La bióloga colombiana Brigitte Baptiste es una de las voces más influyentes en los campos de la ecología y la biodiversidad de Latinoamérica. En esta entrevista, Baptiste habla sobre la abundancia y la escasez de agua en la región, sobre los desafíos del cambio climático y sobre la urgencia de cuidar los vitales recursos hídricos.
Latinoamérica posee el 30% de los recursos hídricos del planeta. ¿Cómo se podría elaborar un mapa de esta abundancia en comparación con otras partes del mundo?Latinoamérica tiene una configuración particular con cuencas como Paraná-Río de la Plata y Amazonas-Orinoco, que son grandes captadores de lluvia gracias a la cordillera de los Andes. Esto explica la abundancia de humedad en Sudamérica. Centroamérica no tiene grandes ríos y México es seco; África carece de cadenas montañosas latitudinales. Solo la India y el sureste asiático tienen sistemas relativamente equivalentes.
Teniendo esto en cuenta, es sorprendente que –según la Unesco– 160 millones de personas en Latinoamérica y el Caribe tengan problemas para acceder a agua potable. ¿Cómo es esto posible en una región tan rica en recursos hídricos?
Primero, hay una razón de poblamiento: la población se encuentra más cerca de los nacimientos de los ríos que de donde converge el agua. Esto crea un desequilibrio que requiere sistemas complejos de captación y tratamiento del agua. Segundo, está el tema económico: la captación y tratamiento de agua han priorizado usos agrícolas e industriales sobre el consumo humano, provocando un atraso en la infraestructura de potabilización. Tercero, la dificultad tecnológica: en algunas regiones es difícil llevar agua. Ciudades como Lima deben traer agua de lejos y, en otras zonas, las crecidas y sequías afectan el suministro.
En paralelo al problema del acceso está el de la escasez. En Uruguay en 2023 y en Ciudad de México en 2024, la gente no tuvo agua para beber. ¿A qué se debió eso?
Hay un elemento relacionado con la oscilación del llamado Fenómeno del Niño. Esta oscilación provoca largos periodos de sequías y lluvias multianuales, generando déficits acumulados en algunos lugares, como ocurrió en Uruguay y México. Además, hay sobreexplotación de los recursos acuíferos y deforestación significativa. En los bordes de la Amazonía, por ejemplo, se observan periodos secos incrementados debido a la deforestación, afectando los llamados ríos voladores, que son flujos de humedad generados por la evapotranspiración de los árboles.
El desperdicio también es un problema. Hay malas prácticas en el uso del agua, con gran ineficiencia en los hogares y en la agricultura. Latinoamérica es una de las regiones más ineficientes del mundo en términos de agua utilizada por unidad de producción o consumo. Los indicadores muestran cifras exorbitantes de desperdicio. Además, contaminamos mucho el agua, que luego debe ser depurada para su reutilización, lo cual es costoso y complejo. Por ejemplo, cuando Bogotá vierte las aguas residuales de 8 millones de habitantes al río sin descontaminarlas, otros millones deben depurar esa agua si quieren usarla. Le doy un dato vergonzoso: en Colombia, menos del 10% de los municipios tienen plantas de tratamiento de aguas residuales. México enfrenta problemas similares.
Hablemos de la relación entre cambio climático y agua. Hace unos meses, hubo inundaciones en Brasil, pero hace un año ese mismo país enfrentaba sequías históricas. ¿Qué efectos tendrán sobre el agua los extremos vaivenes climáticos, que, según los expertos, serán más frecuentes e intensos?
Me gusta la palabra “vaivenes”, que representa lo que llamamos eventos extremos. Tal vez, en promedio, no cambiarán mucho las cifras de precipitaciones ni de disponibilidad en ninguna parte. Pero sí sabemos que los periodos de precipitación se concentrarán en menos tiempo y serán más abundantes. Lo que antes se distribuía a lo largo de un año caerá en pocos meses, cambiando la dinámica hidrológica al saturar los suelos más rápido de lo que los ecosistemas pueden procesar. Esta saturación genera muchos deslizamientos y daños a la infraestructura, especialmente en áreas montañosas como en casi toda Latinoamérica. Si en un mes cae la lluvia de seis meses, el mantenimiento de una infraestructura ya deficitaria se vuelve más difícil.
Otros fenómenos extremos, al distribuirse de manera distinta en el tiempo, afectan los ciclos agropecuarios. Una granizada en un momento inesperado puede causar desastres costosos, por ejemplo, en economías con invernaderos. Por otro lado, las sequías prolongadas y la creciente demanda de agua en centros urbanos con infraestructura vieja y de mala calidad provocan muchas fugas. Bogotá, por ejemplo, pierde entre el 30% y el 40% de sus aguas potabilizadas debido a fugas, lo que representa un esfuerzo gigantesco perdido. Ahí se concentran los mayores impactos del cambio climático en términos de agua, en la variación en la disponibilidad de agua, bien sea por exceso o por defecto, en la medida en que cambia el ciclo hidrológico.
Se habla sobre la necesidad de un cambio en la cultura del agua para abordar estos desafíos. ¿Cómo puede una visión diferente del agua contribuir a una gestión más sostenible?
La comprensión del agua como recurso sigue siendo indispensable, pues requiere medidas administrativas, esfuerzos tecnológicos y costos financieros explícitos. Esto implica construir redes, asegurar mínimos vitales, discutir tarifas y abordar la competencia entre sectores. En Latinoamérica, se utiliza agua potable para lavar coches y autobuses, lo cual es una carga para los sistemas de aprovisionamiento. En otras partes del mundo, las ciudades tienen sistemas paralelos para uso industrial.
¿Podría sin embargo hablar de la idea de agua como recurso?
Tenemos que poder comprender al agua como un recurso esencial para los ecosistemas. Hoy, solo los pueblos indígenas hablan sobre la importancia de no extraer toda el agua de un sistema para evitar el desequilibrio del suelo, subsuelo, vegetación y fauna. En comparación, los países europeos valoran cada litro de agua y renaturalizan sus recursos hídricos, mientras que en Latinoamérica aún prevalece la percepción de abundancia de agua.
Se habla mucho de la necesidad de empezar a extraer agua subterránea, como se hace en Europa, África y Asia. ¿Podría explicar los pros y los contras de esta práctica?
En Latinoamérica hay agua subterránea y suficiente capacidad de recambio de los niveles freáticos. Esto requiere ciencia, buena investigación y cuidado. La extracción de agua subterránea es similar a la minería; aunque no se agota, la sobreexplotación puede deteriorar un acuífero, contaminarlo y causar daños importantes.
Para terminar, ¿podría darnos su visión personal de qué es una gestión sostenible del agua?
Tenemos un reto educativo muy importante. Muchas personas aún tienen una visión simplista del ciclo del agua, basada casi en cartillas infantiles: que el agua se evapora, llueve y luego vuelve a evaporarse. Deberíamos hacer un esfuerzo pedagógico en todos los niveles para que el manejo del agua no se limite a esas ideas básicas. Todas las disciplinas, según su enfoque, necesitan un conocimiento más sofisticado de las dinámicas del agua. El agua está presente en todas las decisiones de nuestra sociedad, tanto las personales como las colectivas. Conocerla mejor puede ayudarnos a transformar muchos aspectos de nuestra vida. A través del agua podemos revisar nuestros sistemas productivos, los sistemas de justicia social, la convivencia con la fauna y flora silvestre, y, por supuesto, los temas macroeconómicos. Por eso, yo abogo por iniciativas de educación sobre el agua. Para los y las lectoras, dejo una pregunta: ¿Cómo hacemos para entender mejor el papel del agua en la construcción de sostenibilidad?