parte de la crónica diaria las noticias de barcos que se hunden y se pierden, y de cuerpos que flotan a la deriva. El Mediterráneo, sobre todo ahora, se ha convertido en una especie de cementerio vivo. Todas esas noticias resonaron en lecturas que hice de teóricos como Paul Gilroy y Stuart Hall, que abordan la Diáspora negra y la esclavitud.
O gosto amargo dos metais

O gosto amargo dos metais | © Prisca Augustoni 


Las dos cuestiones están conectadas, incluso porque los rostros de los que murieron en el Mediterráneo son muy parecidos a los que están aquí. La crisis migratoria del Mediterráneo es casi un déjà-vu. Entonces, en ese libro, el agua conecta no sólo geográfica, sino también, temporalmente a África, Brasil y, por supuesto, a Europa, ese continente que siempre es un epicentro del mal, en el sentido de que ahora es El Dorado, el lugar adonde quieren llegar. Brasil y las Américas en general siempre estuvieron involucrados en esa triangulación, que es antigua y continúa dejando heridas. Para quien vive en Brasil es imposible ver esas escenas sin pensar en la historia brasileña. Ahora bien, en el libro también quise llamar la atención sobre otras migraciones que vivimos aquí, de haitianos y senegaleses que cada vez tienen mayor presencia entre nosotros.

El Mediterráneo se volvió una especie de cementerio vivo.

¿Y cómo pensó el elemento agua en O gosto amargo dos metais?

En ese libro el agua aparece más en un sentido material. El hilo conductor es el río, entendido también como algo temporal, que se escurre. El impacto de las tragedias, para mí, fue muy fuerte, principalmente la de Mariana, cuando decían que el “Rio Doce murió”. Yo vengo de Suiza, donde están los Alpes, y allí, el agua, aunque no es tan abundante como en Brasil, es algo muy sagrado. Vamos mucho a la montaña, desde la infancia, y solemos jugar en los ríos, que son muy fríos y limpios. Nuestra agua viene del hielo y la idea de que se decretara la muerte de un río tan importante era inimaginable para mí, incluso en términos simbólicos. Todo eso me causó un silencio profundo, una especie de remolino interior. Pensé, y ahora, ¿cómo voy a transformar eso en palabras?

Las vidas humanas siempre conmueven, pero también había muchos animales dentro del río. Las imágenes de la catástrofe, con peces y vacas, y hasta un caballo atrapado en el barro, eran estremecedoras. Entonces el agua aparece allí como la muerte del río, pero el libro también tiene que ver con una cuestión temporal. Tenemos una perspectiva de la catástrofe según la medida humana, pero si la pensamos en relación con el planeta o la naturaleza, es algo que tal vez ya haya pasado y que vuelva a pasar. La naturaleza está mal, por supuesto, pero ella siempre consiguió recuperarse a lo largo de los milenios y va a continuar allí, nosotros somos los que no vamos a estar. Somos mucho más efímeros y nos estamos autodestruyendo. El gran peligro lo corre la humanidad, la especie humana.

O gosto amargo dos metais plantea relatos de sobrevivientes de la catástrofe. ¿Usted entrevistó a esas personas, tomó noticias de periódicos o inventó los testimonios?

Hice las tres cosas. Leí algunos testimonios en la prensa, pero no los reproduje íntegramente, no tenía derecho a hacerlo. Los poeticé, porque, a decir verdad, eran más dramáticos. Intenté transformar una casa destruida en una escena, en un cuadro casi mítico. Otros relatos son de personas que conozco, principalmente de Mariana. Y hay un tercer elemento que es lo ficcional. Cuando se llega a ese grado de dramatismo, resulta fácil entender que haya un gran parecido con las voces de los coros de la tragedia griega, en realidad, de cualquier tragedia. Son los que sufren la acción, las víctimas. Es en esa dirección que ficcionalicé la mayoría de las imágenes e ideas del libro. Hay algo que atraviesa toda la historia de la literatura, que es la voz del coro, la tragedia.

Traté de extraer del montón de palabras sobre el barro algo que todavía fuese sólido, estuviera entero, de algún modo el hueso de la palabra.

En su opinión, ¿cuál es la función de la poesía frente a las catástrofes que vivimos en el presente?

Existe una poesía de denuncia que es necesaria y potente. Pienso, por ejemplo, en la poeta Luiza Romão, autora de Também guardamos pedras aquí (También guardamos piedras aquí), que es actriz y hace performances “desde el estómago”. Y admiro mucho esa vertiente de la poesía, pero mi trabajo va cada vez más contra la corriente de ese movimiento. Pienso que la poesía, en vez de llegar de modo frontal, como denuncia, puede llegar por los costados, y así causar conmoción, espanto y desaceleración. Además, deja marcado un camino de huellas, un camino lento, a veces sin reflectores, pero que va avanzando dentro de nosotros, de nuestra sensibilidad. En el libro, traté de extraer del montón de palabras sobre el barro algo que todavía fuese sólido, estuviese entero, de algún modo el hueso de la palabra. El ser humano hace poesía desde que pisó la tierra. Tiene necesidad de inventar otro mundo, incluso para sobrevivir. Creo que la poesía también cumple, igual que la narrativa, el papel de crear un mundo no alienado, de reencantar el universo.

Usted aprendió portugués de adulta. ¿Quiénes son sus maestros en literatura brasileña?

Cuando comencé a leer literatura brasileña tenía veinte y pico. Al principio me gustaron mucho Clarice Lispector, João Cabral de Melo Neto, Carlos Drummond de Andrade. En Brasil comencé a leer a muchos africanos, como los angolanos Ruy Duarte Carvalho y Paula Tavares, porque hice un doctorado en Literatura Africana en la PUC-Minas. Fue un encuentro fundamental. Específicamente para O gosto amargo dos metais, leí mucho a João Cabral, por la sequedad de su lenguaje, y a Seamus Heaney, pero Caetano Veloso y la música brasileña son una gran fuente de inspiración para mí. Aparte de eso, me gusta también leer a poetas mujeres, por ejemplo, a Ana Estaregui y a Orides Fontela, que está entre mis preferidas.

¿Por qué escribió O gosto amargo dos metais primero en italiano, y después en portugués?

Cuando se produjeron las tragedias de Mariana y Brumadinho, sentí que no iba a poder escribir en portugués. Alguna vez oí que escribimos en otra lengua lo que en la nuestra duele demasiado. Tal vez por eso fui a buscar las palabras en el idioma italiano. Quien tiene otra lengua tiene otro recurso. En italiano podía hablar con un público que no sabía nada sobre la tragedia. Eso me dio mayor libertad. La tradición literaria italiana no aborda la minería, al contrario de Brasil, donde Drummond y Cabral ya trabajaron esas cuestiones. En italiano, pude comenzar desde cero. Y después traduje el libro al portugués y al mismo tiempo lo recreé, cambié muchas partes, no son libros idénticos. En O mundo mutilado, hice lo contrario, escribí en portugués primero pero todavía no lo llevé al italiano. Yo busco entrecruzar las miradas.

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