Para la economista Norma Valencio, desastres como los ocurridos en 2024 en la Región Sur de Brasil, muestran las contradicciones e injusticias de la sociedad, más allá de los equívocos de los modelos de desarrollo y de las políticas públicas adoptadas en el país.
“Una epidemia de estados de excepción”. La economista Norma Valencio, docente de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar) y una de las organizadoras de las antologías Sociologia dos desastres. Construção, interfaces e perspectivas no Brasil (2009, 2010, 2012 y 2014), describe de ese modo la situación del país en relación con los acontecimientos trágicos vinculados a las lluvias. Hace más de veinte años que Valencio investiga los desastres relacionados con el agua en Brasil. Ella y su equipo estudian en detalle los datos de la Defensa Civil Nacional desde 2003 y observan con preocupación un aumento de la frecuencia y la propagación de ese tipo de acontecimientos en el territorio nacional.Por eso, la investigadora dice que no se sorprendió con la tragedia que ocurrió recientemente en Brasil, en el estado de Rio Grande do Sul. Valencio destaca que llamar “natural” a un desastre sirve para quitarles la responsabilidad a las instituciones. “Siempre que se produce un desastre es porque hubo omisión o insuficiencia en la prevención y preparación frente a un factor dado de amenaza y a sus derivaciones medioambientales. O sea, la política pública no existe o es equivocada o es incompleta”, señala. Para la economista, es posible –y necesario– transformar ese escenario.
¿Qué tiene de particular la tragedia ocurrida en Rio Grande do Sul, en comparación con otros desastres relacionados con la lluvia ocurridos en Brasil?
Ocurrió de forma masiva en un mismo estado. Se esperaba que varios municipios pudieran saber que era posible la inminencia de ese tipo de hazard [peligro o amenaza, cuya manifestación puede causar daños si no hay medidas de prevención adecuadas]. Lo que resultó novedoso fue el modo en que se dio, así en bloque, causando pérdidas y daños de todo tipo y extendiéndose a casi la totalidad de los municipios de Rio Grande do Sul.
“Hay bibliografía climatológica suficiente para predecir eventos extremos.
Depende del recorte sociológico-histórico que se adopte. En un recorte más amplio, es responsable el propio modelo de desarrollo económico, porque en Brasil derivó en una concentración del poder político, de la riqueza y de la tierra. Eso implica territorialidades injustas, en las que hay sectores de la población que son más vulnerables frente a fenómenos atmosféricos o climáticos extremos. Tendríamos que mirar décadas o siglos atrás para encontrar las raíces de las injusticias socioespaciales urbanas que se manifiestan en esas territorialidades que ahora están indefensas.
La lluvia es apenas la gota de agua que faltaba para agravar esa herida abierta. El desastre muestra las contradicciones de la sociedad, las injusticias, los errores de los modelos de desarrollo y de las políticas públicas correspondientes. Hay un desencuentro entre la información y las medidas técnicas y la capacidad institucional de proteger a los ciudadanos más expuestos. Hay bibliografía climatológica suficiente para predecir hasta qué punto el país puede sufrir esos acontecimientos climáticos extremos.
¿Y cuando el peligro es inminente?
¿Qué información le permitiría a la gente evacuar los lugares más vulnerables y llevar consigo los bienes más valiosos, de valor económico, simbólico o afectivo? Una cosa es la prevención, que se hace antes, las obras de infraestructura. Por otro lado, las disposiciones deben tomarse en el brevísimo plazo de la amenaza concreta de un acontecimiento, de un peligro que no puede evitarse. En los Estados Unidos, por ejemplo, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés) hace eso cada vez que se acerca un huracán. Las disposiciones son de vital importancia. En relación con Rio Grande do Sul, la pregunta que queda es: los órganos como el Instituto Nacional de Meteorología (Inmet), de Brasilia, o el Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden) ¿produjeron a tiempo información útil, calificada y relevante para la Secretaría Nacional de Defensa Civil?
¿No tenemos la respuesta?
Es una de las preguntas que los grandes medios no se hacen. ¿Se produjo esa información a tiempo para mitigar los daños? Y si se produjo, ¿era información calificada? ¿Incluía la dimensión de aquello que, de hecho, podía ocurrir en el territorio? ¿Se transmitió de manera oportuna a la Secretaría Nacional de Defensa Civil y al Centro Nacional de Gerenciamiento de Riesgos y Desastres (Cenad)? Y en el nivel de los estados hay instituciones equivalentes que también tienen sus agencias de monitoreo de los riesgos. ¿Sabían de la inminencia de esas amenazas los gabinetes de los estados y los municipios? Si los gabinetes de Defensa Civil y las autoridades gubernamentales del ejecutivo nacional, de los estados y los municipios tuvieron la información de modo anticipado, ¿cuál fue la comunicación de ese peligro a la población en el sentido de generar todas las recomendaciones necesarias para mitigar todos los daños?
Una cosa es comunicar que va a llover tantos milímetros en Río Grande do Sul y otra es que Defensa Civil haga recomendaciones para que la población y las autoridades locales reaccionen de modo satisfactorio en función de ese fenómeno. Si la información se compartió con Defensa Civil y las autoridades ejecutivas de los tres niveles –presidencia de la república, gobernadores y prefectos–, ¿qué orientación se le dio a la población? Si descubrimos retrasos, los profesionales del Derecho –especialmente del Ministerio Público y de la Defensoría Pública– podrían tener material para una agenda de conversaciones con diferentes subgrupos de la sociedad y se podría pensar en procesos indemnizatorios.
Mantener vivo el recuerdo de esos acontecimientos es importante para reclamar ante el poder público, pero muchas veces la gente termina olvidando rápidamente. ¿Por qué ocurre?
El desastre es siempre una profunda perturbación; en primer lugar, una perturbación de la vida cotidiana de los grupos sociales afectados. Lo que puede evitar la idea de trauma es que a partir de ese momento la persona se vea como sujeto político. No solo respecto al estallido de la crisis aguda, sino también en otras cuestiones: ¿Qué permitió que ese acontecimiento fuera una crisis? ¿Cuáles son los sujetos, cuáles las decisiones, los protocolos, las políticas, las visiones del mundo que nos hicieron pasar por eso? Y, en consecuencia, ¿en qué campo de lucha tenemos que insertarnos para reclamar nuestros derechos? Derechos tanto en relación con el futuro que debemos construir como en relación con las reparaciones que debemos obtener.
“Entre los principales dolores está el de los desaparecidos.
Desde mi punto de vista, entre los principales dolores está el de los desaparecidos. Hago esta clasificación: desaparecidos, muertos, heridos y quienes sufrieron daños materiales. El desaparecido crea un universo de incertidumbre tanto en el ámbito de la vida pública como en el de la vida privada. No se sabe qué pasó, si está vivo o muerto. Se crea una gran incógnita que pone en suspenso la vida de quienes están alrededor. ¿Soy viuda o no? ¿Mi hijo va a tener un padre que participe activamente de su desarrollo? ¿Puedo vivir mi luto? El desaparecido, para mí, es lo peor.
Hace algunos años también escribí sobre el derecho de acceder a los escombros. Aunque no pueden volver a la casa, las personas necesitan procesar esa pérdida, tocar aquella vieja fotografía, tener contacto con aquel resto de vestido del bautismo de la hija. Se necesita esa rememoración y tener ese contacto, porque es parte del proceso psicosocial mediante el cual alguien se dice a sí mismo cómo seguir de ahí en más: “Sólo tengo esos fragmentos y necesito seguir adelante a partir de ellos”.
La gente insiste en visitar los escombros incluso de edificios totalmente derrumbados. Entonces hay que ofrecer apoyo psicosocial profesional a ese colectivo, dar soporte a esa vivencia delante de los escombros, ayudar en la formulación de una narrativa sobre esas pérdidas masivas e inesperadas, y reprocesar todo. Resignificar esos objetos –a veces son sólo fragmentos de los objetos originales– implica recordar el recorrido al que están vinculados. El objeto se trasciende a sí mismo desde el punto de vista utilitario, porque alude a otra cosa, a una experiencia significativa de la vida del sujeto.