Nuevo cine latinoamericano  El agua en la pantalla grande

(Outros) Fundamentos 2017-2019
(Outros) Fundamentos 2017-2019 © Aline Motta

El agua es un tema recurrente en las producciones cinematográficas latinoamericanas. Un recorrido acuático por algunas películas recientes.

El agua puede ser sinónimo de vida y renacimiento, pero también de muerte. Todo es relativo y aquello que sostiene la existencia puede también arrebatarla en pocos segundos. La presencia del agua en la gran pantalla es ubicua, eterna, y ya los hermanos Lumière o alguno de sus camarógrafos registraron su presencia y movimiento en las primeras películas de la historia, hacia finales del siglo XIX.

Entre los complejos pliegues del cine producido durante los últimos tiempos en los países de Latinoamérica, el agua –ya sea en forma de río, lago, mar, lluvia o bien como fuente estancada y pútrida– es parte esencial del registro audiovisual.

A pesar de no contar con colores o texturas que manifiesten un exceso de corrupción, el agua aprisionada en una piscina abre el juego de la ópera prima de Lucrecia Martel, La ciénaga (2001) –película esencial del Nuevo Cine Argentino que, ya desde su título, refleja posibilidades angustiantes–. Mientras los sonidos del metal rozando contra las baldosas aumentan la sensación de un peligro agazapado y los cubos de hielo enfrían las bebidas y los cuerpos embriagados, el agua de esa pileta en Salta espera ser invadida para calmar las altas temperaturas.
 

Leopoldo Torre Nilson ya había utilizado en 1963 aquel rectángulo de frescor veraniego que es una piscina en la película La terraza, protagonizada por Graciela Borges –también protagonista de La ciénaga– casi cuarenta años antes.

En El abrazo de la serpiente (2015), el director colombiano Ciro Guerra recorre de la mano de dos expedicionarios y científicos blancos en tierras amazónicas los intrincados brazos de los ríos de la región y sus pequeños afluentes, verdaderas venas del vientre del continente americano. Estas corrientes se transforman en la película en portales para el descubrimiento (el geográfico y el interior), poniendo de relieve lo imponente del paisaje por sobre las vidas humanas.
 

Por el contrario, el documental argentino Por el ParanáLa disputa por el río (2024), de Alejo di Risio y Franco González, ofrece una mirada alarmada sobre el pasado y el presente de la Hidrovía Paraná-Paraguay, más de 3.400 kilómetros que se extienden a lo largo de Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia y Paraguay. La película ofrece un ejemplo perfecto de cómo el accionar humano sobre los cauces naturales puede alterar por completo la topografía, los ecosistemas y la vida de los ribereños e isleños.
 

Las costas del delta del río Paraná, en las provincias argentinas de Buenos Aires y Entre Ríos, han sido objeto de diversos trabajos cinematográficos recientes, desde el abordaje poético de Gustavo Fontán en La orilla que se abisma (2008), basada libremente en la obra del escritor Juan L. Ortiz, a la aplicación de las fórmulas del thriller en Todos tenemos un plan (2012) de Ana Piterbarg, protagonizada por Viggo Mortensen y Soledad Villamil. El agua puede ser metáfora poética de lo trascendente o bien el telón de fondo de aquello que acecha, amenazante, tenga esto forma definida o no.
 

“Recuerdo especialmente las películas que tenían agua. Cataratas, playas, el fondo del mar, ríos y manantiales. Con sólo escuchar el rumor del agua a los niños nos entraba unas ganas tremendas de orinar. Y lo hacíamos ahí mismo. A los lados de la pantalla”. La frase se escucha en Dolor y gloria (2019), el largometraje del director Pedro Almodóvar, y nos hace pensar de inmediato al efecto evocador de los cauces de agua, pequeños o enormes, furiosos o calmos. Así, la cascada a la que regresa una y otra vez el joven protagonista de Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos (2018) –coproducción luso-brasileña co dirigida por Renée Nader Messora y João Salaviza, rodada en el interior profundo de la comunidad indígena Krahô– se transforma en el reflejo exterior de un ritual de pasaje. La cascada es un lugar real pero al mismo tiempo un lugar ultraterreno en el cual el joven deberá dar los primeros pasos en las artes del chamanismo.
 

También en un lugar de agua se produce el contacto con aquellos que han partido de esta vida en Los muertos (2004), el segundo largometraje del director argentino Lisandro Alonso. El protagonista, Argentino Vargas, sale de la cárcel y debe recorrer varios riachos y pantanos selváticos para reunirse con su hija, mientras el reflejo del agua le devuelve ansiedades y deseos.

El documental peruano Yakuqñan – Caminos del agua (2021), dirigido por Juan Durán Agurto, ofrece un recorrido documental por mares, cuencas del Amazonas y cumbres nevadas en un esfuerzo por aunar lo urgente con lo trascendente. La película destaca el inevitable vínculo entre el ser humano y el agua que, a pesar de ser incolora, inodora e insípida resulta esencial para la vida.
 

Lo mismo sienten y reclaman los protagonistas de la ficción dentro de la ficción de También la lluvia (2010), coproducción hispano-boliviana dirigida por Icíar Bollaín. La película cuenta la historia de los extras de otra película histórica sobre la conquista del continente americano quienes comienzan a protestar ante la inminente privatización del agua.
 

Pero no sólo los ámbitos naturales forjan relatos ligados al agua. Las grandes ciudades reciben caudales desde el cielo y su exceso puede conjurar relatos melancólicos, como en Lluvia (2008) de Paula Hernández, o el desastre de la inundación, como se describe en el gran clásico del cine social Los inundados (1961) de Fernando Birri. Ambas son películas argentinas.
 

Y precisamente en Argentina, las piscinas urbanas y el mar abierto han dado vida a todo un subgénero. Hay así relatos de nadadores –como Agua (2008), de Verónica Chen, o el documental La boya (2018), de Fernando Spiner–, o historias en las cuales la costa marítima, en particular fuera de temporada, fría y solitaria, se transforma en el lugar ideal para exorcizar demonios y ansiedades. Ese es el caso de películas como ¿Sabés nadar? (2002) de Diego Kaplan y las dos películas con temas marítimos de Martín Rejtman: Silvia Prieto (1999) y Dos disparos (2014).
 

Y de nuevo las piscinas, que son el marco de Barrefondo (2018), el film de Jorge Leandro Colás basado en la novela de Félix Bruzzone. Se trata de la historia de un joven de bajos recursos que se dedica a limpiar piletas en barrios cerrados –símbolo de estatus, espejo cuyos reflejos son inalcanzables. Este protagonista se enfrenta a una serie de tentaciones peligrosas.
 

El agua cura y traiciona, ofrece esperanzas y también amenazas, recorre tierras amplias y generosas y se estanca en los lugares más inesperados. El cine hace eco de todo ello, reconvirtiendo los átomos de hidrógeno y oxígeno en recursos narrativos y dramáticos. El agua es tan vital para la vida como para el arte de contar historias mediante imágenes y sonidos

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